Véneto, Italia. Diciembre, 2004
El atardecer vestía de colores naranja el viñedo que el joven tenía ante sus ojos, pero los cerró y cayó sin sentido debido al agotamiento. No supo cuánto tiempo había pasado, pero cuando los abrió de nuevo, solo captó oscuridad a su alrededor, y por un angustioso momento pensó que estaba nuevamente en la cueva donde había despertado antes. Se incorporó con rapidez. El cansancio físico había pasado, pero seguía tremendamente confundido. Los recuerdos parecían sombras evasivas que corrían en forma veloz cada vez que intentaba atrapar alguno.
Miró a su alrededor como buscando a alguien, pero maldijo con frustración, porque seguía sin tener idea de qué o a quién buscaba. Dio algunos pasos y a lo lejos divisó luz, así que se dirigió en aquella dirección y a medida que se acercaba, notó una construcción y que era de allí de donde procedía lo que inicialmente había pensado se trataba de una fogata. Aunque le había parecido que estaba muy lejos, llegó con sorprendente rapidez. No veía ni coche ni caballos, pero sabía que había por lo menos dos personas allí, pues escuchaba sus voces, de modo que se acercó y tocó la puerta.
El hombre que había abierto la puerta era más bien escaso de tamaño, tenía poco cabello y de algún modo determinó que estaba muy alterado. Más allá y cerca de una mesa, estaba una mujer que había dejado caer algo que se había estrellado ruidosamente en el piso, y ella parecía estar sufriendo la misma alteración que el hombre.
Ciertamente sus apreciaciones eran correctas, pues la pareja se había alterado muchísimo al ver a aquel gigante rubio a medio vestir, de pie en su puerta.
Aunque aquel no era su idioma, entendió perfectamente, pero le sorprendió la rudeza y poca amabilidad de aquel individuo.
Adriano Bresciano y su esposa Martina vivían muy cerca de los montes Lessini, en los Prealpes venecianos, de modo que Adriano sabía que eran muchos los osados que intentaban aventurarse en las formaciones cavernosas que había por el lugar, y no todas aquellas expediciones terminaban bien, y por el aspecto que presentaba aquel chico, posiblemente se tratase de eso, de modo que suavizó el tono.
Aquella era una situación que ya habían vivido muchas veces con anterioridad. Las formaciones cavernosas, característica común de los Prealpes, parecían ejercer una fascinación, que personalmente encontraba absurda, en los chicos como aquel que a todas luces no era un lugareño. Sin embargo, de forma inmediata no encontró heridas que ameritasen atención médica y en cualquier caso, dudaba mucho que Amadeo, el médico local, le agradeciese que se presentase a esa hora con otro herido producto de aquellas desquiciadas expediciones.
Como a Martina ya se le había pasado el susto y viendo el aspecto de aquel chico, se apresuró hacia el armario que estaba cerca de la puerta, tomó un abrigo de Adriano y ahora se lo estaba ofreciendo a su inesperado visitante.
El individuo en cuestión, y, aunque él mismo no lo sabía en aquel momento, era Milorad. La pareja compuso expresión de conmiseración, pero se reafirmaron en su idea de que aquel era uno de esos chicos muy curiosos, pero faltos de juicio, que intentaba explorar sin conocimientos para ello.
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Editado: 16.03.2022