POV: LEONARDO
Abotono mi saco mientras me adentro al casino, hoy no pensaba salir, sino despertarme temprano y trabajar en mi despacho y luego pasar tiempo con Carina como debe de ser, no quiero darle motivos para que haga preguntas, no cuando las respuestas las tengo, pero sólo serán un daño para ella, peor en estos momentos.
Entro al despacho de Franco molesto, cierro la puerta detrás de mí avanzo a su escritorio.
—A ver —exclamo. —. ¿Qué es lo urgente? —pregunto.
Gira sobre su asiento dándome la cara.
—Relájate hermano, sabes que no te llamaría por cualquier estupidez —aclara.
Bufo y paso a sentarme frente a él.
—Lo siento —él tenía razón. —. Pero tenía mi día planeado, y Carina está muy rara.
—Mmm, ¿y ya lo hicieron? —pregunta mirándome de forma acosadora.
—¿De qué estás hablando Franco? —entrelazo mis dedos dándole una mirada de pocos amigos.
Mueve sus cejas divertido.
—Sabes de que te hablo —se inclina más hacia delante, y empieza a buscar entre unos papeles.
—Por favor Franco, ¿es en serio? —reclamo rodando los ojos. —. ¿No crees que debería darle tiempo? Además, es como si la tocara estando inconsciente.
—Pues te fallará fingir que son un matrimonio de verdad, siempre hay intimidad —suelta las hojas sobre el escritorio y posa sus palmas sobre ellos. —. A menos que tú miedo es que sólo sabes...
—¿Quién dice? —lo interrumpo.
—Carina será una prueba de ello —anota señalándome.
—Si fueras mujer —murmuro inclinándome hacia delante.
—No lo soy —farfulla antes de que pueda continuar y río. —. Ves, puedes ponerte bravo, pero yo soy tu medicina...
—Y mi mujer —aclaro, antes de que proceda.
Menea la cabeza haciendo una mueca con los labios.
—Claro, tú mujer, lo digo yo y te niegas hasta más no poder —reprocha.
—Ya habla —demando, inclinándome hacia atrás, apoyando mi espalda al respaldo del asiento.
Empuja lentamente los papeles hacia mí.
—Ahí está todo lo que necesitas saber de quién deberías cuidarte —suelto una risa sarcástica. —. No estoy bromeando.
—Yo tampoco —aclaro, le doy una breve mirada y tomo los papeles para revisarlos.
—Leonardo, viniste aquí, hiciste desastres, robaste clanes, uniste tu ejército, sin justificación y pensabas tomar un avión y regresarte a Italia así nada más.
Bajo un poco los papeles para verlo a los ojos.
—No necesito justificación —aclaro. —. No me interesa —lanzo los papeles sobre el escritorio. —. No me incomoda la conciencia hacerles la guerra a cualquiera de éste país, igual, ¿de qué le sirven a la sociedad? —me encojo de hombros alzando las manos.
—Lo sé, no tengo un año conociéndote, sólo que —se para de su asiento, camina hasta el mío y se sienta al borde de la mesa. —. Tienes una esposa —anota. —. Rusa, de la que te estás enamorando, aunque lo niegues, y ella será tu punto más débil Leo, te lo aseguro, por lo que sería muy bueno que te deshicieras de tantos enemigos de éste país.
Él tiene toda la razón, tal vez Carina me estaba robando el corazón sin darme cuenta, lo que menos quiero es que sea mi punto débil, una mujer no puede ser mi punto débil, ya una tiene ese privilegio y es porque lo merece, no necesito a otra, no habrá una lista porque sólo seguirá habiendo una, duela como duela.
—Te entiendo, ¿qué pretendes? —pregunto levantando la mirada.
—Ése tipo ha organizado un evento, ve, así decides si eliminarlo u establecer paz.
—No vine a hacer amigos —aclaro parándome del asiento.
—Tampoco a casarte, mucho menos enamorarte —me señala, y regresa hacia su lugar.
—A ver, ¿terminaste? —pregunto.
—¿Qué hizo tú amiguita esa con los chicos? —pregunta con más seriedad.
—No lo sé —contesto sin darle importancia. —. Tampoco me importa —declaro.
—No me lo tomaría tan así de sutil, ya te puedes ir señor enamorado —dice, poniendo su mirada en su ordenador.
Quito el lapicero que tengo en el bolsillo de mi saco y se lo lanzo.
—Me traes loco —espeto.
—¡Oye! —exclama. —. Será Carina, no yo.
Tomo los papeles sobre el escritorio y salgo de su despacho, salgo del lugar y me monto en mi camioneta, observo la foto del viejo y procedo a seguir leyendo su información.
Leo lo que puedo y luego lo arrojo a los asientos traseros de la camioneta, tomo el volante y pongo la camioneta en marcha, esto no me hará detenerme, no cuando tal vez me tendieron una trampa y terminé con la mujer equivocada.
Antes de ir a casa, paso al negocio para asegurarme de que todo estuviera en orden y avisarles a mis hombres de lo tan atentos que los quería, por ahora no pensaba mandar a más gente al otro lado, sólo porque quiero estar tranquilo y no alterar a Carina, quiero que recuerde, pero también quiero aprovechar el tiempo.
Detengo la camioneta frente a la casa, me quito el cinturón de seguridad y bajo, desenredo el rosario de mis dedos y me lo coloco en el cuello antes de entrar.
La casa está en completo silencio, he llegado temprano, yo pensé que Carina en mi ausencia se la pasaba con las chicas de servicio, claro, ella no recuerda nada y tal vez se sienta incómoda.
Camino hasta la cocina y solamente está una de las chicas de servicio.
—Buenas tardes señor —farfulla inclinando la cabeza.
—Hola —mascullo sin elevar la voz. —. ¿Carina no suele estar aquí contigo? —pregunto frunciendo el ceño.
—Sí, aunque pasa más horas en el jardín, hoy simplemente se encerró luego de que usted salió —me explica.
¿Se encerró?
¿Habrá recordado algo?
—¿Pasó algo? —indago preocupado.
Ella niega con la cabeza.
—Sólo me dijo que le dolía la cabeza y ya.
Mi corazón deja de latir por el susto, la miro a ella algo consternado.
—Está bien —trago con dificultad y me doy la vuelta.
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Editado: 28.05.2024