La historia de amor

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viaje en tren, entre la estación de Paddington y Oxford, en el que conoció a un fotógrafo que  
estaba casi ciego. Llevaba gafas oscuras y dijo que se había dañado la retina hacía diez años,  
durante un viaje a la Antártida. Llevaba el traje muy bien planchado y sostenía la cámara sobre  
las rodillas. Decía que ahora veía el mundo de otra manera y no forzosamente peor. Preguntó a mi  
madre si podía hacerle una foto. Cuando él levantó la cámara y miró a través del visor, mi madre  
le preguntó qué veía. «Lo mismo de siempre», respondió él. «¿Qué es?» «Una mancha borrosa»,  
dijo él. «Entonces, ¿por qué lo hace?» «Por si un día se me curan los ojos. Para saber lo que  
estuve mirando.» Mi madre tenía en el regazo una bolsa de papel marrón con un bocadillo de  
hígado picado que mi abuela le había preparado. Ofreció el bocadillo al fotógrafo casi ciego.  
«¿No tiene hambre?», preguntó él. Ella respondió que sí, pero que nunca había dicho a su madre  
que no le gustaba el hígado picado, y ahora, después de tantos años, ya era tarde. El tren entró en  
la estación de Oxford y mi madre se apeó dejando tras de sí un reguero de arena. Sé que la  
historia tiene un significado, pero no sé cuál. 
8. MI MADRE ES LA PERSONA MÁS TERCA QUE CONOZCO 
A los cinco minutos, ya había decidido que Oxford no le gustaba. Durante la primera semana  
del curso, mi madre estuvo sin salir de su habitación, de un edificio de piedra lleno de corrientes  
de aire, ni hacer nada más que ver caer la lluvia sobre las vacas que pacían en el prado de Christ  
Church y compadecerse de sí misma. Tenía que calentar el agua para el té en un hornillo  
eléctrico. Para ver al tutor, tenía que subir cincuenta y seis escalones de piedra y aporrear la  
puerta hasta que él se levantaba del catre de su despacho, en el que dormía bajo un montón de  
papeles. Casi todos los días escribía a mi padre a Israel en elegante papel de cartas francés y,  
cuando se terminó el papel, en hojas de libreta. En una de aquellas cartas (que encontré  
escondidas en una lata de chocolatinas, debajo del sofá del estudio), había escrito: «El libro que  
me regalaste está siempre en mi mesa, y cada día aprendo a leer en él.» Si mi madre tenía que  
aprender a leerlo era porque el libro estaba en español. Ella veía en el espejo cómo se le  
blanqueaba la piel. Durante la segunda semana, se compró una bicicleta usada y fue por la ciudad  
pegando papeles que ponían: «Se necesita tutor de hebreo», porque tenía facilidad para las  
lenguas y quería poder entender a mi padre. Acudieron varias personas, pero sólo una mantuvo el  
interés cuando mi madre le explicó que no podía pagar: un muchacho con granos en la cara que se  
llamaba Nehemia; era de Haifa, cursaba primero, se sentía tan desgraciado como mi madre y  
pensaba —así se lo escribió ella a mi padre— que la compañía de una chica era motivo suficiente  
para acudir dos veces a la semana al King's Arms sólo por el precio de una cerveza. Mi madre  
también aprendía español, pero sin profesor, con un libro titulado Aprenda español sin profesor.  
Pasaba mucho tiempo en la biblioteca Bodleian leyendo cientos de libros y sin hacer amigos.  
Pedía tantos libros que, al verla llegar, el empleado del mostrador trataba de esconderse. Al final  
del curso, obtuvo un excelente en los exámenes y, a pesar de las protestas de sus padres, dejó la  
universidad y se fue a vivir con mi padre en Tel Aviv. 
9. LO QUE VINO DESPUÉS FUERON LOS AÑOS MÁS FELICES DE SU VIDA 
Vivían en una casa soleada y cubierta de buganvillas de Ramat Gan. Mi padre plantó un olivo  
y un limonero en el jardín y les cavó un surco alrededor que retuviera el agua. Por las noches  
escuchaban música norteamericana en la radio de onda corta que él había comprado. Con las  
ventanas abiertas, según de donde soplara el viento, podían oler el mar. Al fin se casaron en la  
playa de Tel Aviv y estuvieron dos meses recorriendo América del Sur en viaje de novios.  
Cuando regresaron, mi madre se dedicó a traducir libros al inglés, primero del español y después  
también del hebreo. Así pasaron cinco años, hasta que a mi padre le ofrecieron un empleo que no  
pudo rechazar en una empresa norteamericana de la industria aeroespacial.



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En el texto hay: istorias

Editado: 05.07.2020

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