La extraña muerte de Levi Richards

Anexo I. La historia de Matthew Edel. Capítulo 1. Linda Edel.

En las álgidas puertas que reciben a los viajeros desde Semille se fraguaba una gran fiesta. En un aislado sitio de Lobano, la universidad de Enne (misma que daría nombre posteriormente a la localidad en la independencia de las ciudades) dejaba ir al recién graduado doctor en psiquiatría, el señor Matthew Nihel Edel. Entrando al estudio de la medicina en el p882, Edel fue destacado solo en las prácticas profesionales cuando durante una visita a Semille en el desastre del p886, conoció a Linda Fager (apellido de soltera de Linda Edel) de quien quedó enamorado, y quien resultaba la causa de la partida del eminente doctor Edel el quince de abril del p888.
Linda sufría de problemas respiratorios asociados a la cantidad de oxígeno en la atmósfera, de manera preternatural, la misma parecía afectada de problemas a nivel del mar; de manera que Terión resultó una muy buena solución por la pendiente que se pronuncia lacónica y mortecina por valles y promontorios menores, esto posibilitaba pequeñas excursiones a la playa donde las afecciones de Linda podían curarse sin peligrar la salud de esta en un pueblo completo a nivel del mar como Olidea o Griselda.
En Terión otras noticias preñaban los diarios locales antes de la llegada de Edel, y parecía anatema para los más inveterados. Nuevas investigaciones del caso de Félix Gardner apuntaban a un envenenamiento a través de los pozos municipales; cada uno de estos había sido sellado o destruido, pero la clandestinidad siempre se alzará, y morbosos del caso de Gardner conservaban en lo que ellos llamaban letrinas o establos para caballos que jamás han poseído los pozos, esperando encontrar algo, pero se circuía la superstición en estos por un brillo mortecino luminiscente de los pasillos aún húmedos de los pozos.
Matthew y Linda Edel llegaron a Terión una de aquellas tardes cuando los rumores eran más locales, y los ojos del extranjero se evadían con temor, quizá pensando que aquellas faenas debieran concernir al pueblo y sólo a este. Ciertamente es difícil empezar una vida en un lugar hostil, y así lo sintieron cuando los caballos avanzaban replicando el tañar de las campanas de la iglesia con las pezuñas, las miradas examinaron con desconfianza las prendas y los visajes de los nuevos en el lugar. Al llegar a la calle de Febo, un poco distal del centro de la ciudad, y ya apeados, la curiosidad del joven Edel se materializó en la pregunta hecha a su guía.
—¿Por qué la atmósfera se perfuma con la pestilencia de la hostilidad y la xenofobia, perteneciendo incluso a la misma comarca? — pertenecer a la comarca europea en Tauren a veces era motivo de odio en la comarca americana, por os sucesos ya referidos con estos últimos en el Anexo II.
—No lo tome personal, doctorcito — el desdeño en la última palabra menoscababa la confianza depositada en aquel hombre, también oriundo de Terión —. En los últimos días se ha reabierto el caso antiguo de un hombre que se presumía, hacía magia y rituales ominosos en las parcelas sobre la que hoy se erige la prestigiosa universidad de Serenity, un poco lejos del centro de la capital. Hoy más que nunca, recluya a su bella mujer y a usted en su hogar, quizá mañana el asunto esté finado, el encargo se le ha hecho a Antonio Bedek, un hombre muy inteligente.
La descripción del labriego de Linda, si bien pecada de impuntual y requebrada, parecía atinar en que aquella era una flor, ese tinte que descuella entre los adustos matorrales. El largo cabello castaño y ondulado de esta dejaba que el cliché se viera manifiesto luego por la locura del doctor, un hombre enamorado de un ángel al cual perdió, y que incentivaba la vesania de sus actos. Su piel cobriza inspiraba la circunspección en aquel que mirase a ella, y en ese lienzo de perfección grasa, salpicaduras juguetonas hacían figuras cuando se unían estos con la mano, creando la memoria táctil al instante, y era eso mismo lo que había unido a Matt y Linda en matrimonio, ese eterno juego matemático donde las coordenadas lograban extender la piel de su brazo y buscar las constelaciones en esa bóveda estelar al alcance de un beso. Los labios delgados y las manos fuertes dejaban entrevista la imperfecta perfección de aquella.
