Phillia miró aterrada como Wander seguía empujando su espada intentando clavarla incluso más de lo que era capaz. Hacía un rato que la espada había topado con una roca y por mucho que se empeñara no iba a hacer más daño a Dral'zin, pues el elfo oscuro ya había exhalado su último aliento.
Se acercó al chico y se agachó para tratar de alejarle del cadáver, pero Wander apartó a Phillia de un manotazo. Wander estaba llorando y gritó con furia y dolor. El soldado calathreno, serio, parco en palabras y hermético ahora parecía como lo que realmente era: un joven con sentimientos. Por ello, Phillia optó por dejarle espacio y esperar a que se calmase. Regresó a la roca en la que estaba antes apoyada, colocó su bandolera detrás de su cabeza y se apoyó para estar cómoda. Entonces esperó.
Phillia abrió los ojos y se incorporó asustada. Sin quererlo se había quedado dormida esperando a que Wander estuviera preparado para hablar y ahora no estaban ni el chico ni el cadáver de Dral'zin. Se levantó de un salto y giró sobre sí misma buscando por la oscura estancia cualquier atisbo del joven. Su respiración empezaba a acelerarse hasta que Wander la saludó levantando una mano para evidenciar que estaba ahí. Miles de dudas asaltaron la mente de Phillia, pero se alegró de verle sano y salvo.
—Buenos días —saludó—. O tardes o noches. Es imposible saber qué hora es.
Wander parecía de nuevo el joven de siempre, serio y apático que le había parecido desde un principio. Phillia le observó con cierta melancolía. En su mente aún se reproducían las imágenes de Wander gritando y llorando desconsolado después de abatir al elfo oscuro. Sentía profundamente haberle tratado mal, ahora que había descubierto lo introvertido que podía llegar a ser.
—No pude dejarle ahí —comentó abatido creyendo que debía dar explicaciones—. No podía mirarle más, así que le arrastré atrás en el camino y le dejé ahí.
La naturalidad con la que se dirigía a ella le daba escalofríos.
—Wander, ¿puedo ayudarte con algo? —preguntó Phillia acercándose a él—. Sé que no lo estás pasando bien.
—Es igual —sentenció poniéndose en pie antes de que ella se sentara a su lado—. Jhin y Theron no van a volver y matarle no me ha hecho sentir mejor. La venganza nunca sirve para nada, pero al menos nos hemos asegurado de que no volverá a hacer más daño.
Wander pasó de largo, recogió sus cosas y le lanzó a Phillia una manzana a la vez que él pegaba un bocado a otra. Phillia miró la fruta pensando qué hacer con Wander y llegó a la conclusión de que lo mejor era permanecer a su lado y dejarle llevar el duelo como él necesitara.
Anduvieron juntos atravesando la cueva que, paso tras paso, iba siendo cada vez más practicable. Cada varios metros la gruta estrecha llena de rocas puntiagudas se iba ensanchando y el suelo era mucho más liso. En poco tiempo, las señales de que llegaban al desierto se iban haciendo más evidentes, al encontrar, por ejemplo, arena fina en el suelo de roca. A lo largo de la cueva se toparon con animales variados, pero ninguna bestia, lo cual resultó un alivio. Ambos estaban cansados de combatir y, aprovechando la calma, montaron un campamento improvisado para descansar al no poder saber si era de día o de noche.
—¿Cómo hiciste eso? —interrogó Wander a Phillia masticando un pedazo de carne seca. Sus ojos seguían siendo inexpresivos.
—Creo que necesito que seas más preciso —solicitó Phillia sujetando su bota de agua, la cual estaba a punto de vaciarse.
—El fogonazo que mandó al elfo oscuro contra la pared.
—Magia de luz, nada más —explicó Phillia acercándose a él—. Es magia blanca de combate, aunque no es muy útil, solo daña a aquellos que están corrompidos por la magia negra. Si lo hago contigo o con un animal, os quedaríais exactamente como estáis.
Wander permaneció pensativo admirando el baile de las llamas.
—¿Por qué no lo usaste contra la hidra? —cuestionó.
—Las bestias son animales, al fin y al cabo —aclaró Phillia un poco ofendida, a pesar de que comprendía la pregunta—. No habría surtido efecto.
—Comprendo.
La compañía que suponía Wander era de todo menos amena. Phillia era consciente del dolor que sufría, pero hubiera agradecido que se abriese más. Esas fueron las últimas palabras que compartieron antes de dormirse. Estaba convencida de que Wander no sabía que las bestias también eran animales. Todo lo que creó Exteus estaba cortado por el mismo patrón, incluidas todas las bestias que creó para destruirlo todo. Era su manera de hacer, moldear criaturas para que poblasen el mundo.
Cuando despertaron, se comieron las últimas piezas de fruta que llevaban y continuaron su travesía. No sabían si llamarlo desayuno, almuerzo, comida o cena. En cualquier caso no importaba, pues en pocas horas se encontraron en el desierto Deádoras.
El sol lucía alto en el cielo cuando abandonaron la cueva y necesitaron unos minutos para que sus ojos se acostumbraran de nuevo a la luz. Hacía bastante calor, aunque era soportable. En cuanto fueron capaces de mantener los párpados abiertos sin sufrir, buscaron el sol en el cielo. Por su posición debía ser casi mediodía, lo que confirmaba que tenían el horario totalmente descuadrado. Sin pensar mucho en ello, apremiaron la marcha para evitar pasar mucho tiempo en esa tierra yerma.
A diferencia de la cueva, en el desierto vieron algunas bestias conocidas: escorpiones gigantes, chacales, cocatrices, serpientes aladas o incluso trinocerontes blindados. Al tratarse de una tierra árida y poco transitada, los cazadores de bestias rehuían el peligro y nadie las mataba. Si a ello le sumabas la aparición de nuevas criaturas, era el lugar idóneo para que proliferasen. Phillia y Wander evitaron todo lo que pudieron enfrentarse a ninguna de ellas y fueron esquivándolas cuando se topaban con alguna a su paso.
Sin haberlo deseado, tuvieron que parar en una cavidad que vieron en su camino para pasar la noche. El sol estaba abandonando el cielo y era peligroso transitar el desierto cuando oscurecía. Aprovecharon las últimas horas de luz para cenar y se durmieron haciendo turnos. Cuando de nuevo los rayos de sol aparecieron como una corona en la cordillera, Phillia despertó a Wander y le dio la noticia de que no les quedaba comida. Era un contratiempo importante, aunque predecible. Al no poder llevar nada a la boca, guardaron sus mantas tras sacudir la arena y retomaron el camino.
Editado: 10.12.2024