Keila
«Mire la puerta del ático con pesar. Hacía días que Álvaro había desaparecido, no respondía mis llamadas ni mensajes. Simplemente se había ido sin decir absolutamente nada.
Estaba ansiosa, mordía mis uñas sin parar. Caminaba por todo el departamento sin ser capaz de concentrarme en algo que no fuera la ausencia de mi esposo.
Un esposo que había sido obligado a casarse conmigo. Que no había decidido por voluntad propia. Que podía no amarme más que por un rato apasionado.
Los pensamientos intrusivos y las inseguridades comenzaron a atacarme. ¿A dónde habrá ido? ¿Estará bien? ¿Seré suficiente para él? ¿Acaso solo voy a ser el trofeo que mostrará cuando lo necesite? ¿Habrá otra?
Esa última pregunta era la que más me desgarraba.
Casarme había sido la peor idea, más con él. Debí negarme, no ceder a las súplicas de mi madre.
Seguramente Álvaro tenía a otra mujer a la que amaba.
Eso me destruía, a mi y a la tonta ilusión que cargaba desde que ambos habíamos dicho si en el altar.
Contuve el temblor de mis labios al recordar cómo me había dado cuenta de su huida.
En la mañana amanecí sola en la cama, aún teniendo el rastro de sus besos sobre mi piel. Su lado estaba frío, avisando que hacía rato nadie descansaba a mi lado.
Lentamente me senté en la cama, bajando los pies del colchón y caminé recogiendo mí ropa del suelo. Creyendo que se había marchado a trabajar no le tome mucha importancia a su ausencia, enviándole un mensaje deseándole los buenos días.
Las horas habían ido pasando y no tenía noticias de mi esposo. Resistí la tentación de llamarle en numerosas ocasiones hasta que la noche cayó.
Esperé pacientemente con la cena lista pero Álvaro no apareció.
No le tome importancia, sabiendo que a veces llegaba tarde, hasta incluso después de que me acostara.
Pero no apareció esa noche. Ni la siguiente.
Los nervios fueron creciendo y la inseguridad comenzó a comerme la cabeza. Mandé varios mensajes que ninguno tuvo respuesta alguna.
Thiago había vuelto de estar unos días con mi suegra en el campo y fue su compañía la que logró relajarme un poco pero sin borrar por completo el miedo que se había instalado en mi pecho.
Durante días estuvo ausente sin responder a ninguno de mis mensajes ni llamadas, su madre tampoco me daba mucha información sobre su desaparición y me sentí como un juguete nuevo del que Álvaro se aburrió y dejó abandonado en un rincón.
Una mañana desperté con un texto de su parte. Lo abrí emocionada, dejando que la ansiedad pícara en la punta de mis dedos. La sonrisa estúpida que tenía colgada en el rostro se borró de inmediato dejando un vacío profundo, que creció y creció sin parar.
Álvaro:
Detente, Keila.
Eso era lo que me había escrito luego de simplemente irse. De dejarme y romper mi corazón.
No pude contenerlo más y lloré en esa cama donde en tantas ocasiones me había besado con pasión y abrazado con delicadeza. En el mismo lugar donde me prometió que jamás me fallaría.
Una promesa rota…»
Suspiré, sin más opción que bajar del auto. El viento fresco nocturno golpeó mi cara cuando abrí la puerta, apoyando la suela de mis zapatos en la acera. Disimulando un creciente dolor de cabeza, pase la punta de mis dedos por mí cabello, llevando varios mechones hacia atrás y despeinándome levemente.
Al frente mío la figura de Álvaro me daba la espalda, pareciendo que no le importaba si me quedaba atrás.
Me detuve a su lado mientras que uno de los empleados bajaba nuestro equipaje del auto. Había sido un largo y silencioso camino en donde nos ignoramos de forma mutua. Al menos verbalmente porque sus ojos nunca se despegaron de mi, controlándome como un halcón.
Sin decir nada, su mano tomó la mía, enredando nuestros dedos, dando un pequeño apretón y mi corazón a pesar de todo se enloqueció.
—Ya nos están esperando —murmuró de mal humor y solo asentí, siguiéndolo cuando atravesó la pista hasta el avión privado.
El perfil de mi esposo se robó mi atención por un instante, casi haciéndome olvidar la discusión que habíamos tenido y la ira que aún hervía a fuego lento en mi interior.
Apreté los labios y me obligué a clavar la vista al frente, ignorando lo confusas que eran mis emociones.
Aún con las manos juntas acortamos los metros que nos separaban, el avión de la familia iba creciendo a medida que nos acercábamos y las dos siluetas que esperaban afuera por nosotros se iban haciendo más reconocibles.
Pase un mechón de cabello detrás de mi oreja y fingí mi mejor sonrisa cuando al fin llegamos a ellos.
Su padre hablaba por teléfono de forma efusiva. Mi suegro era pura risa y no noto nuestra llegada. Por otro lado, Rebeca, la madre de Álvaro sonrió cuando me vio, dejando el lado de su esposo para acercarse con alegría, abriendo los brazos para envolverme en ellos en un fuerte abrazo.