PRESENTE
El ambiente estaba tenso. Ambos se miraban fijamente, esperando a que alguno de los dos se explicase. El olor proveniente de la casa de su vecino Benjamín y The Second Waltz de Dmitri Shostakovich de la casa del 3A, quienes diariamente se ponían a bailar con el viejo gramófono, enfatizaba esa sensación de nostalgia que no ayudaba al momento.
Alonso se reclinó en el pequeño sillón, dejando la mitad de su cadera a fuera del asiento. Mantenía la mirada fija en el techo, buscando respuestas que no tendría al menos que hablase. Tenía a tres metros la solución de sus actuales problemas, pero no podía hacer ningún movimiento. ¿Qué tanto se podía fiar de Idara? ¿Qué tanto se podía fiar ella de él? No tenían información del otro, no de manera sustancial.
¿Qué sabía de Idara? Le gustaba la música clásica, la comodidad y lo minimalista. Odiaba los animales, le tenía fobia. Amaba el color dorado, los platos tradicionales y un buen café cargado. Aunque en ocasiones hablaron de política o temas socialmente relevantes, no podía encasillarla en alguna ideología o pensamiento. Conducía un BMV azul, pero no sabía a qué se dedicaba.
A partir de ahí no sabía nada. Para su suerte, Idara tampoco tenía muchos más conocimientos de él. Estaban mano a mano, por lo que se situaban en un punto muerto. O se arriesgaban, o se irían con la misma información que tenían.
—Era pequeño, quizás seis años —empezó a contar Alonso—. A veces soy más mayor, como ocho o diez años. Estoy con dos niños más de mi edad, creo que un niño y una niña. No recuerdo sus caras y sus nombres se distorsionan en mi cabeza. Corríamos por un sendero, cerca de una antigua casa amarilla. Reíamos. Parecía que jugásemos.
La piel del chico se volvía más sensible con cada palabra que daba. Nunca había contado en voz alta sus sueños, siempre se quedaban atrapados en sus pensamientos o su libreta. Con un poco de suerte llegaría a salir de su bloqueo.
—Alonso, yo…
—Estábamos los tres escondidos detrás de unos arbustos —no dejó continuar a la chica—. Uno vigilaba hacia una ventana, y yo ideaba un plan, pero un adulto nos regañaba y salíamos corriendo. Los pocos sueños que tengo son más o menos del estilo, pero siempre hay un barullo insoportable, risas, voces distorsionadas, música clásica y ese asqueroso olor. —Por primera vez desde que empezó a contar, miró a Idara a los ojos—. Música como la que tú tocas en el violín.
A Idara le sudaba el cuello. Estaba nerviosa. No quería cometer errores. Ni comenzar una pelea que ninguno de los dos iba a ganar. Alonso no se dejaba llevar por otra cosa que no fuese el raciocinio.
—Por suerte tengo los recuerdos bastante claros. Por ejemplo, la vez que cogimos una rana en el lago que había cerca y la colocamos en una de las copas de los adultos mientras nadie veía. —Alonso abrió los ojos de par en par, escuchando atentamente sus palabras. Su cabeza se negaba a relacionar lo que había dicho con sus propios sueños. Prefería creer que era una típica niñatada que cualquiera podría haber hecho—. Uno de ellos se llamaba Benjamín, pero le decíamos Benja o Jamón. Yo y el otro chiquillo nos quitamos los zapatos, nos remangamos los pantalones hasta las rodillas y nos pusimos a intentar cazas ranas. Acabamos empapados, pero cuando conseguimos coger una, se los resbaló de las manos y cayó en la cara de Benjamín —suspiró nostálgica—. Aún recuerdo el grito que pegó, era bastante miedica. Tenía una risa rara.
—¿Y el otro chiquillo?
Alonso preguntó con miedo. Había dado demasiados detalles. Muchas especificaciones que parecían genéricas, o al menos eso quería pensar él. Se negaba a pensar que él tenía algo que ver con sus dos vecinos. No. Su misterio no podía resolverse en un día por un olor que salía de la casa de su vecino. Así no funcionaban las cosas. Así no lo había pensado él.
—Creo que el otro eres tú, Alonso.
—Idara, vete.
—¿Perdón?
La chica no se esperaba esa respuesta. Sabía que el chico no era una persona que mostrase continuamente sus emociones, por lo que no esperaba algo intenso o físico como un abrazo. Ni siquiera esperaba una pequeña sonrisa. Pero menos esperaba esa respuesta. Después de tantos años, y de la promesa que se hicieron de pequeños, no se esperaba que le echase de casa nada más contarle todo.
—Está claro el del 3C y tú os habéis compinchado, no sé como, para reíros de mí —especuló enfadado—. Y no tiene ni una pizca de gracia, así que vete.
—¿De qué coño estás hablando? ¡No me he compinchado con nadie!
—¡No vengas a mi casa a joderme! —Ambos poco a poco levantaban la voz.
—¡¿Qué más me he inventado?! ¡¿Qué tus abuelos te llevaban allí?! ¡¿Qué nos hacían ir con unos pantalones azul claro y una camiseta blanca?! ¡¿O qué se pasaban horas en un lugar donde no podíamos entrar?!
Idara tomó aire. Estaba a borde de las lágrimas. Ella subió con la intención de cumplir el pacto que tenían. No estaba segura de que Alonso fuese el otro chico, pero cuando lo vio parado en la puerta de dónde prevenía el olor, lo tuvo claro. La poca duda que le quedaba se le fue nada más escuchar su relato. Era él, estaba segura. No tenía dudas. Sin embargo, lo único que recibió fue el menosprecio de una persona que en su infancia llegó a llamarlo mejor amigo.
—Idara…
Sus sentimientos luchaban por dominar la razón. ¿Qué debería hacer? Sentía que tenía que escucharla, dejar que contase sus historias o modificar las pocas que él conocía para saber si decía la verdad. Pero aun así, no podía serlo. Tendría que haber encontrado la forma de leer sus notas, de saber qué estaba pasando por eso. Quizás Idara era una hacker y por eso descubrió las notas que tenía en el ordenador. Sin embargo, ¿qué posibilidad tenía eso? Casi ninguna. La misma posibilidad de que ella, junto a su nuevo vecino del 3C, fueran los dos niños de sus sueños.