Matthew Nihel Edel, por otro lado, desembarcó en Terión como un hombre enjuto, famélico, pero de imposible robustez, la sana presentación de Linda difería con su endeble salud, mientras el enflaquecimiento de Edel se complementa con un alma expresa y fuerte. El cabello corto y desaliñado de Matt anticipaba un desgarbo de parte de este, la sonrisa siempre presente guarnecía el semblante del doctor incluso en las noches más entenebrecidas. El cansancio jamás se vio manifiesto en los ojos de este, no durante el tiempo en que llegó a Terión.
Un día después de su llegada, Edel contrató a hombres para la construcción de un consultorio de Medicina moderna en la calle de Febo, en una de las partes más distales del centro, excluyendo los territorios allende del Belfish o el Sae. Henchido de amor por Linda, Edel procuraba dar un paseo semanal con ella, bajando por la calzada municipal hacia la costa, allá donde las alacenas y altillos más alzados podían dejar ver a los que las poseían. Un día cada semana, y se repitió en días de lluvia, en las manifestaciones más exacerbadas de la naturaleza o la sociedad; el amor que Matt le profesaba a Linda lo llevó a emplearse en la biblioteca local, misma que diera lugar a los horribles accidentes anteriores a la locura del doctor Edel.
Apenas avezados a la vida en Terión, Linda se entretenía en la atención de casos menores, mientras la construcción del consultorio continuaba labrándose lentamente, con la parsimonia sólo mostrada en mentes jóvenes como la de los Edel. Mientras, Matthew se empleó en la biblioteca; la vida resultaba anodina, no por ello aburrida, pues las noches se escurrían entre besos y pláticas entre los Edel, ambos habían sido cautivados por la contumaz lozanía de Terión. Para Matthew Edel, caminar hacia la biblioteca representaba una aventura que parecía indemne en cuanto a la sorpresa que podía arrancar de este, siempre procuraba acompañarse, especialmente en días lentos, de un hombre llamado Germán. Este era, pues, un americano, y la connotación de hombre era un mero tecnicismo, pues él y Matthew eran coetáneos.
Fue este quien lo llamó una tarde pavorosa, este alegaba que el turno se había quedado desprovisto de personal, y si bien la carga laboral no era intente, para él resultaba más pesado el antagonista del estrés. Nada parecía poder espantar el aburrimiento en el que se había sumido después de haber jugado al solitario con los naipes alrededor de veinte ocasiones sin que nadie siquiera se dignase a salir con un libro. Había sido un día poco habitual de solo consultas. Linda dio aquiescencia a Matthew para acompañar al hombre, el amor entre ellos hizo fútil la necesidad de una excusa tal como “si fuera yo el que se hallase aburrido en la biblioteca me encantaría que alguien me hiciese compañía”. Así pues, y con el abrigo en mano, Edel se encaminó hasta la biblioteca.
Una vez allí, y adverando la historia de Germán en la carta que envió con un mensajero acerca de la lentitud del día, comenzaron por hablar de temas mundanos, convenientes para cualquier hombre que busca entretenerse un poco.
—¿Podrías decir que Linda es una mejor médica que tú? — preguntaba Germán, con una sonrisa en la cara, más producto de la bebida que zampaba sin medida, que por la verdadera gracia en la pregunta.
—Puedo decir que sí. Impelido por el amor que le tengo, pero ese mismo nos lleva a la competencia, ¿sabes?, siempre diferimos en nuestras habilidades. Yo parecía más habilidoso en las prácticas, pero ella es un genio teórico, nos complementamos, pero, en un decir grosso, yo creo ser mejor médico que ella — rieron por lo bajo, por la costumbre labrada con el tiempo, mientras brindaban con otra copa, cuando otro hombre salía solo yendo a una consulta, como todo aquel día.
—Matty — dijo aquel, beodo y estólido en el uso de las manos. Él era de aquellas personas a quienes la bebida los convertía en un recreo solaz, su compañía se agradecía. La frase que intentaba construir pareció perderse en su memoria, pues silbó alegre y se devolvió a su copa.
—¿Por qué existe ese pozo en la biblioteca? Es decir, contamos con tuberías, un sistema más eficiente y limpio que los pozos tan antiguos. Es algo que me inquietaba desde hace tiempo, sabes.
—Oh, Matty, en esos lugares es donde menos debes buscar aventura. Es en esos túneles subrepticios donde he leído que algo ocurrirá, algo que los más duros temen en decir, algo que es secreto, un secreto de mi linaje —. La embriaguez en las personas solaces también aflojaba su lengua, una lengua asaz, pero muy puntual, la peligrosidad allí versaba sobre todo aquello que siempre fue mejor mantener en secreto. Esta y otras conversaciones similares fueron hito en el mundo moderno, gracias a un vaso de líquido cobrizo y amargo.
