Capítulo 2.
Mi madre siempre había sido alguien muy fuerte, había superado tanto ya. Desde que tengo memoria, ella ha sido mi admiración, es por eso que cuando me separan de ella, una enorme angustia punzante yace en mi pecho. Mi madre levanta una ceja al ver que estaba mirando sus facciones fijamente mientras comía el platillo que le acabamos de traer mi hermana y yo.
Ella negó con la cabeza varias veces mientras sorbía un espagueti. De la nada, soltó su plato.
Me removí incómoda en mi lugar, sin ganas de hablar del tema. – Verás, madre, éste fin de semana tengo que ir a casa de Berry y dormir en su casa, pues tenemos una tarea enorme que ni hemos empezado…
Mi madre comenzó a reír. Un hombre de la tercera edad la llamo, diciendo que ya era hora de darle medicamento a alguien, seguramente uno de sus tantos pacientes. Ella asintió.
Una vez que mamá estaba fuera de nuestra vista, volteamos para caminar por el extenso pasillo, por el cual doctores de todo tipo se encontraban. La niña tomada de mi mano la apretó, voltee.
Maldije por lo bajo, no podría aguantar hasta la casa. Nos dirigimos al baño en un parpadeo, Mia entró agazapada entre los médicos de mal humor. Quedé fuera de la puerta, dando golpecitos con el pie al suelo, impaciente.
Cerré los ojos por un momento, intentando calmarme, pero al volverlos a abrir el hospital era completamente distinto. Volví a cerrar los ojos y a abrirlos pero seguían igual, ya no habían médicos, voltee para todos las direcciones posibles, entré al baño asustada y, efectivamente todo era distinto, era de un color negro, y fuera estaba igual, todo parecía indicar que estaba abandonado. Con la respiración acelerada, me senté en el frio suelo de mármol, temblando. Definitivamente esto era demasiado real, pero había visto que la mente de los esquizofrénicos también pensaban que todo lo que veían era real. Comencé a murmurar en voz baja “esto no es real” en un cruel e inútil intento de quitar todo a mi alrededor. No era normal que ocurriera tres veces.
Las pisadas de alguien acercándose al baño me alarmaron. Cerré mas los ojos en completa agonía, llorando entre la oscuridad, pude distinguir en una fracción de segundo, que la sombra del demonio que había visto en la escuela era la misma. Una vez que la cosa se acercó, dejé de temblar, una enorme oleada de adrenalina arraso con mi mente, abrí los ojos.
Negué frenéticamente con la cabeza. Tenía que esperar a averiguar si lo que me pasaba era completamente real o no. Esperaba, muy seriamente, que no.
Obediente, la niña asintió y tomó mi mano.
La noche era muy larga, demasiado. Daba vueltas por toda mi diminuta habitación, agarrando mis cabellos con desespero. ¿Qué era lo que me pasaba? ¿Acaso estaba ya loca? Mamá no podría pagar un tratamiento, dejaría a mi familia en las ruinas. Como era de esperar, divagaba más de lo normal, pensando en lo mucho que afectaría que estuviera enferma a mi atolondrada familia.
Lance un sonoro grito a mitad de la noche, diablos, ¿qué haría? Decidí recostarme en mi pequeña cama, la más dura de la historia, el colchón parecía de piedras, o al menos eso sentía. Los parpados comenzaron a pesarme y poco a poco parecía que el cansancio cobraba más y más. Cuando sentí el aire pegar en mis piernas, alce una ceja con curiosidad, ¿no había dejado la ventana cerrada? Si no era así, tendría que levantarme rápidamente a cerrarla. Abrí los ojos pesadamente, pero mis ojos toparon con un misterioso chico. Mis anteriormente adormilados ojos se habían hecho del tamaño de platos enormes, este se encontraba recostado contra la pared, sus rizos negros hasta arriba de su cabeza estaban revueltos, mientras sus ojos azules y brillantes me veían atentamente, eran un azul jade, enormes y brillantes, derrochaban belleza por todos lados, y eso sin mencionar las refinadas facciones de este. El misterioso sujeto frunció el ceño al ver que seguía viéndolo sin decir palabra, estaba en un estado catatónico. Comenzó a acercar más su cabeza hacia mí, achinando los ojos.