Por desgracia, mientras atendía sus correspondientes mesas entró de pronto la familia Greyson al restaurante. Lo hicieron tomando asiento en una mesa cercana, pero que no le correspondía y eso era una verdadera fortuna.
Apenas llegaron, ordenaron y se pudieron a despotricar en su contra, sin estar conscientes de su presencia a muy pocos metros de ahí; aunque de saberlo les hubiese importado muy poco.
– No podemos dejar que esto pase así nada más – reitero Samantha por encima vez.
– Claro que no – le secundo su madre con firmeza.
– Sigo pensando que deberíamos impugnar el testamento de mi padre, declararlo loco; después de todo cualquiera nos daría la razón al enterarse de lo que ha hecho. No podrán negar que lo ocurrido con su testamento ha sido un hecho poco normal – sugirió Samantha segura de que tenía razón al respecto, que esa podría ser el arma que necesitaban.
– Te doy la razón en eso – acepto su madre, igual de desesperada por encontrar una solución viable.
– Como ya les dije no será posible y mucho menos buena idea – reitero Carl, llamando la atención de todos.
– ¿Como puedes estar tan seguro? – le cuestiono Samantha desesperada por conservar al menos esa esperanza.
– Quizás podamos encontrar algún error, un recurso legal o artimaña – reconoció Derek con aire un tanto ausente.
– No puedes asegurar que eso no podría pasar – secundo María esperanzada de que ese fuese el caso.
– Ya les dije que eso no ara más que dañarnos a nosotros – les reitero este, convencido de que lo que decía por muy difícil que fuese para ellos, era lo correcto.
– Ya lo dijiste antes, ¡explícate! – insistió Samantha.
– Oscar podría ser muchas cosas, pero todos sabemos que nunca fue un estúpido. Le pedí a Lucas que me diera una copia de los documentos para revisarlos y como temía se aseguró de blindarse por todas partes, todo está legal y tan bien hecho que es casi seguro que perderíamos cualquier querella legal que interpongamos – indicó siendo muy claro.
– Pero aun así hay posibilidades; yo opino que deberíamos demandar, apelar a un juez – le respondió María aferrada a esa idea y es que no dejaría que le arrebataran de las manos su fortuna.
– Podríamos en efecto – reconoció dejándolos a todos mucho más tranquilos, más luego de una pequeña pausa continuo hablando.
– Más debo advertirles que será un proceso muy largo, desgastante y sobre todo extremadamente costoso que tiene muy pocas, si no es que escasas posibilidades de resultar a nuestro favor; además recuerden que ahora nuestros recursos son limitados a diferencia de los suyos – opinó haciendo una velada referencia a Renée.
– ¿Propones que no hagamos nada? – cuestiono tomando claramente a mal sus palabras.
– No digo eso, solo que en cuanto a lo legal tememos la batalla perdida – le respondió bien consciente de que sería de ese modo, que si se enfrentaban por la vía legal estarían acabados.
A unos pocos metros de ahí Renée continuaba con su trabajo, ignorante de su presencia; al igual que estos de la suya. Tal hecho era beneficioso considerando la difícil situación en la que estaban envueltos.
Entonces de pronto una de sus compañeras de trabajo se le acerco.
– Renée – le llamo en voz baja.
– ¿Si? – cuestiono está yendo a su encuentro con discreción.
– ¿Podrías hacerme un favor? – interrogo con cara un tanto compungida.
– Claro – accedió antes incluso de saber de lo que se trataba, lo cual era algo muy propio de ella.
– Me urge ir al baño – le confío en secreto y no necesito más que eso para saber a lo que se refería.
– ¿Cuál? – pregunto refiriéndose a la mesa que le pedía estar al pendiente.
– La 6, que no dejan de pedir copas de vino y están insoportables – dijo en verdad dolorida.
– Corre, yo los atiendo – le insto sin ver problema alguno con su petición
– Gracias en verdad – agradeció, corriendo hacia los sanitarios.
Luego de solo un par de minutos vio como le llamaban desde esa mesa en específico, pidiendo servició; así que se acomodó el uniforme y fue hacia allá con su mejor actitud.
– ¿En qué puedo ayudarlos? – les pregunto con la misma cortesía que tenía para con todos.
No fue hasta que estos le voltearon a ver, que se dio cuenta de quienes eran; pero sobre todo que estos la reconocieron.
– ¡Valla!, ¡valla! pero mira nada más lo que tenemos aquí – mencionó Samantha con un tono sarcástico.
