La extraña muerte de Levi Richards

Capítulo 2. La buhardilla.

La mañana despuntaba en los altillos y las ventanas en Terión, las aves entonaban canciones que hablaban de luto, el cielo, resplandeciente, se tenía con un halo de horror y pesadumbre. La naturaleza lloraba la pérdida de aquel hombre de bien; o eso se especulaba en los cafés que discurrían las nuevas de la noche anterior, Terión no es una ciudad pequeña o un pueblo apartado donde las noticias se propaguen con natura ígnea, no obstante, la importancia del facultativo había impelido la velocidad de lengua en la nueva.
En Serenity, las puertas una vez más se circuían de policías y agentes sanitarios y de inteligencia, aunado a esto, las calles aledañas y unos pasos circundantes también fueron vedados del paso natural, pues las autoridades aún investigaban. Incluso Lou y Mei fueron retirados, esperando mantener el bajo perfil de este como agente encubierto.
—Es una suerte, a su vez, una desgracia que hayamos sido corresponsales directos en la escena, fundada en la batahola de la noche, y su inicio, he de sospechar que llegamos apenas veinte minutos después de los acontecimientos — decía Mei mientras Nellamy les vedaba el paso, aunque la turba no se mostraba tan vehemente como en el caso de Levi Richards, pues aquella vez fue el director quien diese acicate a que se rebelase el poder popular.
—Parece que las últimas vicisitudes han aplacado el ánimo del pueblo y amainado la vehemencia con la que expedían su derecho a llevar una vida normal. Quizá no se trate solo de la familia de Helena — mencionaba mecánicamente y con hastío Lou, hablando casi para sí —, es probable que en otras familias también haya decesos importantes. Aunque creo recordar que Helena mencionó que no eran defunciones violentas, sino causas naturales o muertes inexplicables que prefirieron no mencionar para evitar las investigaciones y los husmeos de ellos — terminó señalando a su padre.
—No creo poder graduarme de este ciclo bajo estas condiciones.
—Tranquila, no creo que haya más muertes en Serenity, a pesar de que haya ineptitud en el cuerpo, créeme que podemos depositar la confianza que tengamos, independiente a su cantidad, en ellos. Que, atezados por la crudeza de su trabajo, son incansables y afanosos en buscar que la rectitud rija los estándares de Terión.
—Es lindo que lo menciones, Douglas, pero aún con ello no me veo graduada, necesito un milagro para aprobar un par de asignaturas —. Lou devolvió una mirada de incredulidad ante el comentario y echó a reír, conduciendo fuera a Mei, pues, con todo el fragor de la muerte del director, aún les esperaba una fiesta con Helena en su hogar.

Para Antonio Bedek, las vicisitudes en Serenity, por su anormalidad, viraban peligrosamente hacia nuevas conjeturas, no por ello un sospechoso extraño. Durante la noche, solo la sombra de un jinete espada en la equitación cruzó fugaz la gran calzada de Terión, perdiéndose en el horizonte, para luego ser inculpado por la muerte del antiguo director de Serenity. Los testimonios diferían en el núcleo de diversas formas, y ningún rasgo colegía lo suficiente para señalar a Matthew Edel por el crimen; este mismo llegaba con parsimonia, y en su halo se adivinaban las historias contadas por los testigos.
—Yo sé de lo que hablo, agente, seguro que le he visto perderse entre una llamarada, ¡puede hablar al departamento de incendios para corroborarme o descalificar mi testimonio — cierto es que aquella noche hubo un incendio menor, inconvenientes del manejo infantil de sustancias inflamables; pero la imposibilidad de aquel testimonio versaba en las distancias temporales. El incendio fue una contravención de las horas más jóvenes de la noche, y el asesinato era el alba y canto de gallo de ese día.
Otros referían en su desfogo que el caballo no era sino una bestia alada, deprecando con horror fruslerías referentes al fin del mundo y un juicio a los mortales.
—Antonio Bedek, buen día — saludó cordialmente un Edel pálido.
—Ya veo que la culpa carcome todas esas fibras que escapan a las garras de los pérfidos, ¿o cómo se escurrirá esta vez de mis señalamientos? Bien hay que decir que nadie en el pueblo ha tenido una buena noche, pero su condición es más grave que la nuestra.
—Es para mí un honor la atención mediática prestada por usted, pero creo que sabe de antemano que mi morada reside lejos de aquí, hacia el sur, una contraposición total incluso a su propio testimonio, que, si el buen Nellamy no ha fallado en referir, señala a un jinete escapando al norte.
