La desaparición de Sara

Capítulo 5

Capítulo 5

 

 

 

 

 

 

 

 

«Piensa, piensa, piensa. Si no es ninguno de esos libros ¿qué otro puede ser?».

Amaya sabía que, si la clave estaba en el libro de Peter Pan de Sara que no era capaz de encontrar, estaba perdida. Pero aún quería contemplar otras opciones, otros libros, y se dijo a sí misma que debía intentar hacer memoria de su último año de instituto, ya que cualquier recuerdo insignificante que le volviera a la mente podría ayudarla a tener una idea de por dónde debía continuar. Se había despertado temprano, había recordado el día anterior y no había podido volver a dormirse. Su cabeza daba vueltas sin parar pensando en todo lo que había sucedido durante los últimos días, en quién le había dejado el diario de Sara y en que, si su amiga había desaparecido por su secreto, todos estaban en peligro.

—¡Fotos! —exclamó, a solas en su antigua habitación de adolescente.

«Tengo que buscar fotos, libros del instituto, cuadernos o lo que sea que usara en aquel entonces». Y creyó que aquella idea era lo mejor que tenía en esos momentos. Su habitación tenía una cama individual pegada a una pared en la que se encontraba el amplio ventanal por el que, de vez en cuando, Eric se había colado años atrás. Al lado de su cama tenía un escritorio con cajones repletos de carpetas y objetos de su adolescencia, y enfrente, tres estanterías llenas de libros. Decidió empezar por el escritorio y abrió uno a uno todos los cajones en busca de más ideas. Sin recordar hasta aquel momento su existencia, encontró un objeto que encendió una luz dentro de su mente: su antiguo ordenador portátil. Intentó encenderlo sin éxito; le puso el cargador, le sacó la batería un par de veces y apretó con fuerza el botón de encendido, pero nada dio resultado. Aquel ordenador contenía toda su vida de adolescente: fotos de excursiones y fiestas, trabajos del instituto, dibujos escaneados y, lo más importante, los relatos y cuentos que había escrito con la ayuda de Sara. Por los números apuntados en los márgenes del diario, el documento que buscaba tenía aproximadamente ciento cincuenta páginas o más, pero en ningún caso menos, porque los supuestos números de página iban del ocho al ciento cincuenta. La dificultad de la clave estaba en que los que no la conocían, no podían discernir un patrón lógico. Para Amaya, una vez encontrado el libro, sería muy fácil averiguar el mensaje. De todo lo que había escrito antaño con su mejor amiga, solo uno de los documentos tenía las páginas indicadas. Era una novela que Amaya había escrito con dieciséis años y Sara había leído y corregido, dándole su opinión. Era una historia fantástica a la que nunca puso título, y trataba sobre unos poderes mágicos que la protagonista iba consiguiendo a lo largo de la trama y la convertían en la persona más poderosa de un antiguo mundo en el que había sido soberana. A Amaya le pareció una idea muy buena en su momento y Sara la ayudó a escribirla. Volviendo a pensar en ello, doce años después, se dio cuenta de que aquella historia no tenía ningún sentido y se rio de ella misma. Necesitaba ayuda para recuperar su novela piloto del viejo portátil, y solo conocía a una persona que pudiera hacerlo, pero no quería pedirle ayuda.

Las cosas con Dan no habían acabado bien, y en la época en la que se marchó a la universidad, él no le dirigía la palabra. Lo había visto por las calles del centro alguna de las pocas veces en las que volvía al pueblo a pasar unos días por Navidad o vacaciones de verano, pero hasta su vuelta temporal a Valle de Robles, tres días antes, no había vuelto a hablar con él. No pensaba, por nada del mundo, ir a pedirle ayuda; en primer lugar, porque ya no eran amigos, pero también porque no quería que él viera lo que tenía en aquel ordenador. Sabía que, probablemente, estaría plagado de fotos de Eric y de documentos y conversaciones guardadas de cuando salían juntos, así que Dan era la última persona a la que querría enseñarle sus secretos adolescentes. Seguidamente, pensó en Bruno y los contactos de los que siempre presumía. No acababa de confiar en aquel rico guaperas, pero era posible que él conociera a alguien que supiera de informática más que ella.

Pensaba en las opciones que tenía para recuperar sus archivos cuando el teléfono vibró encima de su cama. Miró la llamada entrante y descolgó entre suspiros de desesperación.

—¿Qué quieres?

—El ordenador de la escuela —le dijo Bruno sin pararse a saludarla.

—Son las seis de la mañana —lo reprendió ella.

—Buenos días, entonces —dijo tan deprisa que casi no se le entendió—. El ordenador de Sara en su trabajo, en la escuela —insistió.

—¿Qué pasa con él?

—Es posible que tenga documentos allí. La policía no ha investigado en la escuela todavía, así que llegaríamos antes que ellos. ¿Dónde esconderías algo que quieres que encuentren?

—A la vista de todos. Claro, Bruno. ¡Es una idea genial! —exclamó Amaya—. ¿Y cómo sabes que no lo han investigado ya? —preguntó extrañada.

—Contactos —contestó él secamente.

—Sí, sí, para todo tienes contactos.

—Tienes que entrar allí y conseguir acceder a su ordenador o a su carpeta, o al menos investigar si puede haber algo que nos sirva. Creo que en la sala de profesores hay un solo ordenador que utilizan todos los empleados para hacer consultas.

—Y no es posible que, si está tan a la vista, ¿alguien lo haya encontrado ya?

—Si ella quería que lo encontráramos —hizo una pausa—, que tú lo encontraras, será accesible solo para ti. Sara es suficientemente inteligente para saber que, si le pasaba algo, lo primero que haría la policía sería buscar sus objetos personales. Registrarían su casa, su coche y probablemente su trabajo. Por supuesto, mirarían sus ordenadores y móviles, así que, si tuviera que dejar algo escondido, puede que lo hiciera en un lugar de acceso público, pero que solo alguien que lo supiera pudiera encontrarlo.



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En el texto hay: asesinato, secuestro, thriller

Editado: 13.09.2021

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