Después de despedirse en la esquina de siempre, Alejandro no podía dejar de pensar en Emilia. La chispa que había sentido en la librería se había convertido en una llama que no podía ignorar. Sabía que necesitaba verla de nuevo, necesitaba saber si ella sentía lo mismo.
Mientras tanto, Emilia también reflexionaba sobre sus encuentros con Alejandro. Había algo en él que desafiaba la primera impresión de seriedad que transmitía su traje y su trabajo. En su compañía, había descubierto un hombre capaz de apreciar la belleza de la poesía y dispuesto a explorar nuevos mundos.
Unos días más tarde, Alejandro decidió actuar según sus sentimientos. Tomó su teléfono y marcó el número de Emilia, su mano temblaba ligeramente.
—Hola, Emilia, soy Alejandro. Espero no estar llamando en mal momento —dijo, intentando mantener la calma.
—¡Alejandro! No, para nada, es un buen momento. ¿Cómo estás? —respondió ella, su voz clara y cálida a través del teléfono.
—Estoy bien, gracias. He estado pensando en nuestras conversaciones y... me preguntaba si te gustaría visitar una exposición de arte que abren este fin de semana. Creo que podría interesarte —propuso Alejandro, sintiendo un nudo en el estómago.
—Me encantaría, suena como una perfecta aventura. ¿Cuándo vamos? —dijo Emilia, su entusiasmo evidente.
Acordaron encontrarse el sábado en la galería. Cuando llegó el día, Alejandro estaba en el lugar antes de la hora acordada, nervioso pero expectante. Emilia llegó poco después, llevando un vestido ligero que complementaba el día soleado.
La exposición era una colección de arte moderno, con obras que desafiaban la percepción y la realidad. Mientras caminaban entre las instalaciones, discutían sus impresiones sobre las obras, riendo a veces por las interpretaciones abstractas.
—¿Qué te parece esa pieza? —preguntó Emilia, señalando una escultura compleja que parecía cambiar según el ángulo desde el cual se miraba.
—Es fascinante... Me recuerda un poco a nosotros, ¿sabes? Cada vez que nos encontramos, parece que descubro una nueva faceta tuya —comentó Alejandro, observándola con una sonrisa tímida.
Emilia se volvió hacia él, su expresión suavizada por la sinceridad en sus palabras.
—Creo que eso es lo maravilloso de conocer a alguien, cada momento es una revelación. Y estoy disfrutando mucho nuestras revelaciones —dijo ella, su mano rozando la de él brevemente.
Continuaron su recorrido, cada obra de arte llevándolos a compartir más sobre sus vidas, sus sueños y sus miedos. La tarde se extendió en un entrelazado de conversaciones y silencios cómodos, hasta que el sol comenzó a ponerse.
—Emilia, estoy realmente feliz de que hayas venido hoy. Me hace pensar... que me gustaría seguir explorando nuevas experiencias con vos —dijo Alejandro, deteniéndose ante ella.
—Alejandro, yo también. Hay algo muy especial en lo que estamos descubriendo juntos —respondió Emilia, mientras miraba fijamente a Alejandro
Con el atardecer tiñendo el cielo de tonos rosados y naranjas, se despidieron con una promesa no dicha de muchos más días como aquel.