Ahora estás corriendo por el pasillo y sabes lo que todos dicen,
no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes.
-You're losing me.
Axel.
Prácticamente corrí por el pasillo de la clínica arrastrándola conmigo, sus bailarinas resonaban en sincronía con mis botas. El ambiente estaba movido por alguna razón, personas corriendo por allí y por allá, nos hice a un lado sin soltar su mano cuando una enfermera salió corriendo hacia nuestra dirección.
La escuché gemir de la impresión seguramente afectada por lo que ocurre, negué volviendo a empujarnos hacia la dirección donde sé que ella está. En cuanto llegamos, Audrey está afuera abrazándose a sí misma mientras camina de un lado a otro con un semblante serio.
—Audrey.
Sus ojos dan conmigo, camina hacia mí y tengo que usar mi otro brazo para envolverla en un abrazo que ella inicia. Miro de reojo a Christine, quien hace el amago de soltarme para hacerse a un lado, pero lo evito sosteniendo el agarre con más fuerza. La miro en silencio, ella traga en seco apretando los labios tan fuerte como para hacer que pierdan su propio color natural.
—Ella no para de llamarte, ve, yo estaré aquí.
Asentí yendo a su dirección con ella de la mano, en cuanto entro el olor a jabón de avena me recibió y arde en mis ojos. Margot se encuentra acostada en una sábana mirando el programa que nunca parecía acabar con la máscara de aire aún en su rostro, el sonido me enferma pero no puedo hacer más que fingir tolerar esto. Inconscientemente aprieto su mano mientras damos pasos lentos juntos. En cuanto siente la presencia de alguien más dirige su atención hacia nosotros, sonrío cuando sus ojos grises y antes sin vida me observan con emoción. Puedo notar sus lágrimas mientras me acerco, el temblor incesable de sus manos.
—Hola, Margot.
Siento nervios mientras quita su máscara despacio, sus ojos sorprendidos en mi rostro.
—¿Axel? ¿Eres Axel? ¿Mi pequeño Axel?
No lo soporté, tuve que soltar su mano para correr a los brazos de mi abuela, la misma que había extrañado pese a verla todos los días, la misma que había cuidado de mí y yo de ella. Sus cabellos blancos con algunas hebras castañas hicieron cosquillas en mis mejillas y rostro, pude sentir la sal de mis lágrimas en mis propios labios al igual que sus sollozos golpear en mi pecho.
—Mírate, ya no hay nada del pequeño que me arrebataron —negué aferrándome a sus brazos y calor.
—Sigo siendo tu pequeño, no he cambiado —le aseguro con una voz sofocante y desgarradora.
Sus ojos me ven brillosos, una mirada suave y compasiva, llena de un amor que no había visto hace tiempo. Acaricio sus mejillas con las yemas de mis dedos feliz de que no se va a alterar por el tacto de un desconocido, una lágrima acarició mis dedos y yo no hice más que limpiarla.
—Todo cambia en la vida, tú y yo cambiamos. Físicamente, y aquí adentro —bajo la mirada donde la punta de su dedo índice señala.
Llevo mi mano a mi pecho, atrapando la suya contra la mía. La suavidad y las arrugas de su piel son igual de confortable como sus ojos brillando con reconocimiento. Relamo mis labios temblorosos, limpio mi mejilla contra mi hombro y es cuando noto a Christine con sus manos tapando su boca, las gotas de sus lágrimas brillando en sus ojos.
Los posa en mí, y cuando sonríe a mi dirección no puedo evitarlo.
—Te presento a Christine, abuela. La mujer que amo.
Puedo escuchar el gemido de sorpresa en su voz al terminar, y en su lugar Christine no hace más que mirarme con una tristeza que arropa mi alma. Ella al igual que yo sabía que era la verdad, no tengo por qué callarme pese a que la situación no era la correcta para decirle.
Demasiado tarde, Axel.
—Oh, ella es tan linda, pequeño Axel —siento mi corazón golpear mi pecho con euforia—. Tiene los ojos como un cielo soleado y sin nubes.
—Así es, abuela —carraspeo volviendo mi atención a ella—. Es la mujer más hermosa, ¿no crees?
Vuelve a sonreír, una sonrisa que había extrañado como un demente. Su mano derecha va a mi mejilla con lentitud, deja una caricia suave y gentil que me hace cerrar los ojos para disfrutar mejor del gesto. Recuerdos de ella haciendo eso cada que iba a verla, en cada caída o victoria.
—Estás enamorado. Eres igual a tu abuelo cuando estaba enamorado, sus ojos brillaban de la misma forma y también estaba igual de asustado que tú.
Siempre tan perspicaz, Margot.
—Solo estoy feliz de verte, abuela.
—Lamento haberte olvidado, mi niño.
Inhalo, y dejo salir el aire moviendo la cabeza de un lado a otro. Beso su frente, descanso mi barbilla en su cabeza y permanezco abrazándola por más de cinco segundos. Escucho los pasos de ella acercándose de forma insegura, como si estuviera dudando de hacer algo.
—Señora Margot —la llama, me hago a un lado para permitirles hablar. Mis ojos no se despegan de su figura. De los jeans azules y la sencilla blusa blanca debajo de la chaqueta jean que se había puesto antes de salir, no puedo evitar fijar mi vista en su vientre plano. Mi corazón late más rápido de repente—. Tiene un gran nieto, y usted es muy hermosa.
Sonrío por sus nervios, se ve tan tierna y tímida intentando hablarle a mi abuela de la manera más respetuosa que puede.
—Oh, cariño, no me quejaría si tuviera tu misma edad —ambas ríen, y yo siento que estoy entrando por las puertas del paraíso—. Solo mírate, cabello rubio lino, ojos de cielo y rostro de inocencia. Tan bonita y joven, mi niño tiene tanta suerte de tenerte.
La tenía, abuela. La tenía.
Sonrío amargamente, puedo sentir su corazón golpeando contra su caja torácica luego de escucharla. Las lágrimas se acumulan en sus ojos y evita a toda costa posarlos en mí, como si con eso pudiera evitar el hecho de que es la verdad, sus manos frente a su vientre de manera distraída. Ni siquiera nota que lo hace.