Ante el entendimiento de lo que estoy viendo, siento como algo caliente y liquido se desliza por mis mejillas.
—…Pa… ¿…papá…? ¿Papá, estas bien? —lo llamo, pero mi voz es demasiado baja. Casi como un murmullo.
Caigo sobre mis rodillas y trato de ayudarlo, pero es demasiado pesado para mí. Acerco mi ido a su boca. Su cuerpo aún está caliente pero no respira. Mi papá no está respirando. Busco a tientas en su cuerpo para ver que causó su desmayo, pero cuando mis manos se empapan de un líquido tibio y pegajoso, caigo sobre mi trasero. El llanto se hace más fuerte. Aun con las lágrimas cayendo como una cascada, me levanto de golpe. Mis pies chocan con su teléfono y mi corazón se estruja.
Sus llamadas. El entendimiento y el miedo me obligan a salir corriendo de la casa.
—¡¿Mamá?! Mamá, ¿Dónde estás? —grito con desesperación mientras casi me tuerzo el pie al bajar el último escalón.
¿Qué demonios ha pasado mientras no estaba? ¿nos han robado? ¿Dónde está mamá? ¿Ese de verdad era papá?
Las preguntas invaden mi mente, pero las respuestas me asustan. Primero debo llegar al auto para pedir ayuda. Tanteo mis jeans en busca de mi teléfono, necesito llamar a emergencias, a la policía, a quien sea. Tengo que pedir una ambulancia para papá.
Estoy por llegar al auto cuando siento que alguien me jala del brazo. Estoy por gritar, pero unas manos familiares lo ahogan.
—Shhh, no hagas ruido. —la voz familiar de mamá hace que me flaqueen las piernas por el alivio. Ella me mira de pies a cabeza y suspira al ver que estoy ilesa. Yo igual quisiera hacer lo mismo, pero mis nervios están a flor de piel y las preguntas salen antes de que pueda detenerme a pensar.
—¿Qué ha pasado? Papá…creo que él está herido, necesitamos una ambulancia. —digo con urgencia.
Mamá niega con la cabeza.
—Ya es tarde para eso—su voz se corta—. Ahora necesitamos huir. —me responde.
Ahora soy yo quien niega con la cabeza. Creo que no entiendo sus palabras.
—¿Cómo? No podemos irnos sin papá. Él nos necesita. —susurro y siento que me falta el aire. No sé qué pasó para que papá termine tan herido y mamá quiera huir. Pero no me voy a rendir.
—Papá es fuerte, creo que solo está inconsciente, pero debemos ayudarlo a levantarse. —Mi tono de súplica hace que mamá frunza los labios. Ahora que la veo mejor, puedo ver que ella también está muy herida. Su rostro está magullado y sangre cae por su cien. Incluso su ropa tiene sangre, mucha sangre.
—Escúchame Lena—. Su voz es firme y me obliga a mirarla a los ojos— Tenemos que huir, pero antes tengo que recuperar algo importante de la casa. Es peligroso que vayas conmigo, así que cuando te lo indique, corre al auto y vete. Yo te seguiré más tarde. Ni se te ocurra detenerte o mirar atrás. —su mirada me estremece, pero niego lentamente. He visto demasiadas películas de terror y de acción como para no sopesar sus palabras.
—No puedo dejarte ir sola. Podemos huir juntas, pero no me dejes atrás. —las lágrimas aún se deslizan por mis mejillas. —No quiero estar sola.
La expresión de mamá se endurece, pero aun así le tomo las manos, evitado que se vaya. —No me obligues a seguirte, que soy capaz de hacer—amenazo—. Mira, puede que los ladrones ya se hayan ido. Cuando llegué no vi a nadie. —le aseguro. —Podemos ir a buscar lo que necesitas, llamar a emergencias e irnos. Por favor, mamá. No me hagas dejarte. No puedo irme sin ti.
Mamá cierra los ojos y suspira. Cuando los vuelve a abrir hay una mirada cálida y parece querer decirme algo, pero se lo piensa mejor.
—Está bien, pero no te alejes de mí y hazme caso en todo. No me cuestiones y por favor, si aparecen, huye.
Asiento para su tranquilidad y ambas nos encaminamos en silencio hacia la casa rodante. Subimos los peldaños con pasos tan ligeros como plumas. Mis ojos ven una más el cuerpo inconsciente de mi padre y tengo que ahogar un sollozo. Me da miedo hablar o hacer ruido.
Mamá me hace un gesto y me susurra que la espere fuera de su habitación. Todo a mi alrededor está hecho un desastre, como si hubiese pasado un tornado dentro de la casa.
Mamá está demorando mucho, pero no la apuro. Mi corazón late como si hubiese corrido una maratón de cien kilómetros sin detenerme. Tengo mis ojos fijos en la puerta abierta de la habitación de mamá, pero no puedo verla.
De pronto, un sonido proveniente de la entrada llama mi atención. Esperanzada de que sea papá, me volteo, pero el optimismo me escupe en la cara cuando me doy cuenta de que no es él. Un miedo irracional me recorre el cuerpo cuando veo que en la entrada se vislumbra una gran silueta. Siento que mis ojos me engañan, porque la silueta es demasiado grande para ser llamada humana. Quiero dar un paso atrás, avisarle a mamá que uno de los ladrones ha vuelto, pero no puedo ni siquiera susurrar.
Sniff Sniff. El ladrón huele el aire y me estremezco.
—Humana…—gruñe la silueta con una voz rasposa y poco humana. —La humana huele delicioso.
Para ser un ladrón, es demasiado tétrico. Su presencia me hace temblar. Estoy plantada en el sitio cuando todo lo que quiero hacer es correr. El ladrón está caminando hacia mí y solo soy capaz de cerrar los ojos.