Emily se colgó mejor la mochila del hombro mientras su padre terminaba de aclimatar la casa rodante a las afueras de Hollywood.
Estaba sentada en el cordón, respirando el aire puro, agotada física y emocionalmente.
Su padre había llegado hacía apenas una hora de San Francisco y luego de una pelea con Harlem, quien no estaba de acuerdo con que se fuera así, logró recuperar sus cosas, cambiarse de ropa e irse a ese páramo de Hollywood a esperar por el hombre.
—Bestia, pásame la llave francesa —pidió Christopher desde abajo del vehículo, lo hacía allí porque no quería recostarse en el asfalto del desierto de Nevada si llegaba a tener un error.
Emily se levantó del cordón y tomó la herramienta que su padre le pedía, depositándola sobre la mano que asomaba por debajo.
—¡Listo! —exclamó el hombre, terminando con su trabajo y saliendo con varias manchas de aceite en las manos y el rostro.
Emily le pasó un pañuelo para que se limpiara y acomodó todas las herramientas metódicamente en el estuche.
—Oye, pa —murmuró, sacando su iPhone del bolsillo para depositarlo en su mano.
—¿Y esto? —cuestionó, extrañado.
—A ti te gustan mucho, yo no necesito tanta cosa —afirmó, sonriéndole con ternura—. No hay vuelta atrás, ya le puse un nuevo chip.
Christopher la miró con algo que parecía pena, quizá empatizando con las emociones ocultas de su hija.
—Emily…
—Acéptalo —insistió—. A mí me basta mi viejo teléfono.
Su padre suspiró;
—No puedes regalar lo que te regalaron.
—No lo estoy regalando, solo lo estoy cediendo por algo…
—Peor —interrumpió, analizándola, aun así apretó el aparato en su mano y se lo guardó en un bolsillo, ofreciéndole un cálido abrazo—. Gracias, bestia.
—De nada, pa.
El hombre se separó de ella y tomó el estuche de herramientas con su mano derecha.
—¿Lista?
Emily asintió, respirando hondo.
—¿Te parece que escuchemos Alanis? —cuestionó el hombre subiendo—. Hace tiempo que tengo ganas de escucharla y que alguien cante conmigo.
Ella lo siguió, dándole un último vistazo melancólico a todo su alrededor.
Su mente repetía filmes de los años que había pasado allí, pero ninguno era tan intenso como el de los últimos meses. Intensos como el amor que había sentido y la soledad que este le había ocasionado al acabar.
Ninguno como la película tragicómica de un contrato, ni como el relato de un romance fortuito, de un sentimiento casual y arrollador.
Observaba a sus alrededores con la mente tan poblada, que no se percató sino hasta segunda vista que Danton la observaba, a apenas cinco metros de distancia.
Instintivamente se hizo para atrás, alejándose del vehículo, observando sus perfectas facciones serias bajo el potente sol de las cuatro de la tarde.
Su camioneta estaba a unos pasos de él, arriba de la misma se podía vislumbrar a Harlem, Jamie y Murdock.
Insultó en su fuero interno. Seguro el modisto había dado aviso de donde ella se encontraría al partir. Tendría que haber sido más cuidadosa con esa información.
Estática en ese lugar como lo estaba, dudó de ir a su encuentro, temía enfrentarlo y oír sus reproches por haberlo abandonado así.
Pero sabía que Danton merecía una explicación menos cobarde.
Le hizo una seña a su padre de que esperara y reunió todo el valor que tenía para aproximarse al hombre. Los pies le pesaban y tuvo que agarrarse de las tiras de la mochila para no explotar en millones de nervios, penas y sentimientos profundos.
Se detuvo a medio metro, observando su seriedad, la decisión que traía en el rostro.
—Dan, yo…
Sin embargo, antes de que pudiera seguir, el hombre llevó las manos a los botones de su camisa blanca y comenzó a desprenderlos uno a uno, con rapidez y agilidad.
Emily lo observó enrarecida y con las mejillas encendidas.
¿Se había vuelto loco? ¿Por qué se desnudaba en plena calle?
Observó inquieta de lado a lado, esperando que no hubiese muchos transeúntes pispiando aquella escena sin sentido.
Mordió sus labios y se detuvo expectante mientras él terminaba de sacarse la camisa, respirando hondo antes de señalarse el antebrazo derecho con la mano izquierda, justo en uno de sus tatuajes.
—¿Qué dice? —le preguntó, y aunque sus facciones se veían algo severas, su voz no lo era para nada, se oía más bien suave y decidida—. Emily, ¿qué dice el tatuaje?
La aludida lo observó, confundida.
—Se necesita —leyó, aunque no le era necesario, lo recordaba. Recordaba cada uno de sus detalles.
El hombre asintió y bajo ambos brazos.
—No te deseo como si fueses un pedazo de carne, no eres mi obligación —le confesó, haciéndola recordar aquella tarde en Big Sur y las enseñanzas de Grace Lane; tres grandes cosas mueve al mundo y lo hacen lo que es.
El deber, que es una obligación.
El deseo, que es un capricho.
Y la necesidad, que era lo único que realmente importaba.
Danton abrió los brazos con una sonrisa rendida;
—Yo a ti te necesito.
Todo en su ser dio un enorme respingo al oír esas últimas palabras.
¿La necesitaba?
La cinta mental de todo lo que habían vivido volvió a reproducirse en su cabeza, todo lo que había sentido; el amor, los miedos, los anhelos. Aquel reciente sentimiento que a cada rato se veía amenazado por la realidad que los perseguía sin cansancio.
La cantidad de veces que había pensado que aquello para él era algo efímero. Que ella solo había sido una amante más, que no la había querido tanto como ella a él.
Sin embargo ahí estaba, frente a ella, diciéndole que la necesitaba.
—Dan —balbuceó, conteniendo las lágrimas.
—Jamie comprende mejor que nadie que te necesito —murmuró señalando la camioneta, desde donde el aludido observaba todo con seriedad, expectante—. No se siente traicionado, no le estamos rompiendo el corazón a él si permanecemos juntos, nos lo estamos haciendo a nosotros mismos si nos separamos.