La vida no es siempre como queremos que sea.
A veces, una piensa que cuando se reencuentre con el amor de su vida, éste le va a abrazar y a besar como si no hubiera un mañana, y en cambio, sale huyendo como si hubiera visto un fantasma.
A ver, en este caso, es comprensible. Técnicamente, sí que ha visto un fantasma, ¿no?
No lo sé, tengo la cabeza hecha un lío y no quiero empezar a pensar otra vez en qué se supone que soy.
Lo que sí sé es que Shay es la única persona que me puede ver; lo he comprobado durante los últimos días. Había tenido la intuición de que sería así al poco tiempo de empezar a ser un... bueno, lo que quiera que sea, y no me había equivocado.
Siempre hemos tenido una conexión especial, así que no podía ser de otra forma. Estoy segura de que él será capaz de ayudarme, sólo tengo que lograr que me preste atención. Sí, he de encontrarlo otra vez.
Shay era el chico más maravilloso que podía existir, o al menos eso me dicen mis recuerdos, y creo en ellos, cosa que no solía hacer. Las personas recordamos las cosas mejores de lo que eran, y eso nos consuela y nos hace seguir adelante, soñando con tiempos mejores. Pero ahora, los recuerdos de mi infancia me torturan sin parar, día y noche. Duelen más que un golpe en el dedo pequeño del pie, más que un adiós demasiado pronto, más que un camión...
Me sacudo la cabeza y aparto esos pensamientos. El punto es que los recuerdos existen para consolarnos, y por eso no es buena idea creer en ellos. Eso implica que si los míos duelen, han de ser verdad.
Además, ¿cómo no iba a ser ese chico tan mono la mejor persona del mundo? Había crecido, pero seguía poniéndose nervioso cuando algo se trataba de sus libros, y negando la existencia de su padre como si hubiera nacido por arte de magia.
No puedo evitar sonreír al pensar en él.
Aunque seguía siendo el mismo, se le veía más decidido que antes, y pisaba con más fuerza. Había ganado confianza, o tal vez había encontrado un motivo. Sí, debía de ser eso. Antes solía decir que yo era su motivo, pero una persona no puede ser el motivo para seguir adelante, ¿no? No. Tiene que ser otra cosa, y él la ha encontrado.
Me alegro. O eso quiero creer, pero el dolor que aparece en mi pecho me hace dudar de ello. Supongo que la verdad es que me habría gustado ser yo su motivo, haberme convertido en él con el paso del tiempo. Me habría gustado verlo crecer.
Suelto un suspiro, y noto como el viento hace ondear mi vestido azul. Es irónico que el mundo siga interactuando conmigo, aunque yo ya no debería estar aquí.
Respiro hondo y dejo que el aire llene mis pulmones. Normalmente habría tenido miedo estando sola en mitad de la noche, pero ahora nadie puede hacerme nada. La luna y las estrellas están preciosas hoy, casi tanto como él, y son solo para mí.
De repente, un pensamiento intrusivo me invade. Me pregunto si Shay habrá conocido a otra chica. ¿Sería raro tener celos siendo un fantasma? Supongo que sí. Pocas cosas habría más tóxicas que eso, sin duda.
Dejo pasar el pensamiento y busco un sitio donde dormir. No necesito hacerlo, lo tengo más que comprobado, pero se agradece poder apagar el cerebro durante ocho horas y olvidar todo a mi alrededor. Bueno, estoy siendo muy optimista. Rara vez duermo durante más de seis.
Encuentro un parque a no más de dos calles, y estoy de suerte: no hay ningún borracho a la vista. Podré dormir tranquila.
Avanzo por el parque, y una sensación de tranquilidad me invade todo el cuerpo. La plaza está iluminada solo por unas pocas farolas que proyectan su luz sobre el césped, los árboles y los columpios. La brisa nocturna sopla suavemente y se mueve libre en un espacio tan abierto, susurrando entre las hojas.
Cuando estoy a punto de llegar a mi objetivo, un columpio con un amplio hueco donde acurrucarse debajo de él, me detengo en seco, y no puedo creer lo que ven mis ojos.
Shay, con el rostro relajado y una expresión de paz que sólo le había visto cuando escribía, duerme profundamente. Me arrodillo a su lado, observando cada detalle de su rostro, iluminado por la tenue luz de la luna.
Contengo la respiración, como si el amor de mi vida fuera una pequeña cría de pájaro que pudiera echar a volar en cualquier momento, y le observo respirar. Llevo días esperando este momento, un momento en el que poder hablar con él de cerca, sin ruido ni estrés de fondo, con el mundo apagado. Es la situación perfecta. Puedo esperar a que despierte, y entonces...
Shay abre los ojos y se encuentra con mi cara a un palmo de distancia.
Perfecto, justo lo que no quería que pasara.
—Shay, puedo explicarlo —empiezo, pero él ya se está levantando a toda prisa, su corazón a punto de salirle por la boca.
—Esto ya es demasiado, joder —dice, y se apresura a salir de debajo del columpio, su respiración agitada.
Me pongo de los nervios. No se me puede escapar otra vez, Dios mío. Otra vez no. Le necesito.
—Shay, por favor, escúchame —le grito, cerrando los ojos, rezando para que no se vaya, para que no me deje sola.
Al cabo de un instante que se me hace eterno, abro los ojos, y noto como una lágrima me recorre la mejilla. Al parecer, los fantasmas también pueden llorar.