» Y, respecto a la palidez que me aqueja, he de decir que no es siquiera de mi agrado estar aquí, mi estómago es sensible y no ha soportado lo acaecido con el señor Richards, motivo que me ha impelido a rehuir otra escena de esta naturaleza. Pero su mando, el señor Jones me ha notificado que se requiere mi presencia; y bien no habría presentado mi semblante aquí, primero para no verle a usted y sus falsos señalamientos a mi persona, y segundo para poder atender a un par de amigos que han solicitado mi opinión como facultativo; pero me ha sido anticipado que mi ayuda reducirá mi condena, heme aquí y mis razones. Con su permiso.
—Edel — dijo con brusquedad Bedek, sujetando el brazo del doctor, vedando su paso —. Sé que gustas de pavonearte entre nosotros, y que te has escapado un par de veces de mis acusaciones, y quizá sea verdad que no estás implicado en este caso, pero he de decirte que no me trago nada de lo que has dicho al juez. Cuando te veo me hierve la sangre, y no podré posar mi culo tranquilo en silla alguna hasta verte encarcelado.
—Suélteme usted, buen hombre. Se atenaza a mí cuán sabueso, pero he de decirle que el culpable está allí afuera — la severidad de su tono le hacía creer que sus palabras eran serias respecto a su discurso —. Siempre existirán dos formas en esta vida: aquellas que están a nuestra disposición y se muestran con nosotros, y aquellas otras que escapan a nuestros sentidos. Señor, sé bien que no ignora que algo más allá de nuestra comprensión se ha cernido sobre esta universidad; y si me disculpa, me están esperando en el auditorio, le aconsejaría que hiciese lo mismo.
—Bien, creo… que lo seguiré — Bedek había amainado su brusquedad y seguía circunspecto a Edel, como si se tratase de su guardia. Volvió a dejar atrás el edificio del director, recordando que ahora su hijo había ido con una chica, y llamarlo dejaría entrevista la colusión de este con las autoridades sanitarias y de inteligencia.
En el frontispicio del auditorio se pintaba en retablo la figura de varias especies antológicas de la mitología de Taured, esto como parte del estudio en Selfina y el “Desfiladero del Diablo” de los manuscritos de la antigua población naciente en la isla. Ahora flanqueado por guardias y cómitres presidiarios de la seguridad en Terión, normalmente se allanaba con parejas felices, lejos de los ojos avizores de las autoridades.
Dentro del auditorio, la recepción la formaba una vil butaca con algunos adornos y comodidades de oropel. Edel adelantó pasos y otras personalidades, entre ellas Nellamy, desfilaban hacia adentro, cada uno sumido en sus teorías respecto al caso del director. Eran ya acontecimientos sin guarismo, con el mismo operador los que habían convocado la reunión, había que hacer algo al respecto. Y, en un silencio inusual, Nellamy y Bedek entraron al modesto auditorio, cuando Jones, el jefe de departamento daba los buenos días y llamaba al orden.
—No debe serles sorpresiva la convocatoria que nos ha colegido a todos nosotros el día de hoy — junto a Bedek y Nellamy, una mesa con café y galletas atraía a forenses y personal de inteligencia a zampar alimento, esto pues su trabajo había comenzado desde las primeras horas del día sin probar bocado y alterando sus horarios habituales — desde el caso irresoluto de Matthew Edel, no se había visto en Terión una oleada tan sucinta de defunciones. El doctor Edel ha sido absuelto por falta de pruebas y acusaciones infundadas, de manera que, cerrado ese caso, hemos de hablar de las vicisitudes de los últimos días.
—Jefe Jones — dijo Wimbley, el novato que había dejado entrar a la turba aquella mañana en el caso Levi Richards —. ¿Espera, entonces, que no tomemos en consideración las muertes acaecidas durante el periodo del expediente de Matthew Edel? — la intervención devino en murmullos y rugidos hondos de aceptación.
—El caso de acusación de Matthew Edel fue cerrado, la carpeta destruida y hemos indemnizado con un trabajo al afectado, en quien, tengo constancia, ha disminuido su actividad laboral por nuestra causa.
—La inocencia de Edel muestra que hay aún alguien allá afuera cometiendo crímenes inconexos que parecen solo vicisitudes del día cotidiano, muertes que solo se han sucedido con más frecuencia. Son mis teorías — expuso un presidiario del departamento de inteligencia que apuraba el café y las galletas.
