Alejandro y Emilia, aún en el inicio de su relación, se encontraban navegando las aguas turbulentas de un amor joven en París. La ciudad, con su ritmo implacable y sus exigencias incesantes, era el telón de fondo de su noviazgo, que, aunque lleno de pasión, no estaba exento de dificultades.
La lucha por mantenerse a flote en una ciudad cara y competitiva comenzaba a pasar factura. Alejandro, cuyas ventas de arte eran esporádicas, sentía la presión de proveer y mantener un techo sobre sus cabezas. Emilia, con su poesía, encontraba consuelo en las palabras, pero la realidad de sus finanzas era un poema que no sabía cómo escribir.
—¿Estamos viviendo un sueño imposible? —preguntó Emilia una noche, mientras la luz de la luna se filtraba por la ventana de su pequeño apartamento.
—Tal vez —respondió Alejandro, su voz cargada de fatiga. —Pero es nuestro sueño, y eso tiene que valer la pena.
Las discusiones se volvían más frecuentes, cada una dejando una pequeña cicatriz en su relación. La pasión que una vez los había unido ahora parecía insuficiente ante la realidad de sus desafíos diarios.
Un día, Emilia recibió una oferta para unirse a una gira de poesía por Europa. Era la oportunidad que había estado esperando, pero también significaba dejar a Alejandro atrás.
—Deberías ir —dijo Alejandro, ocultando su tristeza. —Es tu oportunidad de brillar.
Emilia, desgarrada entre su amor y su carrera, tomó la decisión más difícil de su vida. Partió hacia la gira, dejando a Alejandro en París, solo con sus pensamientos y sus lienzos.
Los días sin Emilia eran largos y solitarios. Alejandro comenzó a cuestionar su arte, su vida y el amor que había dejado ir. La ciudad ya no era la misma sin Emilia; París había perdido su color.