La Esencia del Amor

Capítulo 4: Colores del corazón

La relación entre Alejandro y Emilia florecía con cada día que pasaba. Compartían risas, sueños y secretos, construyendo un mundo propio donde todo parecía posible. A pesar de la felicidad creciente, en todo crecimiento siempre hay pruebas que enfrentar, y la de ellos llegó en una tarde tranquila a orillas del río.

Mientras paseaban tranquilamente, un vendedor de arte callejero les ofreció echar un vistazo a sus pinturas dispuestas contra el muro bajo de piedra del paseo. Entre las vibrantes acuarelas y óleos, Alejandro se detuvo ante una obra en particular: un paisaje urbano en tonos grises, con figuras solitarias dispersas por esquinas y balcones.

—Es hermosa, pero me recuerda a cómo me sentía antes de conocerte —comentó Alejandro, su tono ligeramente melancólico al señalar la pintura.

Emilia observó la obra y luego miró a Alejandro, notando la sombra de soledad en su expresión.

—Alejandro, ¿alguna vez te sientes así ahora, incluso estando juntos? —preguntó, su voz cargada de una preocupación suave pero profunda.

Alejandro exhaló lentamente, sus ojos aún fijos en la pintura. Se volvió hacia Emilia, su mirada buscando la suya.

—A veces, Emilia. A veces temo que todo esto sea solo un hermoso sueño del que despertaré. Vos lograste cambiar mi mundo de tantas maneras, y me asusta pensar en perder eso.

Emilia entrelazó sus dedos con los de él, su tacto cálido y firme.

—Creo que todos tenemos esos miedos, especialmente cuando encontramos algo tan bueno que tememos que pueda desaparecer. Pero estamos acá juntos, enfrentando estos miedos. Y cada día que pasa, nuestro mundo se hace más real, no menos.

Alejandro sonrió ligeramente, aliviado por su comprensión.

—Tenes razón. Es solo que nunca pensé que sería parte de algo tan profundo. Me hace querer ser mejor, por vos, por nosotros.

—Y lo sos, Alejandro. Cada día, lo sos —respondió Emilia, su sonrisa iluminando su rostro bajo la luz crepuscular.

La pareja continuó su paseo a lo largo del río, la conversación fluyendo más libremente ahora que Alejandro había compartido su inquietud. Hablaron de los lugares que querían visitar juntos, los libros que deseaban leer el uno al otro, y los sueños que cada uno tenía para el futuro.

—¿Sabes? Siempre quise aprender a pintar —confesó Emilia en un momento, señalando a un grupo de estudiantes que esbozaban el paisaje del río en sus cuadernos.

—Podríamos tomar clases juntos, si te gusta la idea —sugirió Alejandro, entusiasmado con la posibilidad de compartir otra experiencia con ella.

—Me encantaría eso —dijo Emilia, su rostro reflejando la alegría de la propuesta.

A medida que la noche caía y las estrellas comenzaban a brillar sobre el río, la pareja se sintió más unida que nunca. Alejandro, reafirmado por el apoyo de Emilia, se sintió fortalecido en su compromiso de enfrentar cualquier desafío que pudiera surgir. Sabía que, pase lo que pase, quería enfrentar cada día con Emilia a su lado.

Con promesas de futuras clases de pintura y muchos otros proyectos compartidos, Alejandro y Emilia se despidieron esa noche, cada uno sintiendo que su conexión se había profundizado aún más, un lazo fortalecido no solo por la alegría compartida, sino también por la vulnerabilidad y el apoyo mutuo.




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