La Historia Entre Los Dos

55 ⌘ Efecto Secundario

El color blanco en la psicología representa la pureza, tranquilidad, y la inocencia. Tal vez por eso los hospitales lo elegían para sus salas principales, sobre todo en la sala de emergencias. Lo hacían para que en cuanto se ingrese, se transmita un poco de paz y tranquilidad ya sea para la persona en crisis, o los familiares preocupados.

El que lo hicieran con esa intención, no quería decir que fuera así. Porque en cuanto Tai cruzó por la puerta de la sala de emergencias, lo último que sintió fue tranquilidad.

—Alek Ivanov —fue todo lo que Tai pudo decir en un solo respiro cuando llegó al mostrador de la enfermería, jadeando como si hubiera corrido desde la mansión hasta el hospital.

La enfermera no pareció sorprendida por su falta de tacto al preguntar, mirando entre Tai y Kai, ambos esperando una respuesta.

—Buscamos a Alek Ivanov —complementó Kai, con mayor calma que su hermana—. Nos dijeron que acaban de traerlo en una ambulancia aquí.

La mujer escribió algo en la computadora, la pantalla reflejándose en los lentes de media luna.

—¿Son familiares directos?

—Soy su novia.

Si bien no era familiar, ese título debería de proveer a Tai algo de prioridad sobre meros conocidos, ¿no? Pero no pareció ser suficiente, porque la enfermera hizo una mueca antes de guardar el expediente en la pantalla.

—Lo siento. Solo está permitido brindar información a familiares directos.

Tai abrió la boca, indignada por la respuesta, pero Kai tiró de la manga de su saco para detenerla. Verde se cruzó con gris, y Kai sacudió la cabeza para indicarle que esa no era la manera de obtener información.

—Tailime.

Los mellizos se giraron hacia la puerta, donde Dmitri tenía el teléfono en el oído, inmerso en una conversación. Cuando se dio cuenta que tenía su atención, Dmitri señaló hacia el pasillo, indicando que siguieran ese camino. Tai no perdió tiempo, siendo seguida por su hermano. Llegaron hasta el final del pasillo, donde esperaron otra indicación de Dmitri aún al teléfono. Les señaló hacia su izquierda, y Tai comenzó a trotar con desespero hasta que llegó a una sala de espera.

Anya estaba sentada en uno de los sillones, con las mejillas empapadas y los ojos rojos. Se estaba mordiendo la uña del pulgar, con la mirada perdida en algún punto de la sala. En cuanto escuchó pasos acercarse, regresó en sí, y sus ojos se volvieron a empañar en cuanto vio a los mellizos.

El corazón de Tai se fracturó al verla, y el miedo a que Alek estuviera en grave peligro se torció en su pecho como una enredadera con espinas, y estuvo a punto de soltarse a llorar de no ser porque Anya se percató de su estado desesperado antes de dedicarle una sonrisa. Jadeando con la boca abierta, Tai se quedó parada en medio de la sala mientras Anya se levantaba y la abrazaba.

—Mi niña, no te asustes —Anya le susurró contra el oído, acariciando su cabello para tranquilizarla—. Yuriy está bien. Están tomándole una radiografía. Solo ha sido un susto.

Tai parpadeó confundida. Por la manera que Kai había dicho que Alek estaba en el hospital, Tai esperaría que Alek estuviera gravemente herido, con alguna mutilación o herida de gravedad.

—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Kai cuando Anya dejó ir a Tai para dejarle un beso en la mejilla a su hermano como saludo.

—Salió a correr con Volk como todas las mañanas —los tres se sentaron en los sillones, y Dmitri tuvo la decencia de permanecer en el pasillo, vigilando—. Estaba preparándome para ir a mi trabajo cuando uno de los vecinos llegó a tocar la puerta diciendo que Yuriy había tenido un accidente unas cuadras más adelante.

—¿Un accidente?

Anya tomó un largo suspiro, relamiéndose los labios para no volver a llorar.

—Dicen que una camioneta blanca salió de la nada cuando Yuriy iba a cruzar la calle y lo arrojó unos cuantos metros sobre el asfalto.

Tai apretó la mano de Anya, mostrándole apoyo. Anya cerró los ojos, tallando su frente con pesar, como si hubiera sido un largo día a pesar de ser apenas las nueve de la mañana.

—La camioneta se detuvo un momento, pero nadie bajó a verificar que Yuriy estuviera bien. Los vecinos dicen que en cuanto comenzaron a salir de sus casas para revisar qué había sucedido, la camioneta arrancó de inmediato.

Tai no tuvo que decir nada cuando levantó la cabeza y miró hacia atrás, donde Dmitri asintió en cuanto sus ojos se encontraron, volviendo a caminar hacia el otro lado del pasillo con el teléfono en mano.

Anya soltó un suspiró húmedo, pero intentó sonreír para los mellizos.

—Tiene mucho dolor en el hombro, porque dice que todo su peso cayó en ese punto. Pero... —Anya jadeó, las lágrimas comenzando a derramarse por sus mejillas—. Los doctores temen que pueda haberse fracturado la clavícula. Sé que tengo que estar agradecida porque solo sea eso. Pero si en verdad la tiene fracturada, el tiempo de recuperación es de meses.

Anya no tuvo que decir más cuando soltó otro jadeó, cubriéndose los ojos con su mano libre. Tai intentó no llorar con ella, porque sabía que el que Alek tardara tantos meses en recuperarse implicaba que existía la posibilidad de perderse los juegos olímpicos.

—Si es así, no sé cómo voy a decírselo —Anya soltó a Tai para cubrirse el rostro con ambas manos, recargándose sobre sus rodillas mientras Tai le acariciaba la espalda en un burdo intento por consolarla—. Ha trabajado tan duro para llegar hasta ahí para que todo se desvanezca por la imprudencia de alguien más. Mi niño no se merece nada de esto.

El sonido de una llamada interrumpió los llantos de Anya, y Kai se levantó de su lugar, disculpándose para responder.

La enredadera con espinas apretó el corazón de Tai una vez más, porque tenía la extraña sensación de que todo eso era su culpa. No podía estar segura hasta que Dmitri y los demás lo investigaran. Pero si sus sospechas se confirmaban, Tai no tenía las agallas para decirle a Anya que en realidad, era su familia quien le estaba quitando esa oportunidad a Alek.



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En el texto hay: romance, chick lit, odio-amor

Editado: 27.04.2024

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