Ya eran altas horas de la noche, la movilidad de Deborah ya había llegado finalmente a la Casa Acorn, una infraestructura que consistía en muchísimas hectáreas, con hermosos y delicados acabados de pintura y tallados en las paredes, sí que las personas quienes construyeron la Casa Acorn eran muy buenos en lo que hacían, y era algo que Deborah siempre admiraba, amaba cada rincón de aquel hogar. Entonces, la joven tras llegar a su lugar de trabajo, se dirigió hacia la entrada del reino junto a Antoine D'Collette, en busca de su compañera Rougy, la mujer de ojos turquezas. ¿En dónde se encuentran, Antoine?, preguntó la joven Honey preocupada, a lo que Antoine respondió:
—En la misma habitación de la señorita Sally, Deborah —Esto dejó a ella confusa.
—¿La están operando en su misma... habitación? —preguntó la chica.
—Así es.
Y ahí tenía su respuesta, el lugar que buscaba Deborah resultó ser la misma habitación de Sally, aquélla cuya puerta de material cedro con acabados blancos y adornado con dibujos de las flores favoritas de Sally, ahora se había convertido en un quirófano. Ambos caminaron hasta cierto sitio del reino de los Acorn, y cuando llegaron, ahí hallaron a toda la familia real, así también como a los miembros de limpieza y otro personal de seguridad que contrataron los Acorn. En un sillón Deborah visualizó a los reyes Acorn, tenían facciones de preocupación; a Honey le daba pena, pues ellos eran tan buena gente, ¿por qué tenía que pasarles esto? Olvidaba ella que su madre también era un amor de persona, y es lamentable que haya tenido que sufrir mucho.
La joven se conmovió por dentro, sentir todo ese ambiente pesado le hacía recordar el pasado; lo único que hizo fue exhalar un largo suspiro la cual la hizo calmar un poco. Fijó su vista hacia el sillón en donde estaba Rougy, su compañera; estaba sentada sola, leyendo un libro. Deborah se dirigió hacia ella, y se sentó a su lado para que acto seguido, exhale otro suspiro. Rougy bajó su libro y lo cerró, con solo una mirada la analizó por completo, sabía que estaba mal, pues Rougy era muy intuitiva. ¿Todo bien, Deborah?, le preguntó Rougy, a lo que la joven solo hizo unos gestos que daban a entender que no estaba del todo bien.
—No te abrumes, linda —dijo Rougy con cierta pena, ya sabía la historia de Deborah—. Pobre Sally, parece que de esta semana no pasa —comentó Rougy con el mismo tono.
—Al parecer tienes razón —dijo Deborah—. Pobrecita, tantas cosas que tenía por perseguir: universidad, graduación, los dieciséis años... —concluyó.
—Qué pecado estarán pagando... —suspiró la mujer.
—Ay, no digas eso, es una niña...
—No de ella, de los padres —corrigió Rougy.
—Ellos son buenos, tanto con nosotras como con el pueblo —dijo Deborah en defensa de los Acorn.
—¿Amables? Sí. ¿Buenos? No hay nadie bueno en este mundo, Deborah, como dice el dicho, hay que temerle más a los vivos que a los muertos; nos dice que no existe nadie bueno y, si lo son, es por conveniencia —comentó Rougy mirando la puerta de la habitación donde se hallaba Sally.
Deborah se quedó mirando asimismo junto a Rougy aquella puerta que ambas siempre tocaban para ingresar a conversar con Sally ya sea para verificar que todo esté bien, pues ese era el trabajo de ellas dos, cuidar de Sally, eran como la seguridad solamente para la jovencita. Deborah se quedó pensativa en lo que dijo Rougy, analizando bien el tema, no cabe duda que se enfadó un poco por lo dicho, pues ella no cree para nada que su madre haya sido así, ella jamás le haría daño a alguien más. Ambas se quedaron en un profundo silencio, pues así se hallaba toda esa sala, en un infinito silencio que parecía nunca acabar y, que al mismo tiempo, generaba cierta ansiedad. Entonces, de repente aquel silencio fue interrumpido por una voz dolida cuyo remitente era el rey Maximilian, quien se había acercado a ambas.
Deborah y Rougy alzaron la cabeza para mirar al señor Acorn, el cual se encontraba con una mirada que detonaba tristeza, ira, rencor y ansiedad. Max dirigió su mirada hacia Deborah, la cual se preocupó un poco.
—Quiero hablar contigo, señorita Honey, y a solas, por favor, te espero en el pasadizo —dijo Max antes de retirarse e ir a dicho pasadizo.
—¿Qué habrá pasado? —pregungó Honey—. ¿Y si me echa?
—Ay, Deborah, por favor, no digas eso. Mejor ve y aclara tus dudas, ¿sí? No será nada malo —recomendó Rougy, a lo que Deborah hizo caso.
La joven exhaló un suspiro, y se dirigió hacia el pasadizo en donde el rey la estaba esperando. Antes de ingresar, Deborah calmó de sus nervios, y se armó de valor para ingresar a dicho sitio. Allí la estaba esperando Max, quien estaba ubicado frente a una ventana que daba paisaje a los hermosos jardínes del reino. Él se encontraba sudando, pareciera que estaba nervioso y con cierto miedo en sus facciones. Deborah aclaró su garganta, dando a entender que ya estaba presente tal cual él indicó. Max se dio la vuelta y se acercó hacia ella, la cual estaba confusa.
—¿Me llamaba, su majestad? —preguntó Honey con preocupación.
—Sí, Deborah, te llamé porque necesito de la presencia de tu compromiso en la siguiente petición —dijo Max con seriedad.
—¿Me puede decir en qué consiste esa petición, señor?
Max comenzaba a sentirse nervioso, se notaban en sus facciones, dejando ahora a Deborah muy confundida por la situación. El señor entonces se armó de valor, y comenzó a relatar su petición.
Editado: 26.01.2024