Ocho en punto, y ella estaba desesperada aun daba vueltas en la sala principal. Tecleando su celular como loca, enviando mensajes por WhatsApp, llamándola, sin una recibir respuesta. Afuera caía un diluvio, los relámpagos retumbaba en sus oídos acelerándole el corazón a más de mil por hora. Las temperaturas descendían y solo pensaba en su hija allí afuera, sola y en peligro bajo aquel diluvió. Tenía los vellos de punta. Sus ojos comenzaron a arder de ira al volver a escuchar la contestadora de voz, con el tono de su pequeña decir que no estaba a la disposición de atender.
-mierda – lanzó el teléfono hacia el otro lado de la sala ahogando un grito.
-señora Draco – dijo una joven de cabellos rizados con un tono pasivo, incomoda por interrumpir a la madre histérica – siento interrumpir, pero alguien…
-ahora no – le gritó muy eufórica, chispeando desesperación cada vez más impaciente, anticipándose – por ahora no quiero visita.
-Stery – llamó la ama de llaves, entrando a la estancia – está aquí.
Sus ojos brillaron con un resplandor que la ilumino, soltando el aire contenido en sus pulmones. La presión en su pecho descendió a tal punto de relajar los músculos tensos. Se avecinó con rapidez a la señora de mirada espantada señalando al recibidor. Stery no notó su expresión al pasar por su lado, casi atropellándola. Corrió hacia a donde se le indico.
Se detuvo en seco al verla. Su pequeña hija, en brazos de un extraño, empapada de la cabeza a los pies. Su cabeza reposaba en su pecho, asumida en un sueño muy profundo. En su cuello tenía un rasguño no muy profundo, pero muy preocupante. Había que tratarse antes de que se infectase.
-Taylor – dijo, ahogando un sollozo, acercándose a su hija acunando sus mejillas entre sus manos, apartando los mechones húmedos de su rostro – cariño, ¿estás bien? ya estás en casa mi cielo.
El joven que la llevaba cargada, era de tez morena y alto, ojos oscuros y cabello negro. No era muy musculoso, aunque si se le notaban su masa muscular muy bien definida. La observaba con preocupación y culpa, cosa que le parecían curiosa a la madre.
- ¿Quién eres? – preguntó dirigiéndose.
Ella podía ver bajo aquel rostro tan joven y normal, que llevaba otra identidad nada habitual. Desprendía un aroma que delataba su verdadera naturaleza. Sabía que era, pero no quería empezar una pelea, teniendo en sus manos a su hija.
-un aliado de su madre, señora Draco – explico sin dar mucho – la llevare a su recamara, si me permite.
- ¿mi madre? – dijo, aun sin comprender a lo que se refería – ¿ella está aquí? ¿en Cincinnati?
-si señora.
Palideció a tal revelación. Ella, no se había comunicado desde hace ya bastante tiempo. Desde su boda en Nuevo Orleans, tras discutir sobre el futuro de Taylor. Su madre no aprobaba como llevaba las cosas, y quería llevársela con ella a Londres para enseñarle del mundo, uno del cual se ocultaba. Era muy peligroso, y Stery no cedió a ella. Ahora con su llegada, las cosas tomarían otro curso. No sabía, cómo, ni cuánto, pero sí que no sería bueno. Lo percibía en su interior.
Mientras que la rubia, se asumía en sus pensamientos. La ama de llaves irrumpió junto al momento. Le indico al joven que la siguiera. Subieron las escaleras, y atravesaron el corredor hasta su habitación. Le dijo que la recostara en su cama, entretanto ella entraba a su armario en busca de una ropa limpia.
-fueron los cazadores – dijo el joven lleno de rencor e inquieto, se froto el rostro conteniendo la respiración, buscando la forma de calmarse – tenía que estar con ella, y... ¡mierda! – exclamo agitando la mano.
-no te culpes – dijo la ama de llaves –. Ya ha pasado mucho tiempo escondía. Tarde o temprano la encontraría.
En su voz se expresó tristeza y pesar. Y aunque el joven, no estaba muy de acuerdo, la comprendió. Se despidió pidiéndole que no dijera nada de que estuvo aquí y que llamaría para saber de ella, recibiéndose un abrazo de la señora, agradecida de que la haya traído sana y salva a casa.
Luego de que el joven se fuera, y de cambiarle la ropa a su pequeña niña, la cual ha cuidado desde que nació. Al observar la herida en su cuello, se sobresaltó. La herida no estaba completamente curada, pero sí que se veía mejor. Se dirigió al despacho de Stery, quien estaba completamente afligida con el celular en su mano, puesto en su oreja, escuchando sin percatarse de la presencia extra. Asentía sin parar con los labios sellados. Cuando se tranca la llamada, bloquea el celular y lo coloca encima de su escritorio. Tomo la silla, apoyándose de ésta, sin siquiera poder digerir la información.