La Incondicional

Esto debe continuar

La mañana de las elecciones, el candidato Damián García despierta dando un salto de la cama. La noche anterior se había afeitado pero insiste en comprobar la prolijidad frente al espejo una vez máz. Se maquilla un poco y busca en el armario un perfume que se venía reservando para la ocasión. Apenas nota que Tamara no está en la cama, y piensa que tal vez ella se ha levantado para recibirlo. Cuando tiene la ropa lista, baja a tomar una taza de café. Es entonces cuando ve a su esposa dormida en el sofá, con la televisión encendida un lienzo en blanco reposando en el atril. A su arededor tiene los pomos de pintura y el resto de los utencillos. Hay tazas de café por la mitad, otras vacías y una completamente limpia junto al tarro de azúcar. La escena molestó al hombre, quien comenzó a hacer ruidos para interrumpir el sueño de la chica. Ella despierta al oír la cafetera y se levanta confundida. Tiene mucho sueño aún, pero intenta desperezarse. Había olvidado por completo aquel día tan importante. Saluda al marido y ve cómo mientras él va hablando su rostro empieza a serenarse. El enojo había pasado y ahora los dos toman café. Ella lo soporta, a pesar del dolor de estómago provocado por la acidez. Están a punto de ser las siete de la mañana cuando Tamara corre hacia la habitación y en sólo quince minutos vuelve a la sala vestida espléndidamente. Luce un traje entero, sobrio y morado, perfecto para la ocasión. Sus ojos brillan como hacía tiempo no lo hacían y Damián le besa las manos mientras le dice cuánto la quiere. Al escucharlo, la joven se siente incómoda otra vez. Damián había comenzado de nuevo con aquello de la nueva vida que les esperaba si hoy ganaba las elecciones. Había estado toda la semana hablando sobre sus reuniones con Pietri y largándose a reír cada vez que remedaba al viejo político. << Lo importante es que la política continúe siendo ejercida por alguien de la provincia, más aún cuando se trata de alguien nacido aquí>>. Para Tamara esas palabras no tenían mucho sentido, pero prestaba atención cuando Damián le explicaba cómo él y el gobernador actual habían hecho una alianza por detrás de sus partidos políticos. Ahora, mientras él repasaba su discurso, ella miraba el lienzo blanco que le había quitado el sueño. Toda la noche estuvo pensando en dibujar a Víctor, pero no encontraba el mejor modo, así que buscó inspirarse en sus sueños, el único espacio que todavía no le quitaban. Le dolía despertar con tanta prisa por urgencias tan frívolas que corrían detrás de un destino al cual rechazaba.

 

-         Hoy es el gran día –repitió Damián mientras ponía el auto en marcha.

-         Todo va a salir bien, querido.

-         ¿Qué tanto puedo confiar? –bromeó.

-         Simplemente lo sé… -suspira la joven y voltea para ver la ciudad.

 

Hay pocas personas, la mayoría está haciendo las compras y sólo los más viejos se dirigen a las urnas tan temprano. Tamara recuerda alguna ocasión en que, siendo niña, acompañó a su madre a votar y tuvo que esperar afuera. Pero hoy tendría un papel importante, era la esposa del gran candidato y sabía que todas las miradas estarían puestas en ella. Había visto en las revistas una foto de los dos saliendo de Palace la noche del aniversario. Al evocar aquella noche vuelve a suspirar, mira a su marido e imagina que están camino al restaurante, ella vestida de noche y él con su impecable traje negro. Esperaba que el día terminara pronto y, en el fondo, deseaba que Damián no triunfara en las urnas.

Entró al cuarto oscuro con la boleta de su marido en la mano. Lo mira, parece un robot al que le tallaron la sonrisa “¿Si me pasara lo mismo?”, teme. Como si pudieran verla arroja el papel disimuladamente y toma el de un tercer rival cuyo rostro nunca vio pero que tiene la misma sonrisa que le pusieron a Damián. Lo mete en el sobre y vuelve a la mesa temblando. Cuando por fin deja su voto en la urna, siente un cosquilleo y ríe silenciosa como la niña que hizo una travesura. En el fondo tiene la esperanza de que su vida pueda cambiar.

 

La noche llega entre entrevistas y saludos pomposos que la agotan y le obligan a esconderse detrás de los telones por los cuales saldrán los políticos, ganen o pierdan. Espía a las personas desde su rincón y se sorprende al verlos ir y venir cómodamente en un día tan triste. Ella no quiere ser como esas personas, teme que el tiempo la convenza de que así debe vivir y se molesta consigo misma. No encuentra a Damián por ninguna parte, pero no está muy preocupada y continúa esperando.

 

En una sala próxima, el candidato está solo, bebiendo whisky mientras va de un lado al otro y no puede controlar el nerviosismo. Alguien toca la puerta, Damián no responde y tocan dos veces más. << ¿Quién?>>, pregunta él, todavía sin dignarse a abrir.

 

-         Gobernador… ¿se le ofrece algo?

-         ¡Dina! -se sorprende – Se suponía que no ibas a estar aquí.

-         Lo sé, Damián, pero quise venir ¿Vas a dejarme pasar?

 

Cuando abre la puerta, Damián queda deslumbrado. Dina trae un vestido morado que apenas cubre sus muslos. Antes había prestado atención al delicioso cuerpo de su secretaria, pero tal vez por el whisky o la tensión, esta vez no pudo controlar sus ojos, que recorrieron las piernas una y diez veces mientras Dina se ponía de espaldas para cerrar la puerta.

 

-         Estás preciosa, Dina.

-         Es la primera vez que me lo dices… -le coquetea. – No era mi intención interrumpir, pero no te encontré en el salón y supuse que estarías dando vueltas con un trago en la mano.

-         Me conoces… Todavía no caigo en la magnitud de este día ¿oíste algo sobre los sondeos?

-         Todavía nada, pero tenemos algunos minutos antes de que salga la información.

Con un giro de su mano, Dina toma la botella y se la lleva a la boca. Damián no para de mirarla, entonces ella alarga su mano, entregando la bebida y él toma un trago más. << Hay tiempo de sobra>>, vuelve a decir Dina, esta vez sin cerrar los labios. Van acercándose hasta el punto en que no hay espacio entre los dos. Fue él quien rodea primero su cadera para después apretarla contra la pared. Dina espera a que él la bese, lo envuelve con una pierna y clava el taco para no dejarlo ir. Una vez sus bocas se tocaron, Dina siente la presión entre las piernas y saca la lengua que llama al frenesí. <<¡García, García!>>, se oye desde afuera. Es uno de los cadetes que viene a buscarlo para que vaya a recibir al intendente. La voz nasal del jovencito hace que Dina largue una lágrima que intercepta con premura antes de que Damián la notara. << No te preocupes>>, le dice ella, avergonzada por lo que interpreta como un rechazo. Cuando Damián sale, Dina lo mira y se encierra con el resto de la botella.




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