La Fantasía de Elena

Capítulo IX

IX

Complicidad

La lluvia se dejó caer, los relámpagos iluminaron la cabaña, los truenos la sacudían y los rayos trazaban hermosas figuras en el cielo negro. Pero, aunque este espectáculo natural siempre me quitaba el aliento, en ese momento mi mente y mi cuerpo estaban lejos.

Era como si se cumpliera una de mis más íntimas fantasías… apartados de todo y de todos, frente a una chimenea que nos brindaba al calor y la luz exactos.

Recorrí su pecho con mis manos y me deslice hasta su cintura, ahí, tome su camiseta y la levanté para sacársela. Una vez más accedió a mi petición levantando los brazos.

Lo observé durante unos instantes a la luz que nos otorgaba la chimenea. Su piel morena era hermosa, sus contornos bien definidos, su abdomen y brazos firmes. Lo había espiado en sus rutinas de ejercicio en la madrugada, cuando se supone que nadie lo vería, solo usaba un pantalón. Esta vez, estaba aquí para mí, al alcance de mis manos. Acaricie sus contornos con las yemas de mis dedos, provocando que su piel se erizara. Besé su cuello desnudo, rasguñando suavemente su espalda.

Mi atrevimiento surtió efecto. Sus caricias se hicieron más intensas y perdieron cierto atisbo de ternura. Rápidamente, utilizó sus dedos para terminar de desabotonar mi blusa. La deslizó por mis brazos dejando ver la ropa interior de encaje rojo que había mencionado hace un rato. También me observó durante unos momentos para luego besar uno de mis hombros y posteriormente la clavícula, acercándose cuidadosamente a mi pecho. Soltó con sus dedos el broche del brasier, dejando mis pechos al descubierto, bañados solamente por el calor de la chimenea.

Aunque no quisiera, era imposible no comparar sus caricias con las de Alex… eran tan distintas, se sentían tan diferentes. Alex me hacía sentir reclamada como una posesión, a veces un objeto. En cambio, ahora me sentía libre, poderosa y profundamente deseada.

Así que me concentré solo en ellas. Cada roce de sus manos erizaba mi piel. Sentía una pasión descontrolada, era incapaz de detenerme. Tenía la necesidad insaciable de que se perdiera en mi cuerpo.

Él comprendió lo que me ocurría. Sus caricias se hicieron más decisivas y apasionadas. Su deseo de tener mi cuerpo sólo para él se impuso ante sus vacilaciones y me hicieron desearlo más allá, deseaba su piel de manera irracional.

- Roberto – logré articular entre jadeos – realmente necesito estar contigo… aquí y ahora.

Torció su gesto en una sonrisa y sus besos y caricias me enloquecieron de manera inconcebible. ¡¡¿Cómo podía ser posible aquello?!!

Su mirada era tan intensa a pesar de la oscuridad en la que nos encontrábamos, recordé sus ojos esa vez en nuestro primer encuentro. Su cuerpo, ahora, temblaba levemente, y su piel estaba tan erizada como la mía.

Desabotoné su pantalón para sacarlo del camino.

Mi cuerpo y mente se encontraban en un estado de excitación que nunca pensé posible.

Continúo desnudándome, sin dejar de mirarme como un niño ante el más importante de sus tesoros, acariciando y besando cada centímetro de mi piel, Ya sin rastros de ternura, pero con cuidado de no lastimarme, podía sentirlo.

Sacó un preservativo, no sé de dónde.

- ¿Estás lista? – susurró en mi oído entre jadeos.

Mi corazón se aceleró al oír esa pregunta, entonces lo sentí. La presión y la excitación al deslizarse… era como si de un momento a otro mi cuerpo fuese a entrar en colapso, pero me concentre en él y solo en él y sus movimientos, que me llevaron rápidamente a mi primer orgasmo. Intenso, profundo, como si hubiera salido del fondo de mi alma. No pude evitar enterrar mis uñas en su piel, a lo que él respondió con un beso en mi frente.

Esperó un par de segundos a que volviera a este planeta.

- Así se hace, hermosa.

Y continuó diligente en su labor. Algo que no entendía me exigía seguir. Su piel, su sudor, sus manos, sus besos, sus caricias, sus movimientos… todo me volvía loca. Me senté a horcadas frente a él, sintiendo toda la magnitud de su cuerpo. Comencé a moverme y él mordió uno de mis pezones, y ahí estaba de nuevo, creciendo en mi interior, amenazando con hacerme explotar.

- ¡Oh por Dios! – jadeé.

- Sí, vamos, eso es… - gimió en mi oído.

Me seguí moviendo acompasada, estaba al borde, cuando sus músculos se tensaron, una exclamación apareció entre sus gemidos y sus dedos se enterraron en mis glúteos para atraerme con fuerza hacia él. Sentí su liberación, lo que me hizo estallar junto con él.

Mi cuerpo temblaba, exhausta por aquel inolvidable encuentro, me dejé caer sobre su pecho, donde el latir de su desbocado corazón me arrulló hasta dormirme.

Desperté unas horas después, el fuego aún ardía, Roberto estaba abrazado a mí como en un acto desesperado para que yo no me fuese de su lado.

No recuerdo cuando ni como, pero estaba recostada a su lado sobre el sofá y estábamos tapados por una colcha, eran las tres de la madrugada, pero el calor de la chimenea, de la colcha, de la “actividad” y de la piel desnuda de Roberto, me habían espantado el sueño.




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