Era una tarde de principios de junio, y el sol se colaba perezoso entre las ramas de los Yuchanes. Tania, la yaguareté, descansaba a los pies de uno de ellos, disfrutando del sonido del río Bermejo a lo lejos adornado con el canto de los pájaros.
Nalá, uno de sus cachorros, interrumpió su descanso recostándose panza arriba entre sus patas.
—Mamá, ¿puedes contarnos la historia de cómo os conocisteis papá y tú? —preguntó, girando la cabeza para mirarla.
Tania abrió los ojos y se irguió, dando un cariñoso lengüetazo a Nalá.
—¿Esa es la historia que queréis que os cuente hoy?
Takajay, que jugaba a atrapar lagartijas imaginarias, se detuvo al escucharlos y corrió a sentarse junto a su hermano.
—¡Sí, sí, sí! —exclamó apoyando la petición de Nalá.
—Empezaré contándoos que yo no nací aquí, como vosotros, sino en cautividad. Vivía en el zoológico de Batán.
—¿Eso está muy lejos? —quiso saber Takajay, intentando imaginar qué clase de lugar sería un zoológico.
—Bastante lejos. —Asintió con la cabeza.
—¿Fue ahí donde te pasó lo de la pata?
Los dos cachorros dirigieron la mirada hacia la pata derecha de su madre. Le faltaba el pie.
—Sí. Me acerqué demasiado a la jaula de mi vecino, un tigre por demás malhumorado, y me atacó.
—¡Wow, debió dolerte un montón! —exclamó Nalá con los ojos bien abiertos.
—Sí, pero fue hace mucho tiempo. Hoy en día, de eso queda solo un recuerdo borroso en el fondo de mi memoria. —Movió la cola, espantando un insecto que volaba demasiado cerca—. ¿Sigo con la historia?
—Sí, sí, sí —respondió Takajay, pegando un par de saltitos y sentándose de nuevo.
—Un día, los trabajadores de la reserva encontraron al último de los yaguaretés del Impenetrable, que vivía en libertad recorriendo el bosque. Cruzaba el río Bermejo y cazaba en los alrededores y en campos vecinos. Se alegraron tanto de haberlo encontrado, que no tardaron en ir a visitarlo.
—Hablas de papá, ¿verdad? —preguntó Nalá.
—Sí. En esos días fue cuando le pusieron su collar, para poder conocerlo mejor. Y lo llamaron Qaramta, "el que prevalece".
—¡Es un nombre muy bonito! —exclamó Nalá—. ¿Y qué pasó después?
—Como Qaramta estaba solo, decidieron que algo tenían que hacer. Y entonces me invitaron a mí a vivir al Impenetrable. El viaje fue largo, y no voy a deciros que no me asusté, pero cuando llegué aquí quedé maravillada. —Alzó la cabeza, mirando a su alrededor para llenarse los ojos con la belleza del bosque—. ¡El lugar era tan distinto al zoológico, y tan hermoso! Los sonidos de los animales llenaban mis oídos, los olores abundaban en todas direcciones... Ya no pensé más en el viaje y comencé a explorar mi nuevo hogar.
Tania volvió a mover la cola, espantando un par de insectos que revoloteaban sobre Takajay. Juguetón, él hizo el intento de derribar uno de un zarpazo.
—Los trabajadores —continuó su madre—, con la ayuda de otros humanos que también viven cerca de aquí, construyeron una serie de recintos muy grandes donde me sentí mejor que nunca. —Sonrió, recordando sus primeros días en el Impenetrable—. Ellos hicieron posible que, aunque no pueda vivir en libertad por lo que me pasó en la pata, me sienta como en casa.
—¿Nosotros podremos salir más adelante? —preguntó Takajay, interesado, imaginándose las aventuras que les esperaban del otro lado del cerco.
—Sí, cuando tengáis suficiente edad y sepáis cazar solitos.
—Takajay, deja que termine la historia —le pidió su hermano—. Sigue, mamá. ¿Cuándo viste a papá por primera vez? ¿Cómo fue?
—Yo estaba descansando, como ahora, cuando un movimiento llamó mi atención entre el follaje. Se acercó al cerco lentamente y yo me incorporé, nuestros ojos se encontraron y fue amor a primera vista. —Volvió a sonreír—. Desde entonces comenzó a visitarme, yo lo esperaba con ilusión cada día. Él me contaba sobre su vida en el Impenetrable y las maravillas de la libertad. Yo le hablaba de mis experiencias, y de los humanos, de lo buenos que eran conmigo. Porque no todos son malos, también tenemos amigos que nos ayudan.
—Como los cuidadores —completó Nalá, girando sobre sí mismo para luego levantarse, y se sentó al lado de su hermano.
—Exacto. Un buen día, los cuidadores abrieron las puertas de mi recinto, y fue toda una sorpresa cuando Qaramta llegó a visitarme y se dio cuenta de que podía entrar. Desde entonces, nuestro vínculo se hizo más fuerte y pudimos compartir muchas más cosas. ¡Fueron días que recordaré por siempre! Sobre todo, porque así fue como nacisteis vosotros, la esperanza de los yaguaretés del Impenetrable.
Le dio un cariñoso lengüetazo a cada uno, y ambos se acurrucaron entre las patas de Tania. Pero poco después Takajay volvió a sentarse, pensativo.
—Mamá, ¿por qué nos dices siempre que somos la esperanza de los yaguaretés? —quiso saber.
—Porque quedamos muy poquitos, y los humanos temen que podamos desaparecer si no nos ayudan a recuperarnos.
—¿Por eso os presentaron a ti y a papá?
—Claro. Gracias a ellos, fue la primera vez que un yaguareté silvestre y una yaguareté criada en cautiverio tuvimos la oportunidad de enamorarnos.
—¿Y echas de menos a papá? —preguntó Nalá, refregando la cabeza cariñosamente contra el costado de su madre.
—Claro que sí. Pero sé que, cuando seáis un poco más mayores, se acercará a conoceros y volveremos a vernos. Hasta entonces, vosotros dos sois los únicos que necesito a mi lado para ser feliz. Mi Nalá, mi sol —dijo con una mirada cargada de amor—, y mi Takajay, el más valiente.
—¿Yo también podré conocer a una compañera cuando sea mayor? —preguntó este último.
—¿Y yo? ¡También quiero! —exclamó su hermano.
Tania sonrió.
—Claro que sí. Estoy segura de que, cuando llegue el momento, serán ellas las mamás que cuenten su historia de amor a vuestros hijos. Y así, la esperanza de los yaguaretés seguirá creciendo con cada uno de ellos.
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yaguaretés, apoyo a la biodiversidad, historia de amor y esperanza
Editado: 01.07.2024