La Historia de Olivia

CAPÍTULO 1: Chicos misteriosos…

1 año antes:

-Tin, Tin…

Giro la llave y abro la puerta, suena la campana, anunciando que alguien entro a la cafetería.

En cuanto entro a la cafetería un fuerte pero dulce aroma a café y aromatizante de vainilla golpea mis fosas nasales. Disimulando, aspiro el aroma con mi nariz. Suspiro. Siempre ame y amare este olor.

-¿Quién…? Oh, Eli, cariño. Estaba comenzando a creer que no te presentarías hoy.

Dirijo mi mirada al lugar de donde proviene la voz, encontrándome a la mujer con el mejor corazón del mundo. Helen Keller.

Sonrío, dejando mi abrigo en el perchero.

-Lo siento.  –Digo con una sonrisa de disculpas. -Tuve que pedirle a mi vecina, la señora Roosevelt, que me prestara su auto, porque hoy mi auto decidió que no quería encender. –Suspiro cansada

-Al menos llegaste antes de abrir.

-Claro, ya sé que soy indispensable para ti – Bufa.

-Quisieras.

-No te preocupes Helen, tu sucio secreto está a salvo conmigo –Le guiño un ojo, tratando de no reírme. Amo molestarla.

Voltea los ojos, pero con una ligera sonrisa.

- ¿Por qué mejor no empezamos -sobre todo tu- a acomodar todo antes de que hagas que abramos tarde? –Dice acercándose a las mesas para acomodar las sillas, que se encuentran boca abajo arriba de las mesas.

-Bien, bien –Me acerco a ella para ayudarla. –Por cierto, ¿dónde están los hermanos italianos? Ellos nunca llegan tarde. –Pregunto confundida.

-Para todo hay una primera vez –Suspira, mientras seguimos bajando sillas. –Me llamaron diciendo que se presentarían un poco tarde hoy. Al parecer uno de ellos se atascó en el baño. –Dice confundida. Jesús, María, José y todos los del pesebre, ¿Ahora que carajos hicieron ese trio de idiotas?

Cuando terminamos de bajar las sillas, los trillizos Rizzo llegan a la cafetería.

Los Rizzo son unos trillizos que trabajan aquí desde hace un par de meses, cuando llegaron a la ciudad. El mayor de todos, Alessandro, un chico de aproximadamente casi dos metros, de cabello marrón oscuro, con brillantes ojos azules y sonrisa para un comercial de pasta dental que derretiría hasta los polos de la tierra. Sexy.

Después está el hermano del medio, que tampoco se queda atrás con eso de ser sexy. Amadeo. Casi tan alto como su hermano, aunque el tono de color de su cabello es más claro que su hermano, marrón avellano, parecido a la miel; ojos azules igual de brillantes que su hermano. Tiene unas pequeñas pecas esparcidas por sus mejillas, que lo hacen ver jodidamente sexy junto a su mandíbula definida.

Ultima, pero no menos importante, se encuentra Bianca, que también heredo los genes de sus hermanos. Ella, al igual que su hermano mayor (Alessandro), tiene el cabello de un color marrón oscuro hasta la cintura, de color de piel blanca, casi como la nieve. Y como parece ser costumbre, también tiene los ojos de un color azul brillante. Aunque no es para nada alta, como sus hermanos, pero la combinación de piel de porcelana, con ojos claros, estatura pequeña, y desprendiendo amabilidad hasta por los poros la hacen ver como la chica de ensueños para cualquier chico.

Los genes de esa familia son de Dioses Griegos. Estoy segura.

Los chicos llegan ya con el uniforme de la cafetería puesto, y nos ayudan a terminar de retocar los últimos detalles antes de abrir la cafetería. Después cada uno se dirige a su área de trabajo, mientras yo voy a abrir la cafetería.

Helen me avisa que se ira a la cocina. Me despido de ella, sabiendo que por el resto del día apenas tendré tiempo de respirar.

Suena la campana, y personas de diferentes edades empiezan a entrar. Yo suspiro y sonrío, empezando a atender mesas, yendo de aquí a allá, entregando pedidos y saludando a los clientes que vea, ya que la mayoría son rostros conocidos, quienes me saludaban de vuelta

Suena la campana y entra alguien, no alcanzo a ver quién, ya que estoy de espaldas sirviendo una mesa.

-Disfruten su comida, señores Martínez –Le sonrió a la pareja de ancianos que todos los viernes en las mañanas pasan a tomar un buen café aquí, mientras hablan y ríen de anécdotas que se cuentan entre ellos, cómplices de amor y cariño. Ellos me sonríen de vuelta y me alejo, para acercarme a la barra.

-Entraron unos nuevos chicos hace un rato, ya sabes cómo es –Dice Amadeo, el hermano del medio, sonriéndome. Le sonrío de vuelta y me dirijo a la mesa que me indica.

Abro los ojos como platos y siento que se me cae la baba. Hay tres Dioses Griegos en la mesa de la esquina, la más alejada del lugar. Desde donde me encuentro no atino a ver más que tres cabezas, una pelirroja, otra marrón castaño, y otra negra; espaldas anchas, claramente ejercitadas y alcanzo a ver brazos fuertes y mandíbulas que podrían destruir la tercera guerra mundial.

Ay santa mierda.

-Ejemm -Alguien a mi espalda carraspea, dirijo mi atención a quien sea que me haya llamado, encontrándome con la mirada picara de Amadeo. -Si, sexys y todo, pero recuerda que estás trabajando, señora sabelotodo. Ahora mueve ese trasero y atiende su mesa.




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