27. UNA COSA QUE NO PIENSO HACER CUANDO SEA MAYOR
Es enamorarme, dejar los estudios, aprender a subsistir a base de agua y aire, dar mi nombre a
una nueva especie y destrozarme la vida. Cuando yo era pequeña, mi madre solía decirme con
una mirada extraña: «Un día te enamorarás.» Yo quería decirle, pero nunca me atreví: Ni en un
millón de años.
El único chico al que he dado un beso es Misha Shklovsky. Su primo le había enseñado en
Rusia, donde vivía antes de venir a Brooklyn, y él me enseñó a mí. «Menos lengua», fue lo único
que dijo.
28 HAY MIL COSAS QUE PUEDEN CAMBIARTE LA VIDA; UNA DE ELLAS ES UNA
CARTA
Pasaron cinco meses y yo casi había renunciado a buscar a alguien que hiciera feliz a mi
madre. Y entonces ocurrió: a mediados de febrero de este año llegó una carta, escrita a máquina
en papel azul de avión, franqueada en Venecia y reexpedida a mi madre por la editorial. Bird la
encontró y la llevó a mamá preguntando si podía quedarse con los sellos. Estábamos en la cocina.
Ella abrió el sobre y leyó la carta de pie. Luego volvió a leerla, sentada.
—Es asombroso —dijo.
—¿Qué? —pregunté.
—Una persona me escribe acerca de La Historia del Amor. El libro del que papá y yo sacamos
tu nombre. —Y nos leyó la carta en voz alta.
Estimada señora Singer:
Acabo de leer su traducción de las poesías de Nicanor Parra quien, como usted dice,
«llevaba en la solapa un pequeño astronauta ruso y en los bolsillos las cartas de una mujer
que lo había dejado por otro». Tengo el libro a mi lado, en la mesa de mi habitación de una
pensione con vistas al Gran Canal. No sé qué decir de él sino que me ha conmovido del
modo en que uno desea que lo conmueva cada libro que empieza a leer. Quiero decir que,
de algún modo que casi no sabría describir, me ha transformado. Pero no quiero hablar de
eso. Lo cierto es que no le escribo para darle las gracias sino para hacerle un ruego que
quizá le parezca extraño. En la introducción, menciona usted de pasada a un escritor casi
desconocido, Zvi Litvinoff, que en 1941 huyó de Polonia a Chile y cuya única obra
publicada, escrita en español, se titula La Historia del Amor. Mi ruego es éste: ¿querría
usted traducirlo? Sería exclusivamente para mi uso personal; no tengo intención de
publicarlo, y usted conservaría los derechos, por si un día decide hacerlo. Estoy dispuesto a
pagar por su trabajo la suma que usted considere justa. Estas cosas siempre me han
violentado. ¿Qué le parece cien mil dólares? Si considera que es poco, le agradeceré que
me lo diga.
Imagino su reacción al leer esta carta, que para entonces habrá pasado una semana o dos
aguardando en esta laguna, luego un mes sorteando el caos del sistema postal italiano antes
de cruzar por fin el Atlántico y ser transferida al servicio de correos de Estados Unidos, el
cual la introducirá en una saca que un cartero arrastrará en un carrito desafiando la lluvia o
la nieve hasta insertarla por la ranura de su puerta, desde la que caerá al suelo, donde
esperará que usted la encuentre. Y, después de imaginar todo esto, me siento preparado
para lo peor: que me tome usted por un perturbado. Pero quizá no deba ocurrir así
necesariamente. Quizá si le digo que, hace mucho tiempo, al acostarme, una persona me
leyó unas páginas de un libro titulado La Historia del Amor y que, al cabo de tantos años,
no he olvidado aquella noche ni aquellas páginas, quizá me comprenda.
Le agradeceré que me conteste a estas señas. Si para entonces ya me he marchado, el
conserje me reexpedirá la carta.
En espera de sus noticias, suyo afectísimo,