» Mi nombre no es Germán. O no legítimamente, sabrás, amigo, que soy descendiente de Félix Gardner, ¡oh sí! El mismo de los desastres de hace un tiempo. ¡Pero qué digo, Matty, si tú eres un pobre forastero y mucho ignoras de los problemas que se han cernido en Terión desde la llegada de aquel libro a manos de mi familia! Algunos Gardner no quisieron vivir la afrenta de ser señalados y cambiaron sus nombres, y ahí tienes a los Gilligan, a los Peterson, esos son una sorna de los Peterkov, de la herrería en Hermendía. Mi madre, por su parte, prefirió entregarme a una familia americana de aquella comarca, donde me instruí en el español, aunque en la isla predomine el inglés. Es algo paradójico y sardónico que la sangre llame más que los títulos familiares, pues me vi en posesión de aquel libro maldito antes de poder reparar en ello.
» El Grimorio Teratológico no es un libro al cual has de temer, pues responde más a un compendio cultural de la historia de esta isla desde antes de la llegada del capitán Inze a Olidea. Sin embargo, mentes que podrían decir algo de la idiotez provocada por la bebida han dado un uso diferente al Grimorio, dejándose llevar por el nombre, en una pésima usanza, pues no es similar a uno de su clase. ¡Oh, Matty!, quiero deshacerme de él, me produce escozor pensar en lo que Félix Gardner haya hecho con él. Era un hombre inteligente, he de admitir, y sé bien qué su detención obedecía más a su gusto que al del departamento de inteligencia. Debió haberles hecho creer que allí en los pozos buscaba envenenar el agua para estudiar los efectos en la Población, pero no, Matty, oh, ellos no sabían nada de lo que mi familiar, Félix Gardner buscaba hacer, después del desahogo del laboratorio se mostraron trazas de alcohol metílico, sales minerales de magnesio, potasio, sodio, fósforo, cloro y bromo. Ese libro maldito las enumera como los mejores nutrientes de algo que no he logrado descifrar por lo enrevesado del discurso, Matty, librarme de él es menester, y debes hacerlo tú.
» Ve a la estantería donde almacenamos los libros que deben llevarse a reparación, ha sido cubierto con una pasta que pase desapercibida, pero que haga que las autoridades sanitarias pasen de él. Se ha disfrazado de un libro de cuentos infantiles, pero es un libro maldito, para el cual hay que tener fuerza de voluntad y de mente. No te dejes llevar por lo que ahí dice, Matty, no creas en lo que promete, no creas en las cosas de las que habla, ¡Matty no lo uses más que para instruirte en la teoría teológica de Taured, la antigua Taured, la primigenia civilización anterior a nosotros! Ellos lo advierten sin reparos en las inmediatas páginas: «ellos fueron olvidados para que ninguna otra alma sufra la ira que se acumulará por la misma desatención brindada». No sabemos por qué Gardner fue incapaz de lograr su cometido, y así pareciera mejor, sin embargo, he de advertirte sobre algo, ya que es tradición cuando un nuevo lector del Grimorio aparece:
» El libro fue impreso con el acervo de la cultura y teología de la Taured inveterada, esa que los ojos del hombre moderno jamás logro hollar, después de esto encontrarás páginas en blanco, pues habrá alguien que comience de nuevo el horror de la ira divina de los que fueron olvidados. Cuando ellos despierten, se habrá escrito la historia cero, de manos del culpable de su adveración, entonces tú, alma curiosa, has de escribir tu propia historia en una de esas pulcras páginas.
Germán cayó dormido, y las campañas anunciaban el final del día laboral. Entre los ronquidos de Germán, Matthew Edel miró en aquella estantería, y una copia del Grimorio Teratológico lo miraba desde la cubierta de una pasta de una antología de cuentos infantiles.
Aquella noche, Matthew condujo al Germán embriagado hasta su hogar, donde su madre, sonriente, agradeció al médico y lo invitó a pasar, pidiendo su consejo médico en una condición de su hija menor.
—Ninguno ha logrado diagnosticar la dirección causal del insomnio de mi hija, o darle un alivio, al menos por una noche. Usted viene de Lobano, más cerca de los avances tecnológicos en medicina, aquí solo están interesados en la arqueología y esos malditos monolitos hallados en Selfina. ¿Cree que podría hacer algo? —. La mujer hablaba con lentitud y parsimonia, parecía resignada a la condición de la niña. Como facultativo, Edel examinó a la chica, no encontrando anormalidades, pero una idea surgió de repente, en confidencia con la chica.
