Desde la ventana de la habitación del hospital, donde su padre residía, tampoco se veían las estrellas. Zara a menudo lo sorprendía contemplando el cielo con nostalgia, con aquel semblante gris que hacia juego con la monotonía de su ciudad, como esperando algo que nunca volvería. Día tras día, veía morir la esperanza en el rostro de su padre, cada vez más cansado y abatido, se estaba apagando como las estrellas que Zara jamás había visto, las cuales se habían consumido en el cielo.
__ ¿por qué papá siempre está triste? -le preguntó una vez a su mamá-
Su madre, una mujer con una sonrisa amable, pero con una mirada que estaba velada por la misma nube contaminada que el cielo de la ciudad.
__ Porque ya no quedan estrellas en el cielo -le contesto aquella vez con esa sonrisa triste de siempre-
Nuevamente Zara se sentía confundía, ¿Por qué necesitaba alguien las estrellas?, ella vivía perfectamente feliz sin nunca haberlas conocido.
__ Y, ¿para qué papá necesita las estrellas? -inquirió-
__ Para pedir un deseo -dijo su madre-
__ ¿Para pedir un deseo? -repitió la niña incrédula-
Y su madre sonrió, de verdad, con una sonrisa que ilumino sus ojos e incluso disipó la niebla que siempre los tapizaba.
__ ¿No lo sabes?, las estrellas conceden deseos -comentó-
__ ¿Conceden deseos?, ¡Yo también quiero pedir un deseo!
El rostro de su madre mantuvo la sonrisa, pero sus ojos volvieron a apagarse.
__ Pero, ya no hay estrellas -le recordó-
__ ¡Pues, entonces las traeré de vuelta! -decidió Zara con convencimiento, y salió corriendo antes que la mirada triste de su madre le extinguiera la esperanza-
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Editado: 15.11.2019