XII
Despedida
Las cosas no van bien. No sé en qué punto separar la realidad de la ficción. Nunca creí que esto podía pasar.
Me siento vacía, sola. Mi madre me invitó a pasar tiempo con ella, pero la idea no me cautivó para nada. Estoy como en trance, no pensé jamás que podía sufrir tanto por la ausencia de alguien.
Roberto seguía en el hospital. En coma. Los médicos no daban esperanzas. Dos meses habían pasado y era demasiado probable que no despertara, cada día estaba más latente su muerte.
Durante estos eternos dos meses no ha habido día en el que no he ido a visitarlo. La única persona a la que he visto a diario es a la madre de Roberto. Una mujer altiva, respetable, de una paz y dignidad asombrosa. Pero ahora cargaba en sus ojos un sufrimiento interminable, el de una madre a las puertas de perder a su único hijo.
Me sentía tan en deuda con ella. Yo era la causante de todo. Por mi causa Roberto estaba ahí, en esa habitación, incapacitado a tal punto de no poder respirar por sí mismo.
- No te culpes muchacha. Roberto debe de estar feliz. Tú estás a salvo. Él sabía que esto podría pasar cuando tomó esta profesión. Además, él está dando su vida por alguien amado. El amor de su vida es digno de tal sacrificio.
Levante la vista al escuchar aquella frase. Ella lo sabía.
- Oh, Elena, mi hijo no tenía secretos conmigo – me dijo al ver mi cara de sorpresa.
- Entonces usted sabía que Roberto y yo…
- Pero por supuesto. Conozco la historia desde el principio. Desde que te conoció en aquella discusión con Alex. La forma en que llamaste su atención.
… Conversábamos a diario. Él no sabía muy bien cómo actuar. Al final decidió quedarse con ella, he intentar olvidarse de ti. Pero cuando te conocí en su matrimonio entendí realmente lo que sentía por cómo te miraba. Comprendí lo duro que sería para él…
Durante ese tiempo conversamos mucho sobre Roberto. Eso hacía que sintiera algo menos de nostalgia y que el dolor mitigara… algo.
Las peores noticias llegaron una tarde de otoño, fue cuando una de mis peores pesadillas se hizo la más espantosa realidad.
Los médicos hablaron los padres de Roberto. Estaban considerando la posibilidad de desconectarlo del respirador.
- No, no pueden hacer eso – dije con un hilo de voz.
- Ya no hay nada que podamos hacer por él. Su condición no tiene vuelta. Su cuerpo comenzará a deteriorarse. Morirá de todos modos hoy o en unas semanas. En cualquier momento tendrá una falla sistémica. Tenemos aún la opción de desconectarlo y poder donar sus órganos o esperar y no poder…
- Desconéctelo – Dijo la madre con voz firme, pero con un dolor inmensurable. – No soporto ver más a mi hijo así.
Se prolongó un silencio lleno de pesar. Los médicos asintieron.
- Lo programaremos.
Se dieron la vuelta y se marcharon. Un peso enorme se cayó sobre mí. Por un momento sentí que me desmayaría. Quería gritar, mis piernas flaquearon. No pude aguantar más. Apoyada en una pared me deslicé hasta quedar sentada en el piso, puse los brazos sobre las rodillas y hundí mi cabeza en ellos. Rompí a llorar nuevamente. Sentía que me ahogaba. ¿Era posible que perdiera también a Roberto? Dios, por favor, ¿qué es lo que quieres? Por qué lo mantienes así…
La madre de Roberto se agachó a mi lado y puso su mano en mi hombro. Levante mi rosto y me encontré con aquellos ojos bondadosos sorprendentemente parecidos a los de Roberto.
- Esto le dará paz. No podemos mantenerlo así. Él no estaría aquí de no ser por esas máquinas. Debemos dejar que las cosas sigan su cauce.
Ella tenía razón. Éramos nosotros quienes lo manteníamos aquí, no Dios. Dios se lo hubiese llevado de no ser por los médicos.
Ahora, en su departamento me parece increíble pensar siquiera en lo que está ocurriendo. Mi baño está casi listo. Espero que el agua caliente relaje mis músculos agarrotados. Ya imagino el agua caliente en mi cuerpo, perfumada y con el jabón, y la espuma… espuma… un nudo se hizo en mi garganta.
- Te extraño tanto – dije con un suspiro.
Algo tibio se deslizó por mi mejilla. Comprendí que nuevamente estaba llorando.
El teléfono sonó y me sobresaltó. Mi estómago se contrajo. Contesté con enorme pesar. Esperaba esa maldita llamada que confirmaría mi separación de Roberto para siempre.
- ¿Hola? – dije con un nudo en la garganta y los ojos anegados.
La voz de la madre de Roberto me contesto desde el otro lado de la línea.
- Elena. Todo está listo. Será hoy en la noche, a las nueve. El doctor nos pidió que estuviésemos antes para despedirnos. – no fui capaz de contestar. – nos vemos.
El tono del teléfono me indicó que Gloria había cortado. Será esta noche…
Fui al baño con la mente en blanco, en estado de shock.
Después de un rato, un escalofrío recorre mi cuerpo. El agua se ha enfriado. Pierdo la noción del tiempo. Tomo una toalla con una parsimonia exagerada.