El rey no dejaba de dar vueltas en la sala. Paseaba de lado a lado del despacho, mientras Orión estaba sentado en la silla de cuero.
Caesar se llevaba las manos a la cabeza de vez en cuando y miraba a su hijo de refilón, como si el joven tuviera respuestas a un problema que no conocía.
El joven no le estaba prestando mucha atención. Tenía la mirada puesta en el jardín, donde Atena y su madre conversaban. No podía evitar sonreír. Conocía a la hija del general desde niños, a pesar de no tener un título noble, a su padre le había parecido bien que ambos se relacionaran. El no iba a cuestionarlo, Erik era uno de sus hombres de más confianza y se esperaba que un día la joven estuviera a su lado, ya sea como esposa o consejera.
Orión no podía negarse que había caído en los encantos de la joven, unos que ella no sabía que tenía, y eso la hacía más letal. Amaba sentarse a leer con ella, o compartir clases juntos. No sabe muy bien cuando paso de ser cariño fraternal, a estar enamorado. Pero parecía que a su entorno no le disgustaba que la albina tuviera la atencion del heredero. El moreno estaba feliz por eso. Sabía que se tenía que casar por obligación, pero al saber que el pueblo y la corte la querían a ella como reina,. no rechazaba tanto la idea.
-Padre, creo que deberíamos volver a los temas de hoy- El heredero llevaba casi cuatro años aprendiendo de su padre. Lo acompañaba a los viajes cercanos, iba a todas las reuniones y, desde el año pasado, había empezado a delegarle trabajo y a pedir su opinión en diferentes temas.
-Creo que hoy acabamos, hijo- el rey se sentó en la silla de enfrente. Y recogió un par de pergaminos para tenderlos a su hijo- Necesito que revises estos documentos e idees un plan de actuación- Cuando Orión se disponía a marcharse, el soberano volvió a hablar- Y deberías comentarlo con Atena.
Con un manojo de folios entre las manos, el heredero se dispuso a encontrar a su vieja amiga.
No sabia muy bien por que, pero desde hacia un par de años, ambos jóvenes se habían distanciado. Con sus deberes con su padre, casi no tenia tiempo para la muchacha.
Conocía todo su horario. Por las mañanas, asistía a las clases que habían compartido desde niños, y a las que él ya no podía asistir. Marcus, su tutor, siempre destacaba la inteligencia de la de ojos plateados, y le gustaba enseñarle cosas fuera del horario; como estrategias de comercio, planes de batalla o más idiomas de los que hablaban. Atena siempre había destacado por la facilidad con la que aprendía cosas. Desde niña había aprendido a hablar tres idiomas, y ahora, con los nuevos tratos comerciales y las posibles alianzas, la joven era la encargada de la traducción para sus soberanos. Orión, sorprendido desde siempre, no entendía como una joven con apariencia tan enfermiza pudiera hacer todo lo que hace.
Desde niños, el heredero miraba a Atena como alguien a quien había que proteger incluso de la brisa. Por su piel pálida, de niña no había podido jugar fuera del palacio. Era pequeña y demasiado delgada. De jóvenes, con los vestidos sueltos y más cortos en verano, se podía ver sus extremidades delatadas. Siempre llevaba un sombrero, para que la claridad no molestara a sus ojos claros.
Desde los seis años, ella prefería sentarse y leer un libro antes que aprender a montar a caballo o simplemente salir a pasear.
Sus padres siempre estaban juntos y, mientras el se dedicaba a seguirlos para ver todo lo que hacían, Atena había estado con su madre desde niña. La reina la había educado y le había enseñado todo lo que sabía como mujer, a falta de su madre biológica.
A Orión le encantaba que ambas se llevaran tan bien, pero sabía que su madre no era imparcial a la hora de elegir pareja para ambos. Calisa ansiaba que ambos acabasen casados. Por lo que había denegado todas las propuestas de mano para Atena.
Le gustaría decir que no lo agradecía. Atena era lo único que conocía fuera de su familia, y lo habían criado con la idea de que no amaría a su futura mujer. Para Orión, la albina no era mala opción, la quería desde que ambos eran niños.
Pero sus opiniones eran contradictorias. La joven parecía tan débil que dudaba que pudiera aguantar un embarazo o el estrés de la corona.
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Atena estaba sentada en la ventana de la biblioteca, con un libro entre las manos. Así la encontró Orión, totalmente absorta en el libro que estaba leyendo. Sin hacer ruido, el joven se acerco a su amiga. Ambos eran de pocas palabras, pero el moreno se sentía a gusto con ella. Solo se sentó a su lado, y se puso a mirar por la ventana, que daba a los jardines del palacio.
- Me vas a decir por que estas aquí, ¿o voy a tener que seguir esperando a que hables?- Atena había bajado el libro y ahora lo estaba mirando fijamente.
Desde que eran niños, Orión se había enamorado de los ojos de la albina. Eran como ella, únicos.
Todos los nobles que conocía, le apartaban la mirada, como si no quisieran que la joven fijara la mirada en ellos o que no los observara a los ojos.
Los ojos de Atena era grises. Tan claros que se podían confundir con la cornea. Mucha gente, Atena al círculo de los jóvenes, les habían preguntado si la noble era ciega. De niños, no lo habían entendido, pero con los años, asumieron que buscan una excusa para darle una explicación a un suceso tan único.
Al igual que ella, sus ojos eran delicados. La verdad, es que le daban aún más aspecto de enferma. La carencia de un color llamativo, como el azul, la había convertido en las historias de terror que las damas le contaban a sus hijos. Como si con una mirada, Atena pudiera robar el alma de quien la mira.
Sin decir nada, Orión le tendió los papeles que tenía en la mano. Atena dejó el libro a un lado y se incorporó para empezar a leer lo que le tendía el moreno.
- Mi padre dice que me vendría bien tu opinión- Orión empezó a explicarle todo- Desde hace años que los aldeanos de la parte sur de la ciudad se han estado revelando. Pero desde hace semanas, parecen mas organizados. Se han empezado a reunir por las noches, los grupos se están juntando. Parece que se han dado cuenta que hacen algo más de ruido juntos que por separado.