La hija del corsario

6- La visita

El día amaneció soleado y muy caluroso y Rosana despertó empapada de sudor. El sol entraba a raudales por la ventana de su habitación y caía sobre ella con una fuerza inusitada a pesar de lo temprano que era.

Se vistió en silencio tratando de no despertar a su hermana que dormía hecha un ovillo y la contempló durante unos segundos. Carlota había heredado el temperamento de su padre. Nunca se dejaba agobiar por nada y de todo mal siempre terminaba por sacar algo bueno. Le hubiera gustado ser como ella en más de una ocasión, sobre todo cuando, como en ese momento, se veía al borde de la desesperación y no sabía cómo actuar. Carlota se lo tomaba todo tal como venía, sin complicarse la vida con elucubraciones ni desvelos. Por eso podía dormir a pierna suelta incluso en una situación como aquella.

Salió del cuarto descalza y con el vestido a medio abotonar y tomó el sendero que conducía a la playa. Le apetecía darse un baño y así tratar de tranquilizarse.

La playa estaba desierta. Una media luna de arena blanca solo manchada por la sombra de las palmeras que se inclinaban sobre las olas.

Rosana se desvistió dejando su vestido de muselina verde esmeralda sobre una piedra, junto con sus enaguas y el corsé, lo más apartados del agua que pudo y se sumergió en el mar. El agua estaba deliciosa y la joven sintió como sus nervios se relajaban y la furia que parecía dominarla se diluía como la espuma de las olas entre sus manos.

—Un mañana muy agradable para darse un baño ¿verdad? —Oyó que decían a su espalda. Rosana se volvió rápidamente para encontrarse con Diego, sentado a horcajadas en el tronco de una palmera y mirándola con curiosidad.

—¡Cómo se atreve a espiarme! —Chilló la joven sumergiéndose hasta el cuello en el agua.

—¿Espiarla? Yo ya estaba aquí cuando usted llegó y... se desnudó...Creo que me está apeteciendo tomar también un baño a mí también —dijo, saltando desde el árbol —. ¿Me permite acompañarla?

—¡Ni se le ocurra! ¿Qué está haciendo...?

Diego se había desprendido de la camisa y del fajín que ceñía su cintura y procedía a desabrocharse los amplios calzones.

—Darme un baño, hace calor —contestó él.

Rosana desesperada se giró e intentó no mirar a aquel loco. Un chapuzón le indicó que el joven se había arrojado al agua.

—¡Está perfecta! —Exclamó nadando hacía ella.

—¡No se acerque...!

—No se preocupe. No lo haré. Ni por todo el oro del mundo me acercaría a usted —le contestó él, a lo que la joven le miró extrañada por sus palabras.

—¿Y por qué no habría de acercarse? —Gritó ella.

—¡No hay quien la entienda, doña Rosana! Primero me grita que no me acerque y ahora me pregunta por qué no lo hago. Debería aclarar sus ideas y no tratar de volver locos a los demás...

Rosana nadó hacía la orilla muy ofuscada, pero no se atrevió a salir del agua.

—Haga el favor de darse la vuelta —refunfuñó.

—Creo que no debería preocuparse por ello. Ya he visto todo lo que hay por ver...

—Es usted un desalmado, un bribón y...y...

—Y usted es una preciosidad, doña Rosana.

Ella le miró perpleja ante tamaña desfachatez.

—…Y muy poco caballeroso...

—Puede salir, prometo no mirar.

—¿Y cómo sé que puedo fiarme de usted?

—Se lo prometo por mi honor de caballero, doña Rosana, eso es todo cuanto tengo —dijo volviéndose de espaldas a ella.

Rosana sonrió mientras salía del agua y procedía a vestirse. Aquel joven tenía algo que la repudiaba y al mismo tiempo la atraía sin poder remediarlo.

Además, es muy guapo, pensó.

Diego aprovechó para salir del agua y se vistió a su vez. Fue en ese momento cuando vio algo que le preocupó bastante transformando su semblante. Una vela en alta mar con rumbo al puerto. Un presagio muy funesto en ese momento si era de quien sospechaba que podía tratarse.

—¿Ocurre algo? —Le preguntó, Rosana al darse cuenta del cambio que había experimentado.

—No. Nada. Tendremos visita... Me gustaría pedirles un favor a ustedes...

—Es usted nuestro dueño y señor ahora ¿no? Puede disponer de nosotras a su antojo ¿no es eso? ¿Por qué tendría que hacerle ningún favor a nuestro aprehensor?

—Quizás porque he tratado en todo momento de comportarme con ustedes lo mejor que he sabido. Me gustaría que esta noche, cuando reciba a mi invitado, fingiese que me obedece en todo...

—¿Me está usted pidiendo que mienta? ¿Qué me comporte como un rehén asustado? Es eso lo que debo parecer, ¿su prisionera?

—Sí, eso mismo. No creo que les resulte muy difícil internarlo al menos.

—¿Quién es su invitado, Don Diego? ¿Qué tipo de monstruo es?




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