La Espada de las Estrellas (asesinos interestelares)

Capítulo 5 El juego.

El monstruo permanece oculto mientras los Dioses tratan de no ser atrapados. Esto es una misión imposible, porque nadie escapa de las garras de un Eterno.

Apostar a ganar y perder, será la única salida y será preciso arriesgarlo todo para regresar a casa, sin embargo, se perderá todo en un solo movimiento como en una partida de ajedrez.

 

Cofelías, mira con los ojos desorbitados al anciano que sonriente, coloca su bastón en el piso después del veloz ataque que ha propinado al Dios del Tiempo.

Émoran, gira su cuerpo y lentamente se prepara para abandonar a su confundida víctima y continuar su camino, cuando el nuevo mortal, mirando sus ropas, se percata que la herida causada por la espada del Eterno, ha desaparecido. El maestro Cofelías, cuestiona al anciano con voz asustada.

— ¿Que me has hecho anciano? ¿Quién eres tú? —Émoran se detiene por un momento, gira únicamente su cabeza, mira burlonamente a Cofelías y desaparece de la vista del mortal, al entrar nuevamente al Portal Negro.

El Dios del Caos saborea el momento, admirando la Llave del Tiempo que ahora le pertenece, pero la voz exigente de Dáriz, lo regresa al trabajo.

—Me parece que ya puedo retirarme. ¡Me gustaría mucho llevar a mi hijo a casa!

Émoran escucha lo que dice el Eviterno, mientras esconde el botín del robo en una cápsula de tiempo, dando un golpe en el piso, con su bastón a la vez que responde.

—Partirás en el momento que yo lo diga, por ahora, guarda silencio.

El Eterno, vuelve a golpear el piso y Dáriz, termina atrapado en otra cápsula de tiempo. Con una expresión malévola en el rostro, El Dios del Caos comienza con otra parte de su plan. Escudriñando el cielo desde el interior del Portal Negro, fuera del alcance de Cofelías, busca al siguiente ser que necesita para sus planes.

Después se varios minutos, Émoran localiza al segundo ser viviente que requiere para poder ejecutar lo que ha planeado durante milenios. El Eterno dice para sí en su mente.

— ¡Ahí está! ¡Siento claramente su presencia! Esto será rápido.

El Dios del Caos, de nueva cuenta, sincroniza el Portal Negro con la presencia del segundo ser que requiere, para sus fines perversos y desaparece del Planeta Naplat. Un momento después, Émoran aparece en el Planeta Layo, acompañado de la cápsula de tiempo que contiene a Dáriz y la cápsula que contiene a Akábul.

Este mundo es un lugar muy primitivo, pero alberga criaturas vivientes muy inteligentes. En el Planeta Layo, no existe un Portal de Llegada, por lo que Émoran, es depositado por el Portal Negro, muy cerca del ser que busca. El Eterno, puede ver a lo lejos, en la oscuridad de la noche, a una pequeña tribu de seres vivientes que están establecidos en el lugar, aunque sólo puede ver las pequeñas carpas y tiendas fabricadas de pieles de animal.

El Eterno, observa las carpas improvisadas y deduce que hay seres vivientes, porque él, no puede mirar a nadie debido a que ha quitado la inmortalidad a un Eviterno y ha vuelto a su estado primordial.

Émoran sale del Portal Negro y al acercarse a las carpas, el Eterno golpea tres veces el piso con su bastón y es entonces, cuando puede mirar a las personas que se encuentran ahí y se da cuenta que la mayoría de estas, duermen apacibles bajo el cobijo de una fresca noche en el interior de sus tiendas.

El Eterno, mira en todas direcciones hasta que logra encontrar la presencia del ser que busca. Émoran se dirige sigiloso, pisando con cuidado sobre la gravilla suelta del terreno, tratando de no hacer ruido. El anciano, trata de llegar sin ser visto hasta donde se encuentra una pequeña carpa de color rojo, con mantas blancas que cuelgan por todo el rededor del aposento provisorio, del que sale un poco de luz de unas antorchas que iluminan el interior del hogar temporal.

El Dios del Caos, se aproxima por el frente de la carpa y sin más, entra en ella, levantando una de las mantas blancas que funciona como puerta. En el interior, encuentra dormido a un hombre muy joven, despierta al sujeto que se haya sobre un montón de pieles de animal, acostado boca abajo y vestido con una túnica blanca y delgada. Émoran, golpea suavemente con su bastón la cabeza del sujeto, que un poco sorprendido, abre los ojos y después de enderezar su cuerpo, cuestiona al Eviterno con una voz somnolienta.

— ¿Qué quieres anciano? ¡Si tienes alguna queja, ven a verme en cuanto amanezca y has fila, como seguramente lo harán los demás!

El adormilado joven, vuelve a acostarse sobre su costado izquierdo y el Eviterno, tranquilamente, se recuesta junto a él por sus espaldas y pregunta en voz baja.

— ¡Tu eres Liorón Rúyer, el mejor jugador! ¿No es así?

El joven, se voltea y sin levantarse, exclama un poco molesto al Eterno, que acostado, mira el techo de la tienda con una notoria sonrisa.

— ¡Por favor anciano, sal de mi casa y regresa en la mañana! No me obligues a levantarme y a sacarte a empujones de aquí.

Émoran, vuelve a ponerse en pie y después de sacar una bolsa de piel negra de entre sus ropas, exclama desairando al mortal.

— ¡Me voy! Creo que prefieres seguir durmiendo en esta pocilga, que en un palacio propio.




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