—¿Cree que un cuento de hadas me hará dormir, doctor? — mencionaba la chica, llamada al silencio por un ademán de Matthew Edel, mientras leía algo acerca de lo que parecía ser un Dios. La lectura se vedaba por estar plagada de simbología y garabatos hechos por la mano de alguien, quizá Félix Gardner, apenas unos pasajes eran enteramente legibles por su completa traducción al inglés, entre ellos uno que justo ofrecía el remedio para la condición de la chica. Así, las palabras de Germán llegaban hasta Edel, como anatema, y haciendo su voz trémula. Temeroso, Edel pronunció en su mente el pasaje que prometía llevar a alguien al sueño, aunque no especificaba si se trataba de quien lo leyese o haría efecto en los alrededores. Aquella noche la hija de esa mujer durmió con parsimonia e ininterrumpida, no obstante, al día siguiente refirió a su madre un extraño sueño donde contemplaba una ciudad con hombres de aspecto batracio, llevando entre sus brazos a un chico que forcejeaba. La escena no le provocó temor o hizo menos solaz su descanso, pero ciertamente era extraño.
Asombrado por el poder que le confería el Grimorio, Edel lo leyó detenidamente, fondeando con método cada ápice del libro, incluso siendo capaz de realizar sus propias traducciones en pasajes menores, descubriendo extrañas pero hermosas ideas sobre la humanidad y el curso al que fueron encauzados por una entidad cuyo símbolo parecía ser algo como: «W’» nombrándolo de esa manera y escribiendo como Félix, sobre de los pasajes con tinta negra. Gracias a unos ensalmos menores del Grimorio, las visitas a las costas se prolongaban en tiempo y se espaciaban en sus intersticios, este parecía ser capaz de lograr la cura total de Linda, el único motivo que lo mantenía trasnochando cada madrugada en el desvelo del libro. Su método consistía en darle sentido a los símbolos que aún aparecían extraños.
«Fuimos alcanzados por una *** en el mar», rezaban algunos pasajes, y lo que más parecía lógico sería reemplazar aquel espacio con la palabra «ola», según el contexto, aunque esto luego se desmintiese con la aparición del mismo símbolo que daría un significado literal a una frase que rezaría así «las olas perfumadas no funcionan, quemándose con más rapidez», ¿serían entonces «velas»? Con todo aquello, Matthew Edel detuvo la construcción del consultorio para propósitos más ominosos.
En el despacho de inteligencia de Antonio Bedek, ya se había soltado la alarma. Tres desapariciones extrañas en los últimos días alertaron primero a las autoridades menores, luego pidiendo la intervención del Buró de inteligencia de Terión. Todo apuntaba a un expediente abierto sobre una connivencia entre los vigías del camino que llevaba a Selfina desde Terión como un tráfico de personas.
Por otro lado, Matthew Edel usaba a los plagiados para la experimentación con pasajes sobre el Grimorio, algunos resultaban fallidos, provocando no mutaciones en aquellos sobre los que se practicaron las panaceas, los ensalmos y otras muestras de “magia” (por llamarla de alguna manera), sino la simple inocuidad de una falla donde no ocurre nada. Inteligente, Edel dejaba libres a los plagiados, dejando en estupor al departamento de inteligencia.
Después de varias prácticas más, decidió hacer un ritual que, según sus traducciones, sería capaz de dejar en plenitud a su esposa, Linda, quien se solazaba jugando en el sol y ayudando a unos pacientes que ya se habían vuelto recurrentes. Todo fue preparado aquel día, y los testigos que declararon, siendo tomadas, antes del caso de Levi Richards como historias de labriegos impelidas por la ignorancia, alegaban haber visto haces de luz emanar desde la casa de los Edel. Mucho se dijo de las posibles causas de aquellas luces, pero las mejores aceptadas un día después por un sonriente Edel hablaban de un estudio hecho al magnesio metálico que se había salido de control en las cantidades incineradas.
La integridad que precedió a Linda Edel no era más que su postrimería. Reanudada la construcción del consultorio, Matthew volvió a la biblioteca como trabajador de medio tiempo. Pasaba un rato agradable junto a un sobrio Germán cuando una vecina entró jadeando por la puerta principal. Linda había tenido una recaída. Cuando Matthew Edel entró a su hogar, el tiempo había cobrado una muy alta factura.
Aquella tarde, Linda Edel murió.




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