Niña, no tengas vergüenza de llorar, si el orgullo te gana y no lloras, una bruja vendrá por tí.
Lo hecho, hecho estaba. No había vuelta atrás.No podía cambiar el hecho de que mi madre murió, de que casi fui abusada, de que asesiné a un hombre, de que casi fui incinerada y que les arrebaté la vida a toda esa gente.
Llorar por mis pecados no cambiaría nada. Tenía fijo mi destino: el cristal anaranjado que había visto en mi sueño; en la cima de una montaña a las afueras de la ciudad.
Las calles estaban desiertas, debía ser porque era demasiado temprano. ¿O era porque temían de una bruja?
A la distancia notaba que alguien se acercaba. Era una mujer alta, de manos largas y grandes al igual que su nariz, con una gran cabellera abultada y descuidada, desabrigada y con vestimenta suelta. «¿Acaso esa mujer es inmune al frío?» Era invierno y la temperatura llegaba a los menos dos grados, aproximadamente.
La sospechosa fémina se acercaba descuidadamente. Y cuando nuestros caminos se cruzaron, no pasó nada.Dejé salir un suspiro de alivio y seguí caminando, cuando una voz aguda y roñosa se dirigió hacia a mí—: Oye niña.—Lentamente me volteé. Para mi desgracia, aquel llamado venía de la mujer—. ¿No has escuchado las noticias?—Paralizada, no contesté—. Hay una bruja suelta. Vuelve a tu casa.—Seguía sin decir palabra alguna, tenía miedo que descubriera que estaba hablando con la bruja a la que se refería. De repente, la mujer pareció haberse percatado de algo—. Espera, ¿qué es eso?—Me tomó inesperadamente la mano y la analizó—. Estas heridas... ¡son quemaduras!—Me miró a los ojos como descubriendo el propósito de la vida, como si hubiera descubierto al niño que robó unas galletas—. ¡Tú eres! ¡Tú fuiste!—Pasó lo que más temía: ser descubierta.
La forcé hasta que soltó mi mano y me lancé a correr mientras ella iba detrás mía. Tiré mi mochila para correr más rápido, pero no era lo suficiente, me iba a alcanzar. ¿Quién diría que alguien con el aspecto de aquella mujer fuese tan ágil?
Cansada, me escondí en un callejón. De la nada y tan rápido como el fuego sale de un encendedor, apareció ella, procediendo a recargarse en la pared.
—¿Entonces sí fuiste tú?—preguntó ya sabiendo la respuesta—. No te asustes, ¿sabes? Somos iguales—dijo. La miré directo a los ojos, parecía que se identificaba en mí—. Mis compañeros son brujos también, pero no hacemos tales aberraciones como las tuyas, ¡bestia!—Su cara cambió completamente y se acercaba. Me estaba arrinconando—. ¡Es-está bien, comprendo! Sólo estoy de paso por aquí—grité tartamudeando esperando a que eso la detuviera, pero parecio no haberle escuchado, o no haberle importado—. ¡Oye, tranquila! ¡Yo no soy una bruja!—Aquellas palabras solo fluyeron por todo mi ser hasta llegar a mi boca, pero no era nada falso. No era una bruja, no creaba hechizos o memorizaba maldiciones.
El sonido de sus livianos pasos se habían detenido; la melodía del viento cubría el lugar. La mujer simplemente miraba el suelo.
—¿Qué?—preguntó quedándose impactada, como si lo que hubiese dicho fueran cruces sagradas lanzadas hacia ella—. ¡Eso, no soy una bruja! Así que puedes estar tranquila—clamé un poco confiada y con una leve sonrisa. Pero no me daba cuenta que estaba empeorando las cosas.
—Yiztonsipron—recitó la bruja tranquilamente. A los pocos segundos me dí cuenta de que estaba inmóvil, «¿Qué es esto? ¿Un hechizo?»
La esquelética mujer comenzó a caminar nuevamente en mi dirección, volteándome a ver sin prisa.
—Kozfité rágalo—dijo "rágalo" con una segunda voz saliendo desde su garganta.
No pudiendo hacer nada, una circunferencia de fuego, no muy alto me rodeaba. Estaba sudando del pánico. «¿¡Dónde están, Cristales!?» Intenté cerrar mis ojos para esperar una visión, una ayuda. Pero no podía. Mis paralizados párpados no reaccionaban. Mis ojos ardían como costra goteada por limón. El aire penetraba cada fibra de mis ojos.
—¡Romn!—gritó cuando la tenía a un paso de distancia. Las llamas reaccionaron a su dialecto; se alzaron y me cubrieron por completa. La sensación de encarcelamiento es horrible cuando no puedes gritar del dolor. Llagas y ampollas me empezaron a salir por todo el cuerpo Sentía como mi piel se derretía y como el fuego alcanzaba mis órganos, como el fuego tocaba mis ojos y los reventaba como una aguja revienta un globo de aire, sentía como cada vello y cabello de mi ser se hacía polvo.
En polvo me convertía.
—No hay nada más miserable que una bruja asesina.—Despreciaba la hechicera, acompañada de la música de la intensa lumbre. Se alejaba—. Ahora ve al infierno, y jamás salgas de ahí.— Caí.