La Efigie de Espinas

Primer Lección: Empatía

Ella es Dolores Leal, una chica de 16 años que cursa su segundo semestre de sus estudios medio superiores.

Se trata de una joven de cabello largo, muy delgada, ojos marrones, piel clara, y labios rosados, quien, a pesar de ser una chica con mucho potencial físico, no parece cuidarse mucho su apariencia, pues su belleza natural no destaca por si sola, nada que no se pudiera arreglar con un poco de cuidados y maquillaje.

No obstante, Dolores no usaba productos de belleza sobre sí misma, los tenía prohibidos, al igual que llevar pantalón o una falda, pues porta siempre vestido y playera de manga larga para cubrir la mayoría de su cuerpo, nunca con escote.

Tampoco tiene perforadas las orejas y trata de no usar ningún tipo de accesorio o joyería. Lo único que se le tenía permitido cuidar con recelo era su hermosísimo cabello, y ella estaba muy orgullosa y apegada a él, tanto así que había sido su más grande don durante toda su vida, el cual apreciaba con todo su corazón y por lo que su familia le estimaba de algún modo.

Dolores siempre fue una chica buena y seria. A pesar de todo el mal que le rodeaba, trataba de comportarse como una persona amable, una que los demás pudieran tratar como su igual, pero siempre vivió en un constante sufragio de menosprecio por parte de su entorno.

No había lugar donde la chica no hubiese experimentado algún tipo de maltrato a su persona, y justo es donde vamos a comenzar: sobre sus problemas en la escuela.

El colegio al que ella asistía era uno de paga un tanto popular. Éste se halla lejos de su hogar, y aunque sólo debía tomar el tren ligero para llegar hasta allá, la joven hacía todos los días un recorrido de una hora en la ida, y poco menos de vuelta, gracias a que el tráfico de pasajeros disminuye en la tarde.

Ella insistió mucho en ir hasta aquella escuela porque tenía la esperanza de hacerse una vida nueva allá y conocer así nuevos compañeros; personas diferentes que no supieran las razones por las cuales era vista como una chica desagradable tanto en su antigua primaria y como en su secundaria, a donde asistieron los de la primera, como si la persiguieran.

Después de mucho rogar, y de humillarse, el padre de Dolores le permitió dejar solicitud en el lugar, por lo que ella estudió sin descanso para quedar allí sí o sí, consiguiéndolo al final.

Ella sabía que las personas que la molestaban eran todos malos alumnos, por lo que encontrarse a uno de ellos en ese sitio sería alienígeno. No, más bien era imposible, porque la chica era inteligente y pasó a duras penas, por lo tanto, los demás no tendrían oportunidad.

Sin embargo, parece ser que el destino de verdad la odia, pues Noeh, una chica de piel morena, ojos verdes y cabello rizado, consiguió entrar en el mismo lugar que nuestra niña, y para colmo de males, aquella fue una de las principales acosadoras de la pobre Dolores desde siempre.

Al principio no sabían ninguna de las dos que estaban en el mismo colegio, ni siquiera se habían dado cuenta de ello. Por esto, Dolores rápido consiguió un par de amigos y hasta le empezó a gustar un chico alto de ojos miel que iba en la clase que se encuentra frente a la suya. Las cosas en su vida estudiantil parecían ir a toda marcha por el buen lado, hasta que algunos alumnos fueron integrados de un grupo hacia otros por un pequeño derrumbe que se suscitó en el aula de estos. Fue así como Noeh llegó al lugar donde Dolores estudiaba.

Apenas y pasó la hora de clase, cuando los alumnos se quedaron solos, Noeh fue hasta el lugar de la chica de ojos marrón para hablarle en voz alta, casi gritando para que todos escucharan.

—¿Cómo es posible que una mosquita muerta como tú esté en este privilegiado colegio, Facilores? —preguntó Noeh para llamar la atención no sólo de Dolores, sino de la mayoría de los alumnos, a la par que causó un silencio incomodo en el aula.

Dolores no sabía qué hacer. De inmediato se puso muy nerviosa y trató de hilar una sola palabra que la salvara de dicha humillación que sabía estaba a punto de enfrentar. Ya había pasado un semestre bien ahí, uno de paz. Sí, estaba haciendo amistades, pero como se trata de alguien muy insegura e introvertida, apenas estaba reforzándolas, por lo que ella temía que, si algo así sucedía, las iba a perder para siempre. Sus esperanzas de tener una experiencia buena de una escuela podrían irse por el desagüe si no respondía de forma adecuada.

—¡Noeh! ¡Me da mucho gusto verte! —dijo la chica a la par que levantaba un poco la mirada para ver a la joven, pero la bajó de nuevo casi al instante de mirar a su atacante y se encogió en su silla.

—A mí no me da ningún gusto verte, Facilores. Es más, me das flojera. Usando como siempre tus insufribles ropas de monja. —Al mencionar esto último, la chica tomó la falda de la joven y la jaló hacia ella de manera brusca. Dolores tomó la prenda del otro extremo para que nadie viera debajo de ella, ya temblando de terror.

—Por favor, Noeh. Suéltala… —suplicaba la chica a punto de romper en llanto, hasta que uno de sus compañeros se puso de pie para auxiliarla.

—¡Basta, tú! ¿Qué demonios te pasa? —mencionó el joven, a lo que Noeh se detuvo y soltó la falda de su compañera. Luego la chica vio a su alrededor cómo todos la observaban con mucho odio.

—¡Ay! ¡Por favor! Me tratan así porque no lo saben. ¡Esta maldita estúpida es una resbalosa, una cualquiera! —Comenzó a decir la joven señalando a Dolores y confundiendo a todos.

Tenían seis meses de conocer a Dolores, por lo que no les podía caber en la cabeza lo que Noeh decía, ya que se trataba de una muchacha bastante tímida y callada, aunque eso no parecía ser suficiente para desmentir a la otra.

—Te lo suplico, Noeh. No hagas esto —pidió Dolores justo cuando rompió en llanto con sus ojos posados en su agresora. Ella le miró con desprecio y rio un poco al notar sus lágrimas.




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