La herencia maldita

Capítulo 44.

Felipe.

Llevé a Paola a la oficina para poder hablar con tranquilidad sobre nuestra "relación" sin miradas ajenas, pero ella rápidamente se sentó en su silla, poniendo la mesa entre nosotros y empezó a lanzarme unas palabras irónicas y malignas. Quería hacerme retroceder. Entendí perfectamente que estaba actuando incorrecto, por decirlo suavemente, obligándola a firmar el contrato, pero no me dejó otra opción. Aunque en mi corazón esperaba no tener que aprovecharme de esto, pensé que podría convencerla de que confiara en mí y no se escondiera con su miedo, como una almeja en una concha.

 

- ¿Puedes decirme cómo deshacerme de tu atención? Dime, ¿qué puedo hacer para que me dejes en paz? – preguntó desafiándome.

Nunca he sido partidario de la violencia, pero ahora quería echármela por encima de mi rodilla, y azotarla por su apetecible culo, que me excitaba hasta la locura, aunque en general Paola era una chica más buen delgada.

Ella ni siquiera podía imaginar el esfuerzo titánico que me costó fingir ser imperturbable, aunque ya había llegado al punto en que estaba listo para echarla al hombro, arrastrarla a mi guarida y... En general, estaba al borde de un colapso.

¡Dios, qué cansado estaba de esa tortura! ¡Mírala con una mirada hambrienta, languideciendo de deseo y enfurecerme de celos, mirándola con Tomas! “Si no resuelvo eso ahora, me volveré loco pronto.” – pensé. Me sentí como un pecador en el infierno, en una hiena ardiente, solo que no me quemaba del fuego, sino de un deseo increíble, la pasión incineraba toda mi alma. ¡Era simplemente insoportable! ¡Era una obsesión! Si yo creyera en la brujería, habría pensado con certeza que ella me había embrujado, porque nunca había tenido tal cosa con nadie.

Y después de que me dijo que yo no era un hombre que la necesitaba y que no la excitaba en absoluto, no pude resistirme y la besé. Ese beso, como una daga afilada, cortó mi corazón, cuando entendí que me deseaba, pero de repente ella susurró:

-Vete. Por favor…

 Esas dos palabras eran como un muro de hormigón contra el que choqué a gran velocidad. De la ira y la desesperación estaba listo para gruñir, como un animal herido, y destruir todo a mi alrededor. No podía entender por qué ella hacía esto. ¿Por qué trataba de negar lo obvio? Estaba muy seguro de que ella me deseaba igual que yo, pero mentía.

 Por una fracción de segundo, quise sucumbirme a la debilidad, rendirme e irme, dejándola sola. "Vine aquí para volar esta pared, ¡y que me mandan al infierno, si no lo hago!" – Pensé, mientras Paola me miraba confundida, bañándose en su océano de pretensión desesperada y terquedad.

En un secundo la saqué de la silla y presioné el cuerpo deseado contra mi pecho y literalmente sentí su miedo. Por eso dije todo lo que sentía, que me hervía por dentro, expliqué que no sabía cómo sería todo entre nosotros, pero sabía que yo la necesitaba como el aire y ¡Oh, milagro! Ella me creyó y susurro:

- Bésame.

- Cariño, no necesitas tenerme miedo, - comencé a acariciar suavemente su espalda y besar su rostro. - No a mí. ¿Me escuchas? Confía en mí, nunca te haré daño, - exhalé, tocando su sien con mis labios, olfateando, como un animal, el olor de su cabello, que al instante hizo hervir la sangre en mis venas.

Ella gimió suavemente en mis labios, y con avidez bebí su aliento, dándole el mío a cambio. Lo que estaba pasando ahora entre nosotros, me golpeó hasta lo más profundo de mi alma cínica, no he besado a nadie con tanta codicia y ternura al mismo tiempo.

-Oh, - la escuché.

¡Dios! Esta exclamación hizo que mi corazón diera un vuelco de alegría. ¡Sí, eso es! Mis fusibles parpadearon, luego llegó una explosión mental, supe que no me detendría, si no paro ahora. Pero no estaría bien tenerla sobre la mesa del despacho.  Solo Dios sabe cuánto esfuerzo me costó contenerme y separarme de ella. Sacudí esos malos pensamientos de mi cabeza con firmeza y finalmente dije con voz ronca.

- Esto no es "Oh" todavía, por la noche te voy a acariciar tanto, que te olvidarás de todo en el mundo, pero no aquí y no así.

Ella no quería dejarme ir, pero yo estaba dispuesto a refrenar mi pasión, que nunca había experimentado con tanta fuerza, me desgarraba el alma y cuerpo exigía liberación.

- Ahora irás a la habitación de Ro y te cambiarás para la fiesta. -  dije no lo que quería en absoluto, pero era más correcto.

Al principio ella no entendió, mirándome con los ojos cubiertos de neblina, pero la conciencia volvió a ella, y sonrojada, se escapó de mis manos y salió corriendo de la oficina. Decir que estaba feliz, es no decir nada, hasta mis oídos zumbaban de alegría de que Paola me amara, pero el zumbido no paraba. Era mi teléfono. Recibí una llamada de mi compañero de clase, a quien invité a la fiesta. Le prometí encontrarme con él abajo en la recepción, luego leí un mensaje de François, pidiéndome que volviera a llamar a mi madre, porque lo había bombardeado con preguntas sobre mi paradero. ¡Reconocí a mi madre!

El primer día, que llegué al pueblo, puse su teléfono en la lista negra, porque sabía que empezaría a llamarme cien veces al día. Sabía muy bien que no me gustaba que me distrajera del trabajo, pero siempre lo hacía a su manera. Por eso bloqueé su número. Pero mi madre era una mujer activa, por lo que no se calmó y decidió obtener información de mi amigo.

- Buenos días, mamá. - Dije.

- ¿Esto es cierto?

- ¿Qué?

- ¿Estás en Zermatt?

- Sí, mamá, estoy en Zermat. Te dije que iré a resolver asuntos con la herencia. - Respondí.

- ¿Mónica Monti también está allí?

- No. Ella le dio su parte de la herencia a su hija, y mi padre le dejó algo más.

- ¿Qué? ¡Cómo pudo hacerlo!

- Mamá, ¿por qué estás tan interesada en este caso? Es mi legado, no el tuyo. - Me sorprendió.

- Porque escuché rumores de que tú y esa vivís juntos en el castillo.



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En el texto hay: humor, odio amor, finalfeliz

Editado: 15.05.2023

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