Cuándo estés sola acuérdate de mí. Mi voz siempre estará en tu cabeza, guiándote.
«¿El mundo me necesita?» Pensaba en aquella gentil voz que me había hablado. Esa pregunta daba vueltas a mi cabeza como un tren que va a toda velocidad por carriles que forman un círculo. «El mundo te necesita» Al contrario, necesito al mundo.
No tenía tuempo para pensar en esas cosas; mi madre murió por culpa mía. Ya no había nada por lo cual seguir adelante. «¡Estudia! ¡Sigue tus sueños! ¡Cásate! ¡Ten hijos!» No, desde muy chica supe que nada de eso era para mí.
Comencé a caminar sin rumbo que seguir, sin casa en la cual refugiarme, sin comida para alimentarme ni agua para beber.
Nunca había ido más allá de la ciudad. Sabía el camino que conducia a ella. Pero aunque fuese allí, ¿qué lograría? ¿A quién acudiría? ¿Dónde iba a dormir? ¿Qué iba a comer?
Mi madre había sido hija única y no teníamos a nadie. Solo éramos ella y yo, toda la vida.
Seguí caminando hasta llegar el anochecer. La luna me recomendaba parar. Las estrellas estaban durmiendo acobijadas por grises nubes. Un copo de nieve cayó sobre mi hombro y después otros más en la carretera que tenía enfrente.
Tenía dos opciones: seguir y descubrir qué era lo que la vida me tenía preparado, o terminar con ese sufrimiento y poder despedirme de mi madre, aunque fuese en el cielo.
Antes de decidir, caí desfallecida en el suelo.
—Hey niña, ¡despierta!—Lo había olvidado, me había desmayado. Abro los ojos a duras penas y veo a un hombre de mediana edad, con una camisa blanca de tirantes manchada de sabrá dios qué—. ¿Estás bien? Estabas tirada en medio de la nada—dijo él—. Una dama no debe de estar tan sola en medio de la madrugada. Y menos si es tan hermosa como tú.—¿Qué rayos estaba diciendo aquel hombre? Tenía mucho sueño, apenas estaba despierta. Solo quería decir y llorar, y así fue—. ¡Oye, oye, oye, no llores!—Se levantó y se dirigió a una pequeña cocina. Era una pequeña y hecha de madera ya casi pudriéndose. Parecía que era un motel de mala muerte—. Toma este té. ¿Tienes hambre, verdad?—Agarré el té con mis manos. Estaba caliente y olía bien. «Está rico, debe de ser manzanilla».
—Eso, duerme. —Terminó aquella frase con una sonrisa macabra mientras cerraba la puerta, colocándole seguro. El té tenía algo, seguramente pastillas para conciliar el sueño. Caí dormida.
Soñé. Soñé que estaba flotando en un lugar que no conocía, y estaba frío. De repente una voz comenzó a hablarme—: Yecka, no puedes parar ahora, el mundo te necesita. —Parecía que era la misma voz del cristal de antes, ya me había olvidado completamente de él, hasta ahora—. ¿Quién eres? ¿Qué es lo que pasa conmigo y con el mundo?—pregunté desesperada, recibiendo silencio de respuesta—. ¡Despierta Yecka, despierta y salva al mundo, Yecka! ¡Despierta!—gritaba una conocida voz «¿Madre?», pensé.
La voz se había distorsionado y el lugar donde me encontraba comenzó a agrietarse, entrando una luz encandiladora por las grietas, las cuales se agrandaban con el paso del tiempo. Todo el lugar se quebró.
Desperté levantándome de golpe. Ví como ese cerdo estaba encima mío. Estaba siendo abusada. Se dió cuenta de que desperté, así que me tapó la boca con una mano. Intentaba mover mis brazos y pies, pero me había atado. Tampoco podía gritar, me había encintado la boca. Forcejeaba; lo alcancé a golpear en el estómago con mi rodilla, a lo que él no se inmutó; se puso más violento, pegándome un puñetazo en la cara. El dolor había sido tanto, que dejé de forcejear.
Mi madre murió y ahora estoy apunto de ser abusada.
Cerré mis ojos, llorando.
Tuve una visión, pude ver a mi madre alzando sus brazos para recibirme en un abrazo. Corrí a toda velocidad hacia ella. «¡Quiero abrazarte, madre! ¡Quiero sentir tu corazón altir en mi oído! ¡Quiero oír tu risa, aunque sea una última vez!». Vaya inocente de mí. Mi madre estaba de pie y con una gran sonrisa. Sus ojos lucían tan sanos y tan pacíficos.
Cuando estaba apunto de abrazarla, escarchas de hielo creadas a partir de la nada la partieron por la mitad. Sus órganos salieron volando por todos lados. Cuando menos me dí cuenta, me encontraba empapada de sangre de mi mamá.
Abrí mis ojos húmedos de golpe.
Empecé a sentir un frío en mi estómago, sentía un antártico dentro mío.
La cinta que me cubría la boca se despegó gracias a la fuerza de mi boca. Mis cuerdas vocales se desgarraron y mis oídos dolieron, pero no me importó.
Cuando callé vi aquella escena: el hombre estaba partido por la mitad por escarcha de hielo. ¿Habría hecho eso yo? ¿Cómo? Justo cuando todo eso pasó, los vecinos tiraron la puerta abajo, vieron estaba asesinado a aquel hombre, vieron la mancha de sangre y en ella me vieron a mí.