Cuando Ni’va volvió a su casa esa noche no pudo dormir, porque solo pensaba en aquel encuentro con el humano que había robado su corazón, y sabía que debía mantenerlo en secreto, o no sabía de lo que era capaz su padre.
Una noche y un día entero pasaron, y Ni’va y Klaus cumplieron su promesa. A la luz de la luna rodeados de flores, se encontraron como dos amantes que se conocían de toda la vida, y ella le contó cosas de su mundo, y él le contó el anhelo de repartir la alegría por el mundo, aunque sabía que estaba confinado a aquella aldea.
El hada cada día se enamoraba más del hombre bondadoso que era Klaus; y él cada día se enamoraba más de su mundo y de su pureza.
Pero Klaus y Ni’va nunca se tocaban, pues hacerlo estaba prohibido. Ella temía que si lo hacía, sus padres se enterarían y entonces todo acabaría.
Y así, cada noche de Luna llena el hada y el humano se encontraban, hasta una noche en la que él nunca llegó.
Ni’va, preocupada por su amado, se atrevió a acercarse de nuevo a la aldea.
El lugar estaba revuelto, la gente parecía correr de aquí para allá, y todos tenían la consternación reflejada en el rostro. «¿Qué ha pasado?» se preguntaba. El miedo la inundaba, hasta que se acercó a la casa de Klaus.
Todos parecían ir y venir del sitio. Adentro unas cuantas velas alumbraban la penumbra; sin que nadie se diera cuenta, se acercó hasta la ventana y entonces lo vio yacer en una cama de paja, terriblemente enfermo.
Ni’va soltó una lágrima y quedó sorprendida al descubrir que también podía llorar como ellos.
Esperó a que no hubiera nadie, y entonces entró. Su amado deliraba en fiebre, y ella no pudo hacer más que llorar sobre su regazo. Entonces decidió romper la regla y depositó un tierno y suave beso en los labios de Klaus, pensando que ese sería su último aliento.
En lugar de eso, Klaus abrió los ojos de golpe, y su piel pálida y lánguida volvió a tomar el color rosado de la vida. Ella lo había sanado y no pudo evitar abrazarlo de la alegría.
Cuando Ni’va volvió a casa, no pasó demasiado tiempo, sus padres descubrieron lo que había hecho, pues un hada que ha tocado a un humano pierde su brillo, y ella, ya no lo tenía más.
—¿¡Pero qué has hecho!? —le gritó el señor de la escarcha.
—Te has vuelto mortal —dijo su madre entre sollozos.
—¡Pues no me importa! Yo lo amo —respondió Ni’va.
Pero su padre no iba a permitirlo, no perdería a su única hija, la encerró para que no volviera a escapar y suplicó a Oberón, el rey de las hadas que le devolviera la inmortalidad a su hija.
El rey aceptó, pero a cambio el humano debía devolver lo que le había sido dado.
Ni’va lloraba desconsolada, cuando se miró al espejo volvió a ver su brillo y entonces comprendió lo que había hecho su padre.
Escapó de casa y llegó hasta el prado donde veía a su amado Klaus, pero en lugar de verlo a él, un gran y enorme pino se hallaba en medio. Ni’va supo que era Klaus y lloró y lloró hasta quedarse dormida junto a él.
No lo permitiría, su padre no podía separarla de lo que más amaba. Entonces fue a pedir ayuda a la misma hada a la que su padre había acudido, Oberón, y le pidió que le devolviera la vida a su amado.
—¡Por favor! Haré lo que sea —dijo ella.
El rey era bueno, pero nunca daba algo a cambio de nada.
—¿Qué me ofreces a cambio? —preguntó.
—Te daré mi vida —respondió Ni’va.
—No quiero tu vida, jamás mataría a otra hada.
—Entonces transfórmame, déjame estar a su lado para siempre, y dale mi cuerpo inmortal para que él pueda cumplir su sueño de repartir la alegría por el mundo.
El rey aceptó complacido y cumplió la petición de Ni’va.”
—¿Y entonces qué pasó abuelo? —preguntó la nieta emocionada.
Los dos niños habían estado inmersos en la historia que contaba el abuelo, y hablaron cuando este se quedó callado.
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Editado: 20.11.2019