La fortuna de Dalaroth

Capítulo 2 - segunda parte

Llegaron a Indilul con la luna sobre sus cabezas. Lo primero que divisaron al cruzar el río fue la casa de Bryoni y Gerard, una luz tenue salía por la ventana que daba al bosque. La mujer los invitó a pasar apenas tocaron la puerta.

Cuando vio a Akún, quedó boquiabierta; aunque su semblante adormecido pronto la invadió de ternura. Haidar lo había arrullado todo el trayecto. A mitad de camino, Kralice quiso cargarlo para que el merava pudiera descansar; pero desistió de la idea en cuanto el niño comenzó a protestar porque lo estaban trasladando a otros brazos.

—¿Y este chiquitín? —preguntó muy por lo bajo. En una cazuela hervían algunas verduras, la mesa ya estaba puesta para dos.

A Kralice le rugió el estómago, ella lo escuchó fuerte y claro, pero los demás no se percataron del retumbar de sus entrañas: Haidar estaba absorto en explicarle a Bryoni lo sucedido en la cueva, quien prestaba atención a cada detalle.

—Por las deidades, pobre criatura… Entonces, su padre… él ya no…

—Un troll petrificado es algo irreparable. —dijo Kralice; luego le echó un vistazo al niño. Estaba acostado en una camita que Bryoni había improvisado con dos sillas y un almohadón. Respiraba lento y pausado, ajeno a todo lo que lo rodeaba.

—El burgomaestre debe saber esto. Además, muchacho —Bryoni miró a Haidar y una sonrisa le apareció en el rostro—, al fin podrás demostrar tu inocencia.

Los peldaños de la escalera que desembocaba a su espalda rechinaron. La mujer volteó y encontró a su marido, que se rascaba la barriga y observaba con el ceño fruncido al merava y la cazarrecompensas.

—¿Y ustedes por qué siguen vivos?

—Gerard, pero por favor, un poco de modales.

—Pídemelo después de comer y lo reconsideraré. —Gerard olfateó el vapor que emanaba de la cazuela con verduras—. ¿Cuánto le falta a esto?

—El tiempo que te tomará ir a buscar al burgomaestre y traerlo. —El hombre escudriñó a su esposa de reojo—. Oh, vamos, cambia esa cara, ¿quieres? Ya no tendremos que preocuparnos por los cultivos. Deberías alegrarte, aunque sea un poco.  

—Me alegraré el día en el que dejes de encontrar nuevas maneras de molestarme. —espetó Gerard mientras colocaba una capa negra y de lino sobre sus hombros. Se la ató al cuello y otra vez volvió a fruncir el ceño, pero ya no se lo dedicaba a Kralice ni a Haidar—. ¿Qué carajos es eso?

—Un niño, mi cielo.

—Los niños no tienen piel gris y garras de alimaña, Bryoni. ¿Por qué dejaste que entraran con esta cosa?

Haidar convirtió sus manos en dos puños. Era por personas como Gerard que él había insistido en huir con Akún, e Indilul estaba lleno de ellas. Estuvo muy cerca de liberar sus ganas de asestarle un golpe en la nariz, que era igual de chata que la de un cerdo, pero Kralice habló.   

—Mire, mejor apresúrese a traer al burgomaestre, porque, si no lo hace, un niño troll no es lo único con lo que tendrá que lidiar esta noche.

A Gerard, la idea de que el merava y esa foránea de Vonvir se hospedaran en su hogar, le dio repulsión. Sobre todo, porque sabía que Bryoni sería capaz de recibirlos con gusto. Más aún si el paquete incluía a la cría de troll. Aferró con fuerza el picaporte, abrió la puerta y se retiró acompañado de un estruendo que sacudió la casa entera.

Akún abrió los ojos de par en par y no tardó en llorar del susto.

—Qué hijo de puta. —exclamó Haidar y casi al mismo tiempo se disculpó con Bryoni por el breve arrebato.

—Tranquilo, no es lo peor que le han dicho. —dijo ella, corriendo hacia el pequeño para alzarlo. Empezó a tararear una dulce melodía que lo calmó en cuestión de segundos.    

Se trataba de una canción de cuna que Kralice conocía muy bien. Tan bien que, por un instante, la voz de Bryoni le recordó a la de su madre. Sonrió, casi de forma involuntaria, y contuvo el llanto que amenazaba con recorrer sus mejillas.

Con tal de distraer las memorias que acudían su mente, se concentró en cualquier otra cosa, como el peculiar contraste entre Bryoni y el niño. El cuerpo retacón de la mujer no era compatible con el tamaño de Akún y, sin embargo, él se las ingeniaba para seguir aferrado a la inari, sosteniéndose de su cuello con los brazos y de la cadera con las piernas.

Kralice notó que Bryoni manejaba con facilidad la situación y se preguntó si, en algún momento, un niño habría correteado por los rincones de aquella casa.

—Sasa. —clamó el pequeño. El vaivén de Bryoni lo balanceaba de un lado a otro, con la intención de que volviera a dormirse; pero Akún ya se había despabilado y lo único que deseaba era a su padre.

—Quizás esto lo consuele un poco. —De su bolsa, Kralice sacó el collar del troll. Lo había tomado de la estatua antes de emprender regreso a Indilul—. ¿Se lo das tú, Haidar? No quiero alterarlo. —El merava obedeció, ajustó la cuerda entre sus dedos y caminó hacia Akún. Entendía que Kralice evitara interactuar con él. Al fin y al cabo, solo había pasado un rato desde que el filo de su daga le rozó el cuello.

Bryoni sentó al niño en una de las sillas que hacía de cama y Haidar le mostró el collar. Los ojos de Akún, dos esferas claras y amarillas, rápidamente se fijaron en el dedo adentro del frasco. La piel mostraba el desgaste de los meses pasados, pero ni un rastro de piedra. El sol no actuaba sobre el tejido muerto de los trolls. 




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