“Soy vegetariana”.
Giovanna no sabía cómo reaccionar ante el secreto de la dragona. No la conocía lo suficiente como para que ese secreto fuera una gran revelación para ella.
Y aun así se atrevió a preguntar:
— ¿Y los cráneos? ¿Los soldados muertos?
— Los cráneos son solo una decoración. Para darle un aspecto tétrico a mi cueva — la dragona levantó la otra mano e hizo unos sonidos fantasmagóricos. Luego levantó los hombros —. Eso no impiden que vengan más soldados a molestar — miró a Giovanna con ojos incriminatorios -. Ahora que lo pienso ¡Que vengan! ¡Todos los que quieran! ¡La puerta está abierta! Lo que más necesito ahora son materiales de arte.
Mientras la dragona se reía con sus propios comentarios de humor negro Giovanna buscaba un poco de comodidad. Imposible. La forma en la que Skandi la agarraba era de lo más incómoda. La mano de la dragona era demasiado caliente haciendo que su cuerpo sude a mares. Giovanna jamás había sudado de esa forma en toda su vida, y eso que una vez estuvo dentro de una casa en llamas. Sin embargo ese era el menor de sus males. El agarre también adormecía su cuerpo. Si Skandi la llegase a soltar sería lo mismo que dejar ir una muñeca de trapo. Giovanna tendría que esperar entre diez a quince minutos para poder recuperar la movilidad. Tiempo que no tenía.
— Verás, yo no soy una conquistadora ni nada por el estilo. No quiero destruir Milligan ni que forme parte de mi imperio o alguna mierda por el estilo. Eso es cosa de otros monstruos, una filosofía que no comparto.
— ¿Entonces por qué les haces daño? — preguntó Giovanna. El agarre le impedía moverse, pero no hablar.
Ella quiso añadir: “Tampoco es que me importe”. En parte era verdad, ella y Milligan jamás se llevaron bien. Pero eso no quería decir que ellos se merecieran que una psicópata los esté atormentando porque sí.
— Se supone que es algo que los dragones debemos hacer. Siempre somos los villanos de las historias, pero no es algo que me importe si te soy sincera — la dragona esbozó una sonrisa sádica —. Aunque no te voy a negar que es divertido.
El pequeño concierto de risas espectrales empezó con una nota fuerte.
— ¿Algunos de esos idiotas se preguntó que hago yo con todo el dinero que me dan? — le preguntó Skandi a Giovanna.
¿Era una pregunta retórica? Giovanna no tenía idea de que estaba hablando. La dragona se movió, pisando más monedas en el proceso. Encendió unas cuantas velas más.
Giovanna recordó lo que Arton le había contado mientras bebían en Zandie. La dragona trataba cruelmente a los habitantes de Milligan, les cobraba grandes cantidades de dinero a cambio de no destruir sus hogares, llevarse la mitad de sus cultivos (para eso si tenía una motivación), la dragona era vegetariana, y llevarse sacrificios: hombres, mujeres, niños, ancianos de su elección.
— Nada — respondió la dragona —. Casi nada, a veces una dragona tiene que comprarse sus cositas. El dinero está disponible para cualquier “valiente aventurero” — esas últimas palabras las dijo con mucha sorna — pudiera tomarlo. Solo tienen que ganarme en una batalla — Skandi se río de forma confidente —. Por cierto, nadie lo ha conseguido.
Skandi vio y sintió como Giovanna temblaba en su mano. Era obvio que estaba asustada ante su presencia. Sonrió con maldad. El horror humano le gustaba mucho, y le gustaba todavía que la razón del pánico fuera ella. La hacía sentir grande y fuerte.
Y lo más importante buscaba reflejarlo en su obra.
— No soy una conquistadora. No soy una ladrona. No soy una esclavista. Yo, Skandi, soy una artista.
Encendió la última vez revelando sus piezas artísticas, Giovanna gritó de horror.
— Todos son críticos — dijo Skandi con sarcasmo.