– La pequeña usurpadora que planea quedarse con todo lo que nos pertenece – expresó tornándose un tanto más agresiva hacia ella.
Si bien sus palabras eran hirientes, Renée no se dejó llevar por estás y aguanto lo que tuvieran para decir, después de todo sabía que nada de eso era verdad. Su conciencia estaba limpia y nada de lo que dijeran podría cambiarlo.
– La golfa de... – estaba por decir María, cuando no lo soporto más y es que ese era un insultó que no permitiría jamás.
– ¡Basta! – le exigió con firmeza.
– ¿Acaso estás atreviéndote a callarme?; tu una simple empleada venida a más, una mesera, una cazafortunas – le cuestiono con molestia, soltando a continuación aún más palabras duras hacia está.
La conversación estaba subiendo de nivel y con eso el tono de voz, lo cual estaba llamando la atención de todos a su alrededor.
Renée no dejaría que la tratasen de una forma como esa, pero tampoco quería causar un escándalo; aun cuando valla que podría hacerlo y es que no sabían nada de la clase de persona que era. Estos no valían la pena, así que decidió callar por sí misma y por el restaurante en el cual le dieron la oportunidad cuando más lo necesitó.
– Si, lo hago – reconoció manteniendo la compostura.
Entonces se acercó un tanto más a la mesa.
– ¿Con que derecho nos callas? – le cuestiono María aparentando cierta superioridad sobre está, misma que no poseía y es que ella no lo permitiría.
– Sobre ustedes ninguno, es cierto; pero antes de continuar con toda esta estupidez al menos volteen a su alrededor y reconsideren si vale la pena armar todo esté teatrito – recomendó manteniéndose altiva, lo cual les molestaba aún más.
Estos entonces lo hicieron, intrigados por lo que se refería.
– El lugar está lleno de personas importantes – les aviso y es que para su buena suerte siempre lo estaba.
Mientras recorría con la mirada las mesas, iba enumerándoles de quienes se trataban.
– Empresarios, políticos, millonarios y por supuesto miembros de la prensa; ellos son verdaderamente fanáticos de la comida de aquí. Estoy segura de que les encantara saber lo que ha sucedido, así que si quieren un escándalo, adelante hagámoslo. Solo tengan muy presente que antes de mañana media ciudad estará enterada de lo que pasa en su familia y sobre todo de su precaria situación, lo cual sería una pena – les aseguró sonriendo como si hablaran de cualquier otra cosa.
– ¿Es eso una amenaza? – indago Derek con molestia.
– Claro que no, yo jamás me atrevería a hacer algo semejante; solo les digo lo que seguramente pasaría si continuasen con todo esté escándalo – respondió sin amedrentarse por este en absoluto.
– Igual te perjudicaría a ti – le recordó Samantha.
Al escucharla Renée no pudo evitar reír, tal como si acabará de oír algo muy gracioso.
– ¿Acaso creen que eso me interesa? – les pregunto con cierta diversión.
– Sepan que a mí me da exactamente lo mismo lo que estás personas piensen de mi – le aseguro de forma tajante.
– ¿Y tú jefe?, ¿que pensara él al respecto de todo esto? – María estaba tratando de cambiarle la jugada.
– Si eso es una amenaza les recomiendo que se busquen una mejor, porque si acaso lo olvidan soy millonaria. Aunque dudo mucho que se les pueda olvidar ahora o nunca – se regodeo por primera vez de eso y lo hizo aun cuando no se sintiera muy cómoda al respecto, pero es que sabía que con eso les aria callar.
– Ahora sí me disculpan pediré su cuenta, creo que es hora de que se retiren – les aconsejo por último, alejándose de ahí con calma.
Mientras regresaba a su área se topó de pronto con su jefe, el gerente del lugar.
– ¿Paso algo ahí? – le cuestiono habiendo notado el pequeño altercado, al igual que el resto del restaurante.
– No, solo interrumpí en un mal momento. Ya sabe pelea familiar – le tranquilizo con tanta seguridad como le fue posible.
– Claro – acepto alejándose y es que habían presenciado peores escenas entre sus comensales.
A estos no les quedó otra opción que marcharse de ahí, conscientes para su desgracia de que Renée tenía la razón y no podían hacer nada o terminarían terriblemente expuestos ante la sociedad. Además de la pobreza, eso era a lo que más le temían; al escarnio público y por consiguiente lo volvía su mayor debilidad.
Renée por su parte estaba segura de que había ganado, más no se imaginaba todo lo que eso traería consigo. Había vencido una batalla, infortunadamente la guerra no había hecho más que comenzar.