El desgano de Mei mientras escarbaba en sus ojos las reminiscentes lágrimas cristalizadas naturales en una noche de reparo se hizo evidente mientras descendía la mirada hasta confines infinitos del multiverso apostillado en su zapato izquierdo que le devolvió una mirada imposiblemente introspectiva.
La fragua de la madrugada se había nutrido durante el cénit de ensueño y de onírica aventura para ella. Varias alarmas vecinas habían servido como gallos cantores en la anticipación del alba, la paranoia creada por el cansancio que la acompañaba gallardo hasta el colegio amainaba mientras seguía desde el balcón con la mirada a los carros que bajaban desde la meseta, cruzando el Belfish, un puente de corte gubernamental y administrativo hasta la universidad.
Mientras sus ojos flaqueaban a mitad del desayuno, su madre escaló la preocupación con las pregonas oídas en las horas más tempranas, habiendo sesgado el sueño a su madre por igual. Ella conocía de antemano la condición acaecida acerca de Levi Richards; para Mei fue ominoso no sentir sorpresa ni de soslayo acerca de la muerte de Levi, acaso lo que parecía inusual era la forma en que este había fallecido, la violencia acometida parecía ingente incluso en tiempos de inseguridad.
—Eso da un par de explicaciones — mencionaba Mei cuando su madre había acabado con la perorata a la que había esclavizado los oídos de la linda joven.
—¿De qué hablas, hija?
—No sueles tomar desayuno conmigo. A decir verdad, jamás comes conmigo, e incluso he intentado hacer cinco comidas con la esperanza de alcanzar en una de ellas a interceptar un tiempo contigo —. Mei vivía en un apartamento en el centro de la ciudad solo con su madre, y la vida en la universidad le devolvía el único escape a su anodina vida. Su padre había muerto en servicio durante una expedición a Selfina con motivos científicos, razón quizá que la impeliera a desarrollar la carrera de arqueología en Serenity.
Mei era una joven de baja estatura, con el cabello lacio y grandes ojos, su afinidad al maquillaje no era característica, sin embargo, procuraba entintar sus ojos, peinar con esmero su larga cabellera y usar remiendos los días en que la fatiga rezumaba en su piel. Siendo un retablo para las miradas de los estudiantes, Mei solía no sonreír, una sinceridad leal a su disposición de vida. Con una voz apagada, Mei no descollaba entre la popularidad del colegio.
—Cariño, sabes que intento siempre adecuar las labores a ti. Pero ahora seguro que podremos compartir algo, he oído que todo ha ocurrido en Serenity.
—¿No vas por otra razón?
—¿Habrá razón más poderosa que acompañar a mi hija un día de escuela?
—¡Es que no es otro día de escuela! — estalló Mei, derramando la leche en la mesa —. Alguien murió en Serenity, y sí, también he sido enterada que fue empalado, y también que es aquel que entró a casa una vez. Pero lo que más me consta es que Levi Richards no fue de aprobación para ti. De manera que, madre, ¿no estarás yendo para satisfacer el ego de tu intuición?
La tarde en que Levi Richards acudió a visitar a Mei, esta se inundaba en felicidad y su pecho se henchía con las notas que se asomaban desde la ventana de su apartamento, notas con un regusto dulce del pasado. La tarta de mamá se horneaba, y su estela de olor se expandía uniformemente hasta donde ella esperaba.
Había salido de clases con un permiso especial pues había sufrido un extraño desmayo. No obstante, para ella resultaría pérfido mesar la paz que circuía aquel día, su madre había preparado el almuerzo una vez desde hacía años, y ahora la esperaba para llegar a las dos de la tarde, cuando la iglesia oficiase la misa diurna y las campanadas resonaran en toda Terión; de manera que había ocupado un lugar debajo de la ventana que asomaba hacia la ciudad, esperando que las campañas tañeran, para acompañar a su madre al almuerzo, antes de que saliera nuevamente a trabajar.
Se entretenía cercenando el césped en un patio desocupado que había encontrado, mientras clasificaba la esteatita por orden sódico en sus muestras cogidas en la práctica en la comarca del norte. Fue ahí donde Levi Richards se acercaría sonriente, y ocuparía un lugar cerca de ella, jugando con la, entonces, luenga cabellera de la niña.
—Para mí resultaría hecatómbico un suceso que ocurriese a tu persona —. El discurso, como cualquiera nota, corresponde a las notas referidas a los días anteriores a la locura de Richards, además contenía aún su porte barbián y su hercúlea forma durante aquellas semanas —. He salido gracias a eso mismo, aún cuando no siento apego por continuar estudiando los porcentajes de pureza y su relación con los contenidos reportados en literatura para las regiones en Tauren — referente a su clase. Levi también solía ser estudiante de arqueología.
—No advertí nunca que tuvieras ese interés en mí. Me pareces más alguien adusto, taciturno.
—¡Y lo soy! No remitiré mentiras a mi discurso pues menoscaban mis palabras, especialmente a una mente con astucia como la tuya.
—¡Sorprendida soy por tal consistencia y fluidez en alguien que se entenebrece y, con perdón, se apolilla en las esquinas y recodos más inhóspitos de Serenity!
—Las tinieblas eclipsan, claro, la voluntad de cualquiera, no discriminando condiciones, sin embargo, hasta las paredes escuchan. Y la impresión atenida en mí acerca de ti ha sopesado la idea de que alguien distante como yo podría ser buena compañía para alguien como tú. Brillante pero soñadora.
