La Heredera

53. No involucrarse

Susana

Adquirí la costumbre de dormir una media hora después de comer los postres. La razón era tan simple. El Gelado colocaba música instrumental que me hacía recordar el inmenso campo que se mezcla con sonidos de lluvia, el cantar de aves y chasquidos. En ocasiones, despertaba por mi cuenta, pero en la gran mayoría de veces, él tenía que despertarme con suaves golpecitos en mi rostro.

Cuando llegamos al departamento, el melancólico Ray seguía estudiando. Tendí sobre la mesa el pedido de la megacopa y le pregunté si iba a acompañarme a la reunión que organizaba Stephan. Lo razonable era salir, porque estaba segura que a pesar de que intentaba estudiar, Ray no hacía más que rumiar las cosas en su cabeza. Al menos, un momento de diversión podía aliviar un poco toda la frustración que él podría sentir.

—El Gelado nos llevará y nos traerá, así que tenemos auto a disposición.

Ray me observó antes de responder. Ojos perdidos y tristes.

—Y si ya no te sientes a gusto nos regresamos —agregué.

—Voy —contestó Ray y cerró la tapa de su cuaderno.

—Bien, en dos horas partimos.

Me dirigí a mi habitación, luego me di cuenta que aún traía el abrigo del Gelado sobre mí, así que fui a su alcoba con la intención de entregárselo rápido antes de ir a bañarme. Al entrar sin avisar, observé que él estaba inmerso en unos documentos.

—Tu abrigo, gracias —Dejé la prenda sobre su cama y salía tan rápido como vine.

—Espera —exclamó y me alcanzó en la puerta— Úsalo hoy.

Automáticamente, incliné mi cabeza hacia la izquierda mientras fruncía mis labios. De alguna forma, eso me pareció ridículo, ¿acaso cree que no tengo abrigos que me protejan contra el frío? Además, este huele a su perfume. Todos sabrán que es de un hombre.

—Úsalo hoy, te queda muy bien.

—Me queda como una bata —contradije.

—Prueba combinarlo como un atuendo retro, con este clima eso te favorecerá. A ti fácilmente se te baja la presión, tus manos siempre están frías.

Parecía un ruego: “Úsalo”.

—No quiero. Ya tengo en mente lo que vestiré hoy. Úsalo tú es tuyo.

—Entonces, lo usaré yo, pero entraré en la fiesta.

Por un momento lo pensé, pero lo deseché al instante. Él está actuando de forma tan estúpida e infantil, ni siquiera hay motivos válidos para pedirme eso. ¿Tiene fiebre?

Aproximé mi mano a su frente, sin importarme invadir su espacio personal. Estaba tibia, no podía afirmar si era lo normal o no.

—¿Te sientes bien?

—Por supuesto que sí.

—Espérame aquí, voy a traer el termómetro.

Lo hice, y luego de colocarlo en su boca, esperé hasta que apareciera el resultado. Estaba llegando a los 37 grados y medio. Entonces, le ordené que se recostara y fui a ver a Ray.

Este hombrecillo se alarmó tanto al escuchar que el Gelado tenía un poco de fiebre. Aunque no me pareció extraña su reacción, era lo esperado de un amo de casa dedicado como él, y además admirador del Gelado.

Preparó una ligera sopa de pollo, verificó el botiquín y el instructivo de enfermedades virales; separó las pastillas, enfrió los paños, hasta cortó pequeños trocitos de papitas e hirvió agua; pidiéndome a mí que, mientras tanto, le hiciera compañía al paciente.

—A nadie le gusta estar solo, menos si está enfermo. Siempre he hecho esto cuando Marco enfermaba. Me encargaba de hacerle conversación desde la cocina para que no se sintiera desprotegido —me dijo.

Tal vez pudo ser el helado que comimos o el que me prestara su abrigo todo el trayecto de camino a casa, o quizás ya estaba débil. Podrían ser muchas las causas, pero solo una cosa era incuestionable, qué él era el adulto y tendría que saber cómo lidiar con estas situaciones.

Aún con reticencia, regresé con Graham, llevando los pañitos frescos y la jarra de agua, hasta que Ray terminara con la comida para que el Gelado pudiera tomar la pastilla. Él se encontraba en su escritorio, sus mejillas ya estaban rojas. Le recriminé por no hacerme caso y luego de dejar los implementos en su mesa de noche, lo arrastré hacia la cama. No se opuso y me dejó mover su cuerpo a mi antojo, lo arropé. Él siempre en silencio, cerrando por momentos los ojos. Su respiración ya estaba caliente.

Coloqué el paño sobre su frente y le pregunté si deseaba agua.

—Sí, dame un poco, por favor.

—Inclínate para ayudarte. Se confirmó tu fiebre. Ray está preparando una ligera sopa, te dará una pastilla. Si dentro de media hora sigues con malestar iremos al hospital para que te mediquen o te inyecten.

Graham sonrió— Hace mucho que no me inyectan. Gracias.

Ahora debía hacerle compañía al paciente, pero durante el día habíamos hablado demasiado, no tenía tema de conversación. Así que opté por lo más fácil. Tomé mi celular y me recosté al otro extremo de la cama. El ruido podía ser molesto para él, por lo que opté por solo ver fotos.

¿Cuándo fue la última vez que tuve fiebre? Recordé que me enfermé cuando visité a Amelia. Me gustaba que ella acariciara mi cabeza o me tomara de mis manos, así podía quedarme dormida. Y al empezar los escalofríos le pedía que me abrazara por un rato.




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