La distancia no solo se mide en metros

Prólogo

Desperté con el sonido de una olla golpeando contra el suelo. No le hice caso en un principio pero a la olla le siguió un bol, otra olla, una tetera y un plato. Creo que tengo una idea de quién es. Me levanté con un gruñido de mi cama y, descalzo, me dirigí a la cocina.

Encima del refrigerador está el gato negro con la pata apoyada en la caja de pizza. Lo miré con el ceño fruncido intentando darle miedo, pero lo único que seguí fue un maullido. Este animal siempre viene cuando quiere.

-¿Tienes hambre?-pregunté aun sabiendo su repuesta.

El gato asintió.

Busqué una lata de atún entre las bolsas del supermercado al que fui ayer y que me dio flojera ordenar. No encontré. El gato comenzó a maullar más alto. Qué manera de empezar el año.

Me cambié lo más rápido que pude y salí de mi casa con el gato atrás mío. Tomamos un taxi con dirección a Ancón. El trayecto es largo y la mayoría del paisaje son desiertos habitados por algunas personas con la esperanza de que llegue agua, luz o cable. El orden no importa.

Llegamos a nuestro destino, pagué el viaje y salí del taxi. Los carros no tienen permitido, ni tienen donde, estacionarse cerca de la playa. Me quedé unos minutos parado frente a la playa viendo como algunos pescadores se adentraban en el mar mientras que otros se acercaban al muelle para darle su pesca a los vendedores.

Compré todos los pescados que creí necesario. No soy bueno en recordar nombres. De pequeño siempre me gritaban por no saber los nombres de mis familiares. De vez en cuando se le escapaba un "pareces retrasado" de parte de alguno de mis padres o de mi hermano. Sin embargo no me hacían daño. En la secundaria descubrí que era porque uno se acuerda de las cosas que quiere.

Terminé la escuela con las notas de un alumno promedio un poco sobresaliente. Nada del otro mundo. La barra que tenía que saltar para conseguir el apoyo de mis padres estaba demasiado alta. Aun así la salté. Ingresé a medicina sin problemas. Me puse a estudiar enserio cuando la escuela se acabó.

El día de mi ingreso recuerdo que vine aquí. Grité con tanta fuerza que había ingresado que hasta las gaviotas y pelicanos se asustaron. Un grito liberador que estaba deseando dar. Al día siguiente quedé ronco.

Me senté en la vereda y le di un pescado pequeño para saciar su hambre. En cambio yo, compré un helado de sol. El aire frío es relajante. Y el ligero olor a sal me recuerda donde estoy. Siempre me perdía en mi mundo. No había nadie ni nada que me sacara de ese trance.

-¿Profesor?- dijo una voz femenina. Captando mi atención.



#13123 en Joven Adulto
#49768 en Novela romántica

En el texto hay: romanticismo, racionalismo

Editado: 28.03.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.