—¡La inocencia de Edel! — remarcó Jones, cuando los murmullos crecían nuevamente en la sala — muestra nuestra ineptitud. No he de nombrar a nadie, pero empeñarnos en la persecución de un hombre absuelto por la legalidad y la rectitud lograrán retrasar que podamos brindar a la sociedad la tranquilidad de la que no han dispuesto desde el día de la extraña muerte de Levi Richards.
» Debe haber algún nexo entre las historias mostradas. Por un lado, tenemos varias muertes asociadas a los pacientes del Doctor Edel, todos hombres y mujeres con problemas de salud y mentales donde hemos recogido testimonios que avalan la mejoría en manos de Matthew Edel, pero que, con el azar del día a día, murieron en circunstancias muy diversas. Un mes y tres semanas después, Levi Richards aparece muerto, con una lanza atravesando su cuerpo y varios objetos hendidos en su torso. Dos días y una semana más tarde, Jedebiah Hoffman muere de la siguiente manera, una reconstrucción hecha por el departamento de inteligencia y los registros forenses asociados, y cito:
» En usanza de testigos presenciales antes del acto, testigos durante los hechos y en tiempos posteriores a estos se ha reconstruido la presunta muerte de Jedebiah Hoffman en la entrada a la universidad Serenity de la localidad de Terión en la ciudad homónima a esta en la isla de Tauren, dieciséis de junio del presente año. En un profuso prolegómeno que no ha sido descalificado por no contener oquedades de Elliot R., empleado docente en Serenity, este alega que Jedebiah no actuó diferente a sus maneras habituales en las últimas horas de trabajo; muy por el contrario, parecía dispuesto a trabajar el siguiente día a la mañana.
» El mismo agrega que Hoffman era hombre recto y diáfano en sus amistades, cada enfrentamiento con otro ser lo resolvía de forma pacífica, citando el día catorce de junio como un día inusual al ver perder los estribos al mismo, viéndose privado de su derecho a entrar a su universidad por las investigaciones hechas por el equipo del señor Antonio Bedek aquí presente. Descarta la idea de un ajuste de cuentas o personalidades entre este y algún otro individuo; dice tratarse de algo que escapa a las muertes convencionales; acaso será un asesino serial que haya elegido como su víctima a una personalidad reconocida esperando que la fama lo acaezca con esa obra, u otro asesino casual que haya elegido a Hoffman como objetivo por ser el hombre que se atravesara en el momento que aquella locura circundase su mente.
» Pasados a los hechos, Jedebiah Hoffman murió de una manera muy violenta, y la pista que dio luz al caso fueron las marcas holladas por un caballo que se ha estimado en mil doscientas setenta y siete coma treinta y tres libras (quinientos ochenta Kilogramos) una especie tanto más pesada como alta, se especula. En los testimonios, así como en las pruebas no se desahoga la posibilidad de una huida en el momento del siniestro, el caballo, así como el asesino debieron seguir con sigilo los movimientos de Hoffman mientras salía de Serenity.
» Melissa, la recepcionista, habría de despedir efusivamente al director aquella noche; el turno nocturno fue habilitado por la discusión en el cumplimiento de las disposiciones hechas por Bedek y su equipo como medidas en la información del caso Levi Richards. Este, al salir a la calzada encendería un cigarrillo, prueba número V-004 encontrada cerca del lugar, bañada en sangre en su integridad, salvo un pequeño pedazo donde se espera encontrar un rastro que conduzca hasta el culpable.
» La reconstrucción narra la muerte de Jedebiah Hoffman en estos últimos términos sujetos a las pruebas que vayan desahogándose en el transcurso de las investigaciones — aquí Jones refrenó la lectura para beber agua y aclararse la garganta estentóreamente —: el equino fue conducido por el autor del asesinato con dolo hacia Jedebiah Hoffman. Ulterior a ello, el equino sería refrenado con violencia para someter y golpear con las pezuñas delanteras a Hoffman, quien caería hacia delante, reconstruido gracias a la posición de su cigarrillo a cuatro pies de su cabeza. Tras ello, las espuelas golpearían una vez el lomo del animal para pisar el cuerpo indefenso de Jedebiah en el suelo.