—¿Qué conjetura te lleva a clasificarme como una soñadora? Aunque pareces ser presidiario en la materia — la risa acompañada del comentario ruborizó ligeramente a Levi, en quien el escozor y el alborozo asomaban desde sus ojos y mejillas.
—¡Es el presidio del que hablas!, las miradas que haces volar a los cardos y abetos de la universidad discurren las materias del soñador. Quizá sea verdad que he identificado espejo entre tus miradas con los árboles y las mías con el cielo infinito e impertérrito al tiempo.
—¿Cuál es tu nombre? Tus conjeturas serán ciertas si así lo crees, pues has atinado con la afinidad que sentiríamos — sin saber exactamente el por qué, Mei atenazó su mano a la de Levi, mientras este desviaba cada mirada directa que ella le dirigía. Alguna imposibilidad, siendo que la idea vagando por su cabeza fuera cierta y Levi fuese quien, antaño, había colocado notas entre sus textos.
—Me llamó Levi Richards. Y si mi memoria es fiel a su inferencia, tú eres Mei Fennel.
—De manera que tu interés te ha conducido hasta la investigación, Levi.
—¡Pero no acucies el veredicto!, que mi investigación no ha estribado en ninguna idea réproba. Lo que he intentado es prepararme a este momento.
Aquella tarde, Levi habló del espacio álgido a Mei, quien escuchaba con estupor cada palabra, hasta que la conversación tomó una nueva dirección que erigía e ella el estremecimiento.
» Lyrse es la máxima deidad terrenal en la mitología del primigenio pueblo de Taured, los prístinos ocupantes de estas tierras. Antes de la llegada del capitán Inze, en Taured regían los hombres por siglos, gracias a que Selkiet proveía de eterna panacea a las enfermedades tropicales y las afligencias de invierno. Cuando este llegó a encontrarse con Vefone, este último tenía ciento treinta años, y sin embargo la algazara que se formaba durante los juegos con él era vesánica.
» La gente tenía grandes ideas, y sus actos se refrenaban gracias a que los dioses eran personas que caminaban entre ellos. ¿Puedes imaginar jugar a las cartas contra un Dios?, ¡e incluso así había temores generales! Se hablaba a guisa de horror, de las narraciones que los dioses hacían sobre Dot, uno de sus hermanos corrompido por el poder que W' le había otorgado.
—Levi, todo esto que refieres es fantástico, pero, ¿no acaso parece fantasía? Quiero decir, es una civilización extinta, sin por ello pensarme partidaria de la conquista forzada de ningún grupo. Pero hay que racionalizar las repercusiones que tendría en un mundo moderno conducirnos bajo los estatutos caducos de la gente anterior a los colonos de todo el globo.
Mientras ella terminaba estas palabras, la iglesia tañía las campañas, anunciando el tiempo que más abrasaba y azoraba el corazón de Mei. Laxamente se desperezó del césped, incorporándose sin el uso de sus manos, una manía tomada antaño, cuando la familia era integral. Tendió una mano a Richards, quien la recibió con lasitud, al parecer queriendo ahondar más acerca del tema de las creencias de la antigua Taured.
El sol áureo despuntaba por encima de los bajos tejados que circuían el barrio silencioso donde se alzaba el imponente edificio, solo dos pisos separaban la acera del apartamento modesto de Mei y su madre; esta, en un estado de cumplimiento materno y connivencia infantil, cedió la habitación con el balcón que cataba hacia el río, donde el agua besaba al cielo, confundiendo colores en el inmenso infinito, a Mei, quien cada mañana desde ese día añoraba aquel almuerzo, con o sin la intervención de Levi Richards quien fue invitado a comer con ellas.
Una vez llegados a la puerta, Mei fue recibida con un efusivo abrazo de complicidad, era tácita la idea del amor que había sido depositado en mampostería en el alma de su madre. Sin embargo, el visaje se corrompió con el carraspeo de Levi, quien, con la barbilla en alto y la crin reposando en su espalda dejaba entrever altivez en sus ojos, aunque en la declaración de la madre de Mei esta indicase que no fue aquello lo que despertó la ignominia en su ver.
—Quiero que conozcas a Levi Richards, madre, él ha sido el único que ha advertido mi existencia allende de la interpretación de la alumna brillante.
—¡Señora! — se impuso Levi, en una empresa afanosa por mantener el color compuesto —. Falta sería que, siendo la escultórica belleza de Mei como es, no fuera catada por nadie exceptuando la concepción de brillantez que rezuma en los alumnos y profesores, y que ofusca el retablo que se pinta con delicadeza con ella.
—¡Qué lindas palabras! — exclamó su madre, entreviendo el enrarecimiento de su mirada con anticipación —. ¿Te quedarás a compartir la vianda?
—¡Dicha sería mía que me permitiera acompañarlas!
—Madre, debes escuchar lo que Levi tiene que decir sobre el espacio. No llego a comprender cómo es que ha sido consciente de esta información o las fuentes que ha colegido para conocer aquello. No obstante, es una plática deliciosa.
Aun cuando aquella imperiosa comida zarpó con naturalidad, la zozobra para Levi estuvo en la impresión que la madre de Mei tuvo con él, y que, acaecido más adelante, parecía pauta para los acontecimientos desarrollados por Richards.