VIII
Confesiones
El camino fue tranquilo, Roberto me puso al tanto de los últimos sucesos con respecto al caso, el tipo ya no se conformaba con golpear. Me contó que desde la chica que murió camino al hospital, la estrategia del asesino había cambiado, ahora el objetivo era matar.
Aun así, Roberto no me podía contar mucho, decía que era peligroso y quería protegerme.
Ya había anochecido cuando llegamos. La cabaña estaba a oscuras, y ya comenzaba a hacer frío. Roberto se dedicó a encender la chimenea y a poner en orden el resto de la casa, mientras yo me ocupe de la cocina y la cena. Es uno de mis lugares favoritos, por lo que venía de forma recurrente. Por lo que no había mucho más que hacer que sacudir un poco y descubrir los muebles.
Era una cabaña pequeña, pero tenía todo lo que se necesitaba, era ideal para escapar de ajetreo de la ciudad, solo se sentía el susurro del viento entre las copas de los árboles. Habían anunciado una tormenta para los próximos días, tal vez mañana se dejará caer.
Me encantaba esa cabaña, estaba hecha en piedra y madera, tenía solo un piso; el techo era alto, con las vigas de madera a la vista. El piso de la cocina era de piedra, mientras que el del living comedor era de tablas de madera nativa. Había un sofá frente a una chimenea gigante hecha con piedras de río, frente a esta, había una alfombra gruesa y suave, donde yo me sentaba a escribir, la mayoría de los muebles eran de estilo rústico. La cocina, amplia, tenía una cocinilla a gas, y otra enorme, al centro, de leña. El tamaño de la casa, permitió que el calor que emanaba de la chimenea se expandiera por todos los rincones rápidamente.
Esta cabaña era de mi abuela, mi padre me envió todos los documentos para hacer el traspaso hace un par de meses. Alex sabía de su existencia, pero jamás me acompañó en mis visitas. Martín tampoco la conocía, solo se la describí una vez, cuando le conté que mi abuela había muerto… Roberto es la primera persona que viene conmigo.
En casa había preparado una lasaña, decidí ducharme y esperar a la llegada de Roberto para meterla al horno, pero ante las nuevas circunstancias, la envolví y la traje para cenar.
Sabía que era uno de sus los platos favoritos, lo mencionó una vez que fue con Alex a almorzar a mi departamento.
Así que, mientras él limpiaba las otras estancias de la casa, limpié la cocina, puse la lasaña en el horno y preparé la mesa con unas velas, copas y una botella de vino. ¡Rayos, esto parece una cita!
Después de un rato sentí el ruido de la ducha, lo más probable es que esté dando un baño rápido después del viaje… ¡Pero estaba con la puerta abierta!, eso nunca lo hacía…. Quizás únicamente estaba lavando la tina.
No pude aguantar mi curiosidad y me fui en puntillas hacia el baño. Lo primero que descubrí, fue su ropa en el suelo. Inevitablemente subí la mirada, y ahí estaba él…
Había sacado la cortina provisoria que tuve que poner tras romper el vidrio de uno de los lados de la mampara. Afortunadamente, para mi corazón, la otra mampara alcanzaba a cubrirlo, pero, aun así, revelaba el contorno de su cuerpo desnudo, tenía las manos en la cabeza y dejaba que el agua cliente cayera acariciándole el rostro. Soltó una risita, ¿se habrá dado cuenta de que lo estaba espiando?
Emprendí la retirada fugaz. Me fui al comedor y a terminar de preparar la mesa para cenar.
Estaba por sacar la lasaña del horno, cuando él apareció. Lo miré de reojo. Iba vestido con un pantalón beige y un suéter de cuello alto, su cabello estaba mojado y disparado en todas direcciones. ¿Por qué no me había dado cuenta antes de lo guapo que era?
Súbitamente, unos brazos rodearon mi cintura y sus labios se posaron en mi cuello.
- Este olor me vuelve loco…. – Susurró a mi oído.
- Pues, tal vez si me sueltas, podría servirte un trozo – dije de la forma más indiferente posible con un enorme esfuerzo.
Pero no se apartó de mí… al contrario, cuando intente agacharme para abrir el horno, me apretó hacia él con más fuerza.
- No me refiero al olor de la exquisita lasaña que tienes en el horno – dijo recorriendo con la nariz mi cuello a la vez que lo besaba, erizando mi piel.
Reí nerviosa y me volteé para besarlo.
- Y dime, ¿Tienes algún artefacto de este siglo en casa para escuchar algo de música?
- Tengo algo mejor que eso… el mueble de allá, elige algo… voy a servir mientras.
- ¡Wow, tecnología del siglo pasado, es grandioso! ¿Aún funciona?
- Claro, era de mi abuelo. Es un Alba de 1960, trátalo con amor y respeto.
De la compañía inglesa Alba, era un tocadiscos empotrado en un mueble de teca, con varios vinilos.
- Veamos que tenemos por aquí… The Beatles, Jimi Hendrix, Bob Dylan… ¡Mira, Aretha Franklin! ¡Pero obvio que no podía faltar, el Rey! ¡Oh por Dios!
Parecía un niño en juguetería. Después de unos minutos comenzó a sonar “Don’t be that way” y el Jazz de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong llenó la instancia.
- ¡Por Dios Roberto, eres un señor! – Reí mientras se acercaba a mí extendiendo su mano para que bailáramos.