Cuando la luz comenzó a escasear, Iván ordenó a los chicos prepararse para acampar. En la época de la que hablamos acampar estaba lejos de ser una actividad divertida como ahora la conocemos; no existían cómodas carpas, linternas o comida enlatada, de modo que cualquier comodidad o protección debían procurársela de otras maneras.
Derek y Henri se encargaron de levantar una rudimentaria protección principalmente para Lucía. Alexander que recientemente había pasado por su Erwedais, había ido con Irakli primero a recolectar madera para hacer la fogata y luego se había encargado él mismo de encenderla. Y en el caso del simpático príncipe mayor, había ido con Istval para procurarse alimento.
Aquella era una actividad que Lucien no practicaba desde hacía cientos de años, porque aparte de ser quien era, siempre había tenido quien lo hiciese por él y jamás participa en las llamadas partidas de caza, pues su pueblo había cazado para alimentarse y no para matar el aburrimiento, pero ciertamente aquella actividad era una que su padre y Janos le habían enseñado cuando era muy pequeño y en preparación para su Erwedais, de manera que le lanzó una mirada poco amistosa a Istval.
Aunque Lucía no había recibido la preparación de supervivencia que les había sido impartida a todos los varones presentes, se aplicó a ayudar a los que levantaban el improvisado refugio.
Aunque Iván era muy rápido como todos ellos, siendo que no había esperado ser atacado y menos por Lucía con quien siempre se había llevado muy bien debido a que nunca se negaba a instruirla en cualquier cosa que los demás no le permitiesen, no reaccionó con la velocidad acostumbrada y un segundo después estaba tirado en el piso y mirando los furiosos ojos de Lucía.
Ellos sabían que aquella inevitable burla iba a reportarles alguna clase de consecuencia cuando regresasen al Laki, pero de momento estaban disfrutando groseramente de la situación ya que no era frecuente ver a nadie fastidiando a Iván.
Lucía se sintió satisfecha con la explicación dada por su hermano y se acercó al alegre fuego que terminaba de hacer Alexander.
Una vez que Istval y Lucien consideraron que tenían suficiente, emprendieron el regreso, pero durante el mismo, Lucien comenzó a recolectar hojas secas.
Lógicamente Istval entendía aquello, pues cualquier malestar ellos lo experimentaban aumentado, aunque no era su caso o el de sus hombres, pues se habían habituado a pernoctar en lugares tan malos como aquel, así que la incomodidad de dormir sobre una superficie poco apta para ello, no representaba un gran problema para ellos. No obstante, Istval era Istval y no podía quedarse callado.
Por fortuna ya estaban llegando y la voz del objeto de discusión le quitó a Lucien el deseo de golpear a su amigo.
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Editado: 17.11.2021