La Gran IlusiÓn Del Vivir

La Medicina

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− ¿Cómo va ese hombro? −pregunta el traumatólogo, mirando a Javier con una expresión profesional y un genuino interés por su bienestar.

−Bueno, ahí está, a veces me duele, especialmente por las noches −responde Javier con una voz que refleja una mezcla de resignación y frustración.

− ¿Te tomas la medicación?

−Sí, claro −miente Javier.

−Bueno, habrá que hacer una resonancia para saber si hay que operar o no

La mención de una posible cirugía crea cierta incertidumbre y preocupación para Javier. La operación, aunque a menudo es la ruta más efectiva hacia la recuperación, lleva consigo el peso de los riesgos quirúrgicos, el tiempo de recuperación y la rehabilitación posterior.

−Vas a coger cita para el hospital en la recepción y después de la resonancia coges otra vez cita conmigo −le dice el médico, despidiéndose de él.

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Javier se sienta en la austera sala de la recepción del ambulatorio, esperando su número para ser atendido y coger la cita para la resonancia. Es un espacio impregnado de la atmósfera característica de los centros médicos, donde se mezclan la ansiedad por la salud con la esperanza de recuperación. A su alrededor, la mayoría de los pacientes son personas mayores, cada uno absorto en sus pensamientos. El aire está lleno de murmullos apagados y el ocasional pitido que indica una ventanilla libre para ser atendido.

Mientras espera, observa cómo un paciente se apoya en una muleta y otros conversan en voz baja sobre sus dolencias, compartiendo historias de visitas anteriores al médico o sus experiencias con diferentes tratamientos.

La sala, decorada en un sentido minimalista, tiene ese aire clínico que no puede disimular. Los asientos, dispuestos en filas, están ocupados por personas que, al igual que Javier, esperan ser llamadas para continuar con sus respectivos procesos de curación o diagnóstico. Las paredes, adornadas con carteles informativos sobre salud y prevención, parecen recordar a todos la importancia del cuidado personal.

Javier contempla este microcosmos de la vida del ambulatorio, repleto de gente a esa hora de la mañana, donde cada persona lleva consigo una historia de lucha contra la fragilidad del cuerpo humano. Se da cuenta de la paradoja de la salud: cómo, en la búsqueda de bienestar, a menudo nos encontramos enfrentando nuestra propia vulnerabilidad. Este pensamiento lo lleva a reflexionar sobre su situación, sobre cómo

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un simple accidente ocasional lo ha traído a este lugar al que hacía muchos años que no venía.

Mientras Javier espera a ser atendido, una conversación cercana capta su atención. Dos señoras, sentadas al lado suyo, intercambian experiencias sobre sus respectivas razones para visitar el ambulatorio ese día. La primera, explica que ha venido porque le han cambiado la medicación. "Es que la anterior no me estaba haciendo efecto", comenta, "y el médico piensa que esta nueva podría ayudarme mejor. A ver cómo me sienta".

La otra señora asiente comprensivamente antes de compartir su propia situación. "Yo estoy aquí para hacerme unos análisis. Últimamente, tengo la tensión muy alta y el doctor quiere ver si hay algo más que debamos ajustar en mi tratamiento".

Tras salir del ambulatorio, los pensamientos de Javier se dirigen hacia su madre, decide que este día, más que cualquier otro, es propicio para visitarla. Su madre está en una residencia de ancianos, un lugar que se ha convertido en su hogar en esta etapa crítica de su vida.

Con casi 90 años, la salud de su madre es muy delicada. Cada visita es un recordatorio del ineludible proceso de envejecimiento.

−Hola, vengo a ver a mi madre −Saluda Javier al entrar en la Residencia.

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−Está en su habitación, dormida −le contesta una auxiliar después de preguntarle quién es su madre−. Esta noche la hemos dado unos calmantes porque tenía dolores. Espera un rato en la sala mientras aviso.

En la sala común de la residencia de ancianos, Javier se toma un momento para observar el entorno antes de su visita a la habitación de su madre. Lo que ve le ofrece una perspectiva más profunda sobre la vida diaria en la residencia, un espacio compartido que alberga tanto la rutina como el aburrimiento.

La televisión, encendida en un rincón de la sala, emite las noticias del día a un volumen moderado, pero no parece captar la atención de ninguno de los residentes. Las imágenes parpadean ante una audiencia ausente, un ruido de fondo constante que se mezcla con los sonidos de la residencia. Javier nota cómo, a pesar de la conexión con el mundo exterior que la televisión pretende ofrecer, la vida dentro de estas paredes transcurre a un ritmo diferente, uno marcado por necesidades y prioridades distintas.

En una mesa, un pequeño grupo de ancianos se encuentra inmerso en una actividad de dibujo bajo la guía de una cuidadora. Los dibujos, de naturaleza simple e infantil, son abordados con concentración y cuidado por manos arrugadas que han vivido mucho.

Por otro lado, algunos residentes están sentados en sus sillones, sumidos en sus pensamientos o simplemente observando el ir y venir en la sala. La espera parece ser un componente constante de su día, especialmente en los momentos

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previos a las comidas o actividades programadas. Para Javier, esta escena refleja una realidad de la vida en la residencia: la presencia de tiempo en abundancia, pero también la lucha contra el aburrimiento y la monotonía.

La observación de Javier sobre la edad media de los residentes, en contraste con lo que oyó en el programa de televisión en el bar, le impacta profundamente, no pasará de los 80 años, tal vez alguno cerca de los 90. Se da cuenta de que, a pesar de las generalizaciones sobre la tercera edad, cada individuo enfrenta su propio conjunto de desafíos de salud, limitaciones físicas y emocionales. La residencia, a pesar de ser un lugar de cuidado y apoyo, también es un escenario donde se manifiestan las consecuencias del envejecimiento, no siempre en línea con las expectativas de la sociedad o los medios de comunicación.




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