La Heredera

31. Cosas que salen a flote

Susana

Vaya forma de hablar, muy ambigua. Si alguien que no fuera yo lo escuchara pensaría mal de él; sin embargo, yo lo conozco, es un hombre seriecito que usa mucho gel y eso lo ha hecho muy estirado.

—¡No, no, no! ¡Por qué, por qué! Tú mucho lo consientes, lo prefieres a él —hago mi berrinche.

—Esto es lo correcto, aunque le consultes a Bruce él también te dirá lo mismo, piensa con lógica, Susana. No puedo dejarte ir.

—¡¿Y qué voy a hacer, estoy aburrida?!

—Entonces, ponte a estudiar —contesta el Gelado.

—No quiero, quiero ir con mis amigos —voy al mueble y comienzo a patalear y hacer sonidos fuertes. El Gelado queda impresionado por mi actitud, pero no parece querer ceder.

—Haz una video llamada —concluye y me da la espalda, sin abandonar la sala.

Me tranquilizo porque creo que ni llorando lo voy hacer cambiar de opinión.

—Ya verás —mascullo enojada.

Él voltea rápidamente y agudiza su mirada— ¿qué tratas de decir?

—¡Que ya verás! —amenazo.

Me levanto y en zancadas voy a mi habitación golpeando la puerta detrás de mí. Me tiro a la cama y me protejo con las sábanas.

¿Qué hago ahora?

Estaba allí esa sombra de vestido rojo de nuevo en la casa, con su hija que le seguía los pasos. Jamás la comprendí. Su intención nunca fue convertirse en una madre para mí, ni siquiera en una tía o alguien que buscara ser de mi agrado, a pesar de que era la hija de su pareja.

Yo no veía nada bueno en la mujer que acompañaba a mi papá, pero algo brillante debía esconder para que mis abuelos la tuvieran en tan buena estima. ¿Llevarla a un viaje por Inglaterra porque está deprimida por la muerte de mi padre?

¿Abuean, crees que ella es la única a quien le dolió la muerte de tu hijo?

Sinceramente, ¿me has buscado alguna vez? Siempre he sido yo quien ha tratado de verse bien frente a ti; llegado el momento me di cuenta que por mucho que hiciera jamás iba a ser suficiente, por más que llevara parte de tu sangre, mi otra mitad, no podía ser aceptada.

Lo mismo es para el abuelo… Si no fuera por las disposiciones póstumas de mi padre, ¿qué sería de mí? ¿Cuál hubiera sido mi rumbo? Habría estado sola en esa mansión.

Me aterra la soledad.

¡Ah, disparates!

Levanto las piernas y las sábanas revolotean.

Por ese motivo no me gusta el silencio ni la oscuridad, me hacen pensar en cosas que ya no tienen importancia. Sin embargo, de verdad, no me gusta estar sola, es aburrido, ¡muy aburrido!

¿Tan pocos amigos tengo?

Inmediatamente, la imagen de Aníbal se materializa en mi cabeza. ¿Aún seguiremos siendo amigos?

 

Ray

—¿Cuántas bebió? —pregunta Adriano al ver a Bruno sentado de rodillas frente a su cama.

—Whisky con gaseosa —respondo mientras limpio el desorden. Observo la cara larga de mi amigo, aunque lo sospecho, mejor se lo pregunto— ¿Cómo te fue con Susana?

Adriano contrae sus cejas y luego muestra un signo de irritación.

—Solo miramos una película…

—Es un progreso.

—Junto a ese tipo, el hermano de Aníbal…

Volteo completamente hacia él, todo mi cuerpo sintió el impacto y la sorpresa— ¡¿Graham?! ¿Qué hacía allí?

—No lo sé, andaba de metiche, nos acompañó hasta el final y hasta pagó los tickets. ¡¿Qué le pasa?! —refunfuña dejando salir su agobio.

—Er… —No sé qué decir. No puedo imaginar a Graham estando detrás de Susana como su niñero— Seguro no sabía que era una cita…

—No lo sabía, pero lo intuyó. Ese hombre no me agrada. Dime la verdad, ¿no pasa nada entre ellos? ¿qué es lo que conversan en su departamento?

Sé a lo que quería llegar Adriano, pero todo ello era infundado. Estoy completamente seguro que Graham ni siquiera tiene esas intenciones, solo es un hombre trabajador y muy centrado; para él nosotros solo somos niños.

—Descuida, Adriano. Graham solo es mi tutor y es como un espía para el señor Bruce respecto a Susana. En el departamento, ni siquiera se dirigen la palabra y si lo hacen es para discutir. Además, a Susana no le gusta él, le gusta Aníbal.

Cuando terminé de hablar, Adriano se quedó perplejo mirando hacia la puerta, yo estaba de espalda hacia ella y, la actitud de Adriano parecía severa e intranquila como si hubiera visto a un fantasma. Seguí su mirada y me encontré con los ojos brillosos de Aníbal. Él nos miraba con una expresión incomprensible, me había olvidado que Bruno también lo había contactado para seguir con la “fiesta”.

—¿Qué es lo que acabas de decir? Bromeaste, ¿verdad? —murmura dejando su chaqueta sobre el pequeño sofá. No puedo adivinar si está sonriendo porque le parece ridículo lo que dije o porque está nervioso frente a ello.




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