» El grito alertaría a autoridades y población circundante, de manera que el asesino resolvería terminar con la vida en un acto único con un arma que no ha sido dictaminada por el estado del cadáver, que, de haber sido atacado con un arma de fuego, no sería identificado por los reportes forenses. Ahora bien…
—Arma blanca — se alzó una voz en la sala, y, después de la batahola que precede a una interrupción, aquel sonido del roce de todas las telas contra los asientos, de cabezas que buscan la fuente, llegaron a Edel, quien comenzó su propio discurso —. Es de entender incluso para mentes no adiestradas en casos policiacos que habría de preferir las espadas a los rifles. No solo por el fragor que una descarga a quemarropa supondría incluso con el uso de silenciadores, sino por la atenta regulación a la que se somete cada arma de este tipo. Las espadas y cuchillos largos son más baratos y eficientes en la ilegalidad y los negocios subrepticios, de manera que asoma que la causa del silencio de Jedebiah Hoffman fue un tajo directo en él.
—Me parece que tienes excelentes nociones del caso, Matt — señaló acusador, Bedek, provocando el murmullo general donde se adivinaban las palabras “no de nuevo” — ¿por qué no nos maravillas con menudencias cómo lograste tan dantesco retablo con la sangre de un solo hombre?
—Oficial Bedek — anunció Jones con lasitud — el doctor Edel ha sido elegido por el consejo a participar en este caso por haberse probado provisionalmente su inocencia en los casos sucedidos hace dos meses. Además, las conjeturas de este son muy cabales al caso, y hemos de escuchar más.
—Gracias — dijo Edel, sentándose con parsimonia bajo la mirada asesina de Bedek, mismo que atraía las del auditorio — pero es mi única contribución, continúe con la lectura del documento que los amables trabajadores de inteligencia han hecho para nosotros.
—Sí, he de proseguir, y cito:
» La violencia con la que se sucedió la muerte del presidiario de este recinto es una manera de eclipsar algún indicio conductor. Se sospecha que, un conjunto de tajos del arma (aporte del señor Edel) aunados al peso del equino en sus pisadas logró hacer hueste los huesos y tendones de la víctima.
» Las narrativas referentes a la huida del asesino son descalificadas por ser impelidas por leyendas urbanas y supersticiones que entorpecerían nuestro trabajo. Solo se ha colegido en el sombrero de ala ancha que portaba el hombre el día del asesinato; única pista que nos ha llevado hasta el “Desfiladero del Diablo”, donde los transportistas suelen portar esta prenda.
» Estas investigaciones procederán a cargo de Bill McDonald, y el equipo de inteligencia. Ahora bien, hemos de tratar otro tópico, esta vez en confidencia con el equipo del oficial Bedek, quien ha infiltrado a su propio hijo, Lou Bedek, para cubrir los pormenores dentro de la universidad, y a quien hemos dispuesto a relegarle del caso.
—¡Pero Jones! — rugió Bedek — has de comprender que necesitamos a alguien que informe desde dentro, según las especulaciones del caso Levi Richards, todo indica que un alumno puede ser el responsable, si no de la muerte de Hoffman, bien de la de Richards.
—¡Bedek estás ciego!, ¡ofuscas tu pensamiento que, sé no es malo en conjeturas sin fundamentos! — saltó a la camorra, Edel —. Admite que quizá es algo que está más allá de nosotros, y tu hijo actuará por su cuenta por la relación sentimental sostenida con Levi Richards.
—Agrego, Bedek — dijo Jones — que hemos contemplado bien la sugerencia respecto a investigar en el núcleo; por ello hemos de recibir al nuevo director de la universidad Serenity: el doctor en Medicina y Psicología Matthew Edel. Relegando a Lou Bedek de su puesto como agente de este departamento de policía e investigación. La decisión es inapelable y se sujeta hasta la próxima convocatoria. Cerrada la sesión.
—¡Antonio! — anunció, finando, Edel —. No es nada personal en tu contra, y, en realidad, yo quiero llegar al núcleo de esto tanto o más que tú, pues nos amenaza algo que escapa a nuestra comprensión y ha sido confinado por un siglo desde la época de la antigua Taured. No entorpezcas esto, y, más, ayúdame con esto, exhorta a Lou a no inmiscuirse en nada referente a Levi Richards, es él quien correría el mayor riesgo de confirmarse mis sospechas. Descalificarlo del caso fue una idea mía, intento ayudarlo, pero debes ayudarme a hacerlo; antes que sea tarde. Te daré tiempo a pensarlo.
Era claro. Matthew Edel sabía algo.




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