"Me delata la sonrisa
cuando escucho tu nombre."
Christine.
Soy irregular, por lo tanto, mi periodo duraba bastante para llegarme y se queda siete días conmigo.
Estaba sufriendo una crisis de cólicos como era de esperarse, por lo que ejercicio era una de las cosas que hacía para intentar calmarlos. Se calman, pero solo por un tiempo.
Trago en seco, mis manos temblaban por esto mismo y sentía pinchazos en mi vientre bajo mientras me revolcaba en mi dolor encima de mi cama. Lo peor de comenzar un mes nuevo era hacerlo menstruando.
Maldición, cuánto desearía ser un chico justo ahora.
Ahora bien, el hecho de que esté desangrándome no quitaba el hecho de que él estaba aquí; Axel estaba aquí. En mi casa. Bajo mi mismo techo. A solo un par de puertas.
—Maldición —maldije en mi almohada.
Mis mejillas estaban húmedas y mi cabeza duele como nunca, me levanto encogida y encorvada, arrastro mis pies desnudos fuera de la cama. Ya era tarde, así que probablemente no hay nadie despierto, visualizo la hora en mi reloj de mesita.
12am.
Cada vez que intentaba caer en un sueño profundo algún calambre terminaba despertándome, era una tortura. Inhalo, apoyo mis palmas en mi cama y me impulso hacia arriba con poca fuerza.
El primer día es el peor de todos, el dolor es insoportable a pesar de que debería de acostumbrarme. Tenía descargada una aplicación que me avisaba cuando estaba cerca de la fecha, lamentablemente tenía las notificaciones silenciadas y he estado demasiado distraída como para entrar a la App. ¿La consecuencia? Una Christine llorando y sufriendo.
Coloco las pantuflas de algodón en mis pies y me arrastro fuera de la habitación para ir afuera, camino lentamente sin dejar de aferrarme a mi suave manta de color azul con nubes que solía llevar conmigo a todas parte. Relamo mis labios al llegar a la cocina, mamá solía prepararme un té para los cólicos pero no me acordaba de qué era.
Y no quería a despertarla por esto.
—Ya soy una niña grande, debo hacer las cosas por mí misma —me digo en un lloriqueo bajo—. Odio ser una niña grande.
Odio ser adulta, odio ser mujer y odio a los hombres por no pasar por eso al menos una vez al mes.
¿Qué jodido pecado había cometido para que me pasara esto?
Mis labios están temblorosos y resecos porque, por más que intento hidratarme mucho en esos días, terminaba tan desanimada que ni siquiera comía lo suficiente. Era una montaña rusa de emociones y pensamientos. Hice lo que pude, que en realidad fue pegar mi frente en la encimera mientras sostenía con fuerza mi vientre por el dolor.
Esto no es de Dios.
Muerdo mi labio inferior intentando acallar los sollozos, mi sábana había caído a mis pies rodeándome, por lo que cuando sentí la calidez de esta en mis hombros, me sorprendí. Mi espalda por completo se pegó a su pecho mientras el característico olor de su perfume seguía nublando mi juicio.
Incluso luego de años, mi cuerpo seguía teniendo la misma reacción cerca de él. El mismo vello erizado y la misma sensación de estar soñando cuando está cerca.
No dije nada, y tampoco me alejé porque no quería y porque no tenía hacia dónde ir. Estaba atrapada entre la encimera de la cocina y su pecho.
Y Dios Santo, no quería escapar. No quería dejar el lugar seguro que se formaba alrededor de él. Incluso ahora los malestares menstruales parecían estar en segundo lugar.
Pero él sí quería, lo hizo entender cuando se alejó sin más. Lo escuché mover cosas en la cocina mientras lo miraba de reojo aún con mi vista cristalizada, llenaba una pequeña tetera con agua para luego ponerla en la estufa. Exhalo, detallando aquella espalda ancha en la que más de una vez había dejado marcas.
Muerdo mi labio inferior, sintiendo mis ojos llenarse de lágrimas.
Lo extrañaba. Extraño sus abrazos, sus sonrisas y sus besos.
Extrañaba la manera en la que me cuidaba.
Paso el torso de mi mano por mis mejillas aferrándome a la manta, notando mis manos temblar al aferrarse a la orilla de ésta, trago saliva dando pasos pequeños hacia la salida.
—Mierda —siseo entre dientes.
Me sostengo de la pared en cuanto otro calambre me recorre, estaba demasiada perdida en intentar soportarlo que no noté cuándo posó sus manos en mi cintura y me llevó a una de las sillas altas frente a la encimera. No puede evitar encontrar las diferencias entre sus brazos de cuando estábamos juntos y ahora, relamo mis labios inhalando fuerte.
Su olor había cambiado solo un poco, seguía oliendo condenadamente embriagador, pero ahora se le añadía un poco de café a ese olor. E incluso en eso, los recuerdos no se distorsionaron.
Había tanto tipos de memoria en nosotros, pero sin lugar a duda la memoria olfativa podía ser igual de dolorosa que las otras.
Acomodó mi manta, y yo solo pude cerrar los ojos y disfrutar del pequeño momento que no hacía más que traerme recuerdos. Recuerdos de él cuidándome de la misma manera que lo hace ahora cuando estaba en la misma situación o peor.
Si cerraba los ojos, incluso podía sentir sus besos en mi cabeza y sus manos acariciando mis brazos mientras una almohada térmica casera que él mismo se encargaba de hacer descansaba en mi vientre. Aunque luego terminó comprando y regalándome una, misma que había olvidado en Londres.
Misma que seguía usando.
—Solo... espera un poco —gemí bajito.
Mi respiración se detuvo ante su tono preocupado. Fue como si estuviera frente al Axel de ante, el que me quería.
Intento girar mi rostro para mirarlo, pero él se aleja en cuanto lo hago. Suspiro.
Solo espera un poco.
No podía evitar pensar qué hacía que él permaneciera aquí, ¿por qué no solo se iba y me dejaba sufriendo?
Tal vez muy en el fondo le seguía importando.