CAPÍTULO 2
EL BUEN BENEFACTOR
Una vez que la larga oración había concluido, todos giraron para ir rumbo a casa..., cuando de pronto, se dieron cuenta que tenían de frente a un anciano parado allí, de noble aspecto, con su sombrero en la mano izquierda, y con un llamativo ramo de flores en su mano derecha.
Al señor Peyton y a la señora Aimée de Collins, les había parecido que tal hombre tenía un perfil misterioso; se veía casi de setenta años o tal vez más. Además de que el aspecto de tal hombre parecía haber salido recientemente de una penosa enfermedad, pues su palidez y demacrada cara, así como sus marcadas ojeras, lo habían demostrado. A ellos les extrañaba mucho su presencia en el túmulo.
—Buenos días, Señor —se animó a saludar el padre de familia, cuando de nuevo se quitó el sombrero de copa en señal de respeto y cordialidad ante el extraño.
—Buen día a todos —saludó el anciano, con un semblante que, para ellos, ya no les pareció tan serio, sino afable y cordial. Pero su voz había sonado débil, además de ronca y rasposa. Y el viejo hombre no aguantó en toser un par de veces, cubriéndose la boca con un arrugado pañuelo.
**—¿Se siente mal, puedo ayudarle en algo? —dijo el señor Collins con un semblante de preocupación al querer acercarse a él, pero su mujer lo detuvo de inmediato al tomarlo del brazo antes de que pudiera dar el primer paso; desconfiada le habia susurrado al oído de su marido de que el viejo pudiera tener tuberculosis.
El anciano les dirigió la mirada por debajo de sus pobladas cejas.
—No es necesario, estoy bien, no es nada serio, solo es una simple tos que me viene y me va. Déjeme presentarme, soy el señor Ronan Chester.
—Yo me llamo Peyton Collins, y ella es mi señora, Aimée, y mis queridas hijas: Anna y Jenna—presentó él con cordialidad.
La mujer regordeta y las niñas inclinaron la cabeza a modo de saludo con tan agradables sonrisas.
El anciano inclinó la cabeza correspondiendo al saludo de aquellas mujeres encantadoras, y vestidas con esos modestos atuendos.
**—Mucho gusto de conocer a tan agradable familia —pronunció el viejo hombre que apenas asomaba una débil sonrisa. Y luego de eso añadió con tono agradecido—: ¿Puedo saber, porque han hecho este acto tan digno con la tumba conmemorativa? Lo vi casi todo desde el carruaje estacionado desde un rincón; no tengo tan buenas palabras para agradecerles lo que han hecho; de verdad ha sido una buena obra y sin duda eso habla muy bien de ustedes... los felicito.
Los dichos de aquel hombre tomaron por sorpresa a todos. Se quedaron mudos por un instante al saber que sus actos no pasaron desapercibidos por alguien que los había observado atentamente.
—Nosotros solo vimos una tumba que nos pareció misteriosa y algo descuidada, sin flores frescas que la adornaran. Y con ese alentador mensaje en la lápida, nosotros creímos que una niña huérfana con buenas cualidades, merecía al menos una buena imagen en su memoria —dijo el señor Collins.
—¿Es usted algún familiar o conocido de la difunta niña? —preguntó algo ansiosa la señora Collins.
—Díganme, ¿que tienen que hacer hoy? —preguntó el señor Chester, sin responder directamente a la pregunta.
La señora Collins miró a su esposo; y a la vez las niñas observaron a su madre sin entender a qué iba esa pregunta. Después de una breve vacilación, el padre de familia al fin pudo responder:
—No, no tenemos algo planeado para este día que solo hacer lo cotidiano de siempre: que mi esposa tenga que preparar una rica sopa de tomate con papas y queso, y hacer un divertido juego con las niñas como cada domingo.
**—Yo quisiera expresar mi gratitud de alguna manera: los invitare a una comida en un buen lugar, y luego vayamos a mi hogar para poderles contar un poco sobre la Huerfanita; yo fui su benefactor quien la rescató de las calles y la acogí en mi casa..., hace casi nueve años —dijo el viejo hombre.
**Hubo un silencio asombroso en todos ellos. Y tras un breve intercambio de impresiones entre la familia, de pronto Jenna reaccionó:
—¡Papá, creo que deberías aceptar!, ¡deseo escuchar lo que tenga que decirnos el señor Chester sobre la huerfanita! —dijo Jenna con cierta medida de entusiasmo y curiosidad por el caso misterioso.
Y ante tal expectativa, Anna también empezó hablar:
—Yo pienso lo mismo, papá; deberíamos ir y escuchar la historia de... de... —La niña Anna calló, y miró al viejo hombre con esta curiosa pregunta—: Por cierto, señor, ¿qué nombre tenía la huerfanita?
**El señor Chester miró a la pequeña Anna con un semblante sereno, y entonces miró a todos ellos, y les respondió con estas palabras:
—Les contaré todo lo que sé de ella en casa, pero antes de eso un merecido banquete. Por favor, denme el placer de aceptar mi invitación. El coche alquilado es amplio y cómodo, allí cabremos todos.
El señor Collins miró el rostro de su mujer, y ella inmediatamente asintió y mostró una sonrisa de aprobación.
Las niñas ya se mostraban ansiosas por ir y descubrir por fin el misterio.
—Creo que mi familia y yo... estaremos complacidos en ir —dijo finalmente el señor Collins.
Ante aquella respuesta favorable..., el anciano mostró una ligera sonrisa en sus labios.
**—Que bien..., entonces, si me permiten unos segundos, colocaré estas flores a mi pequeña huérfana en su tumba. —El anciano se dirigió al lugar y colocó el ramo de flores que llevaba en sus manos, y contempló la tumba conmemorativa con cierta medida de tristeza. Entonces se inclinó y dio un beso en la frente de piedra de la niña que la representaba tal como era ella fisicamente.
Posteriormente, el viejo hombre le tendió la mano a las pequeñas para que subieran al carruaje; fueron las primeras en acomodarse con entusiasmo. Finalmente, todos subieron al carruaje, y el jinete dio marcha a un par de caballos que trotaron y trotaron..., recorriendo un largo y polvoroso camino, adentrándose al corazón de Londres.