La señora Brizna, que había nacido en un planeta lejano, tenía el cabello de hermosas hebras rubias, y su rostro, que aun por los años solo se reflejaban la belleza del sosiego, no había envejecido mucho. Con la muerte del padre de Kalo y pasado el tiempo, su cuerpo ahora enjuto mostraba un color pálido, y de entre su pelo nacían cabellos plateados, que desordenados caían por su frente ajada.
El tiempo, que nunca espera y no detiene, hizo a los habitantes del planeta luego del ataque del rey Alcedor personas curtidas, cuyos corazones sollozantes solo salían frente a la luz artificial, que habían creado al perder a la amada estrella, el símbolo de la unión entre los primeros, el tiempo primigenio. Les tomo tiempo recuperar lo perdido, amargados cuando la luz artificial ya no llegaba ni a la superficie, ni a ningún lugar allende, hasta que hicieron más candiles y llenaron el planeta de la desolación de la perdida, porque esa luz fría no se comparaba a la caricia de la estrella, y esos anhelos por levantar la mirada no recibirían la esperanza de un nuevo día, en donde el dolor no estuviese.
Aún con ese pasado que iban apisonando, supieron cosechar esperanza en sus corazones, y esperaron pacientemente a que el príncipe creciera, para que él, con su inteligencia y su gallardía, buscara más allá en los abismos del espacio una estrella. Pero Kalo había cambiado, y aunque el reino entendía su perdida, el niño ahora joven se había hecho inflexible, con el corazón enjaulado, curtido, la mente envenenada de venganza. Además de haber crecido con la belleza de sus progenitores, y hacerse alto con el rostro anguloso y el cuerpo esbelto, seguía ciego, porque aún con luz, no veía.
Y sin las virtudes que tenía de niño, quién sabe si podría conseguir una estrella, que pudiese amar además, una estrella que pudiese proteger. No iba a pensar que no lo lograría, pero cada que pensaba en su partida, en cuando tuviera que viajar al espacio, lo meditaba, si la estrella que escogiese lo querría.
—Estas algo serio.
—¿No es algo habitual?
—Bueno sí, todavía no me acostumbro.
Kalo se acaricia un poco el cabello azulado, dejando que los mechones lacios caigan alrededor de su rostro rozagante, cuya belleza varonil admira su amiga.
—Tú siempre has sido alguien habladora, Samay —dice, caminando por entre los pasillos del palacio—. Pero hoy estas siendo algo fastidiosa.
—Es que... te tengo una buena noticia.
Kalo frena sus pasos y voltea a verla cuando su abrupta inmovilidad la detiene. Su cabello azabache cae por sobre su frente, mientras que sus ojos alazanes le miran nerviosamente.
—¿No quieres escucharla?
—¿Eso me hará feliz? —preguntó, sintiendo un leve tirón en la comisura de la boca—. Digo, desde que supe que serías una de los centinelas del palacio, fui lo suficientemente dichoso por un momento.
—¿No puedes volver a repetir el sentimiento? —Y se rio, con las manos en la espalda—. Cuando estudiábamos juntos, incluso cuando mirabas por la ventana, sonreías.
Samay contempló el rictus de Kalo, y estuvo en silencio un largo rato cuando volvieron a emprender camino. Kalo, príncipe, próximo rey, había estudiado en la escuela espacial como cualquier niño, su padre nunca lo instruyó en el palacio o le trajo tutores privados, él siempre dijo que, al ser rey, iba a ser padre y abuelo, y para eso, necesitaba conocer a su pueblo, su generación. No le entendió en su momento, pero agradeció su gesto sabio porque ahora tenía amigos, personas de fiar, que se volvían sus centinelas o emprendían viajes distintos.
—¿Y qué es eso de lo que te jactas en decirme? —Retomó la conversación, deteniéndose entre los pasillos, en donde una ventana horizontal dejaba entrar la luz artificial y el paisaje del abismo oscuro del espacio.
—... Tal vez te incomode lo que diré, pero —El joven irguió una ceja, pues el semblante de la chica había cambiado—, ¿no crees que es ya hora... de que vayas por una estrella? —Y ante el mutismo, añadió—: Somos seres que necesitamos calor, y sé que nuestro planeta todavía puede mantenerse sin una estrella, pero se está agotando. Además, vienes de un linaje solariego, y por generaciones siempre ha habido una estrella para nosotros, no podemos seguir esperando Kalo, necesitamos una estrella que nos proporcione calor y luz real.
—¿Y qué te hace pensar que el calor se está agotando? —Farfulló, aun así aparentando apacibilidad.
—Tu madre me lo contó. —Kalo se quedó pasmado, bajando la mirada—. Al igual que todos tengo miedo, tu madre lo sabe, y quiere que lo sepas, pero cuando te habla haces oídos sordos, y entonces... entonces nunca la escuchas.
Alzando la cabeza, observó entre las facciones juveniles de su amiga los ojos de la perdida, que aunque se camuflaban con el presente y esperaran el futuro, seguían ahí. Comprendió su urgencia al recordar su rostro frente al espejo, y entendió con pesadez que no podía seguir huyendo... pero su corazón no quería detenerse, necesitaba vengarse, necesitaba hacerlo, para sentirse en paz.
—Pero eso no es lo que quería decirte. —Samay tomo una gran bocanada de aire y soltó lo que tenía enredado en la lengua—. El rey Alcedor ha convocado una cosecha de estrellas, porque la suya ha fallecido.
Envalentonado por la noticia, Kalo sonrió de una forma tan alegre que Samay sintió su boca estirarse en respuesta. El príncipe la tomó de los hombros fuertemente y la sacudió.
—¿Hablas en serio? —Ante el sutil asentimiento de la muchacha, trago saliva —. ¿En serio? ¡¿En serio?!
—¡Sí! ¡Te lo estoy diciendo!
El peliazul respiró profundo y habló de forma franca sobre su nuevo objetivo.
—Iré al planeta de Alcedor —declaró—, y tomaré su estrella.
Brizna se mordió la uña del pulgar, viendo a su hijo haciendo aspavientos sobre la alegría que le daba visitar el planeta del rey Alcedor. Lo veía entusiasmando, con los vestigios de una llama en sus ojos verdes que hacía mucho tiempo no veía. Sin embargo, aunque estuviese contenta de verlo como en estaño, sus ojos traslucían una pizca de malicia, de querer cobrar venganza por el pasado aciago.
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Editado: 02.02.2024