Durante los últimos meses la sustancia del cigarrillo se había vuelto el antidepresivo de Deborah Honey, aquella joven de cabellos marrones y ojos esmeralda que trabaja para el Rey Acorn, se podría decir que es una persona de confianza para la familia real. La joven recurrió a tranquilizarse con el cigarrillo por serios problemas, pues la princesa Sally, hija del Rey Acorn, había caído en cama debido a una grave enfermedad, y esto hacía de Deborah sentirse mal, triste ya que los médicos sentenciaron que la enfermedad de Sally era mortal y, por lo tanto, no se ha hallado cura alguna. Todo esto hacía sentir mal a Deborah, pues Sally apenas era una adolescente de trece años, tenía toda una vida por delante, y debe sentirse un castigo sin salida alguna para los padres e incluso para la misma Sally el recibir una noticia como tal.
Deborah lamentaba mucho este hecho, y cada vez que veía a Sally en graves estados, la hacía recordar a su madre, quien también falleció de una enfermedad, la diferencia es que la madre de Deborah al menos tenía un tratamiento para poder evitar el avance de su padecimiento, mas el problema aquí fue la economía; el maldito dinero, si bien no te trae felicidad, te accede a las puertas de la facilidad para obtener cosas de suma importancia, como por ejemplo, las pastillas, citas y viajes que tenía que realizar la madre de Deborah, pero lamentablemente, falleció por no tener estos alcances. La vida es una ironía: la madre de Deborah, tenía cura, mas no dinero; la princesa Sally, tiene dinero, mas no tiene cura, ¿es que acaso este es un círculo vicioso en el que estamos condenados a vivir?
Era el día de descanso de Deborah; ella suele vivir en la Casa Real de la familia Acorn, pero el Rey Acorn, Maximilian, dejaba a Deborah visitar su hogar ubicado en Sun City para pasar el día con su hermano menor quien aún asiste la escuela; el Rey Acorn le ofrecía chofer y algunos recados para ella y su hermano, así que ella accedía con tranquilidad y aceptaba la amabilidad de la familia Acorn. La joven Deborah se encontraba sentada en su sillón favorito de su sala, fumando de su tercer cigarrillo, pensando en la joven Sally, en su madre, tenía muchas cosas por reflexionar, hasta que se vio interrumpida por un joven de catorce años, de cabellos castaños claros y ojos cafés, quien le quitó rápidamente el cigarrillo y lo tiró a la basura. Mirándola muy mal, se sentó frente a ella, negando con la cabeza, a tal joven no le agradaba cosas que hacen daño a uno mismo.
—¿Enloqueciste? ¡Te estás pasando de la raya! —exclamó Dannie, el joven, hermano de Deborah.
—No seas exagerado, Dannie —refutó la joven Deborah cruzándose de brazos—. Tú... no me comprendes —agregó con una voz melancólica.
—Deborah, sé que el estado de salud de Sally te preocupa mucho, pero ten fe en que ella se va a sanar, ¿sí? —dijo Dannie, mirando de forma fija a Deborah, esta vez ablandando su mirada hacia ella.
—No, ella no va a sanar, ¡es por las puras tener esos pensamientos absurdos! —exclamó Deborah frustrada.
—¡¿Entonces por qué te sigues haciendo daño si ya sabes el destino de esa chica?! —levantó Dannie la voz, un poco molesto, ya que últimamente casi ni siquiera mantenía comunicación con su hermana por andar muy aislada—. ¿Sabes? ¡A veces me pongo celoso por el hecho de que mi hermana está más preocupada por la princesa Sally que por su propio hermano! Ni siquiera sabes cómo estoy en la escuela —concluyó Dannie delatando sus sentimientos.
El joven castaño, tras lo dicho, se conmueve un poco, pues era cierto lo que decía, Deborah parecía más preocuparle la familia real que a su propia familia, ni siquiera sabe cómo anda Dannie en la escuela, o cómo va su desarrollo social con su entorno; lo que Dannie pensaba es que, en vez que su hermana se la pase fumando y preocupada por la salud de Sally, debería prestarle más atención a él y disfrutar del día de descanso que le ofrecen junto a su hermano. Deborah pone la cabeza gacha, se avergonzó un poco de lo que le dijo Dannie, puesto que él era aún pequeño cuando la señora Honey falleció, a lo que la joven tenía algo que confesar.
—Dannie yo... perdón... —dijo Deborah ablandando el ceño y sentándose al lado de Dannie mientras reposaba su cabeza en el hombro de su hermano, quien halló a Deborah como su refugio—, tú eras muy pequeño para entender, hermanito, y lo que estoy sintiendo ahorita, si bien me da pena el estado de Sally, es más por la ausencia de mamá... —agregó Deborah mientras dejaba caer algunas lágrimas.
Dannie se sentía un poco culpable por hacerla sentir así, no sabía que el mal estado emocional en el que se encontraba Deborah no era por la princesa Sally, sino por su madre, estaba comenzando a sentir las consecuencias de la ausencia de quien alguna vez fue su figura de apego, una figura de apego no ambivalente, no evitativo, no desorganizado, sino un apego seguro, que siempre marcará los recuerdos de la joven y de Dannie; aunque quien más resultó herida, fue Deborah.
—No sabía que era por mamá... hermana, yo también te pido perdón, es que tú ya ni me dabas atención, y me duele no saber a quién contarle mis cosas, ¿sabes? —dijo Dannie triste, con la cabeza gacha.
—Prometo tener mis ojos en ti, prometí a mamá cuidar de ti, y lo cumpliré; estaba cegada, no sabía que mientras más me hundía en la tristeza, me alejaba de la promesa que le hice a mamá —dijo Deborah antes de darle un beso a Dannie en la mejilla.
—Tienes que saber que asimismo entiendo que tienes que estar centrada en tu trabajo con los reyes, así que sólo te pido que tu día de descanso salgamos, ¿sí? Por favor —hizo Dannie su humilde petición.
Editado: 26.01.2024