Y en el orden de la vida, a mí siempre me ha tocado perder.
Todos alguna vez tuvimos que separarnos del resto, dejando nuestro grupo y nuestra zona de confort sólo para encontrarnos a nosotros mismos. No voy a negar que lo he hecho, y en su momento, me alejé de los demás sólo para averiguar quién era y hasta dónde estaba dispuesta a llegar.
Pero cuando te encuentras con una persona como yo, pues la verdad, no es fácil hacerle frente. No es fácil ni siquiera verle directamente a los ojos.
Imagínense entonces, cómo debí sentirme al encontrarme a mí misma, o peor aún, al descubrirme.
Aquella tarea me costó cara.
El hecho de buscar respuestas, implica encontrarlas. La verdad es que todos te dirán que debes hallarlas, que depende de ti en saber cómo funcionan las cosas. Pero nadie, absolutamente nadie, se detiene siquiera a advertirte cómo debes enfrentarte a la verdad. Cruda y despiadada, intentará volverte loco, se escabullirá en la pureza de tu alma y la corromperá para que seas parte de su plan y cooperes sin protestar.
Repito, nadie te dice lo más importante del asunto ése de buscar respuestas y encontrar la verdad, de encontrarte y luego... Y es aquí el dilema: ¿qué harás con lo que acabas de ver, experimentar, descubrir e incluso, quizás, hacer?
Nadie te prepara para lo peor, porque aún no hay ser que haya aprendido a vivir con ello y tenga la consciencia tranquila.
Pero lo más curioso de todo, es ver cómo nos incentivan a que recorramos el mismo camino, el revelador, ése que te lleva a descubrirte entre las sombras y entonces, pasas el resto de tu vida intentando encontrar un poco de aquella luz esencial que perdiste de vista hace tanto tiempo atrás.
Nadie te advierte lo difícil que será continuar después de aquel encuentro con uno mismo... ni tampoco del hecho de que es imposible regresar. Pero aún así, te incentivan a embarcarte en la travesía que marcará un antes y un después en tu vida.